Categorías
El debate público

Dedazos, encuestas y simulaciones

 

 

 

 

 

 

María Marván Laborde

Excélsior

31/08/2017

Nada acusa tanto la debilidad de nuestra democracia como los procesos internos de los partidos para seleccionar candidatos. Todos los partidos políticos adolecen de la falta procedimientos claros para determinar a quiénes presentarán como candidatos al electorado cada elección.

Muchos se han desgarrado las vestiduras por la selección encubierta tras una encuesta —real, ficticia o amañada— de Claudia Sheinbaum a la candidatura de Morena para la jefatura de Gobierno de Ciudad de México. La realidad es que ningún partido tiene procesos claros definidos normativamente para seleccionar a sus candidatos.

Todos los partidos cambian las reglas en cada proceso, de ser necesario ponen o eliminan candados, no existe uniformidad entre los procesos locales y los federales, las reglas se adaptan cada vez que es necesario. Se deciden procedimientos cuando ya hay candidatos en pugna.

Las elecciones primarias en Estados Unidos, cuyas reglas electorales son decididas por condado y no por partido político, son tan claras como estables. Aquellos republicanos o demócratas que quieran retar la reelección de Donald Trump en el 2022 ya conocen las fechas y saben qué tienen que hacer para cada una de las primarias y sus distintos procesos. Las reglas son idénticas para todos los partidos y se celebran en fechas predeterminadas.

En México, desde la reforma electoral de 1996 se ha discutido la conveniencia de regular los procesos internos de elección a través de los cuales los militantes escogen a sus candidatos. En la Ley General de Partidos de 2014, hábil y mañosamente, los legisladores dejaron en el limbo —que la teología católica dice que no existe— a los procesos de selección de candidatos.

Tenían tres opciones: primera, obligar a todos los partidos a un mismo proceso de selección con fechas preestablecidas. Segunda, exigir claridad y uniformidad en las reglas internas con cierto tiempo de antelación a la elección y establecer un mismo procedimiento para elegir candidatos a presidente, diputados y senadores. Tercera opción, dejar todo al garete. Obvio, escogieron esta última.

A muchos les molesta el dedazo-encuesta de Morena para elegir a Claudia Sheinbaum como candidata, sin embargo, no hay un solo militante de Morena que no supiera desde el día en que se afilió a este partido que la decisión de cualquier candidatura pasaría por la voluntad de López Obrador. No es democrático, pero al menos denota cierta honestidad, más cínica que valiente.

Los demás partidos están en situación mucho más grave. Por ejemplo, Margarita Zavala lleva meses urgiendo a la dirigencia de su partido para que decida la metodología del proceso de selección del candidato presidencial. Nada obliga a los blanquiazules a utilizar el mismo sistema para elegir a las 3,326 candidaturas que estarán en juego el año que entra. El sistema de encuesta de intención de voto favorece que Zavala obtenga la candidatura, pero si se decantan por un proceso interno en el que sólo voten las cúpulas del partido es muy probable que la candidatura sea de Anaya. Ambas decisiones serán ilegítimas porque llevan dedicatoria.

Somos proclives a complicar la normatividad electoral y por ello hicimos de la paridad una regla estricta que ahora los partidos utilizan como coartada perfecta para justificar la ausencia de democracia interna en los procesos de selección de candidatos y candidatas. Es un pretexto más para resistir a la democracia.

Los partidos prefieren candidaturas de unidad para evitar rupturas, luego las disimulan para poder aprovechar la publicidad de las precampañas que les brindan spots gratuitamente.

La calidad democrática de un sistema electoral puede medirse a través de la certeza en las reglas electorales que debe ser inversamente proporcional a la certidumbre en los resultados. En las elecciones primarias vivimos la incertidumbre total en las reglas, pero una vez decididas sabemos que el ganador o ganadora está cantado.

Es triste constatar que los partidos políticos en México son poderosísimas maquinarias electorales que no forman demócratas ni resisten la democracia interna. Reparten a contentillo candidaturas entre operadores de clientelas.