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“El voto anulado: teoría del elector inepto (una invitación al debate)”

¿Voto nulo?

Adolfo Sánchez Rebolledo
La Jornada. 11/06/2009

Montada sobre el abstencionismo histórico que marca las elecciones intermedias está en curso una protesta que promueve el voto nulo. Se trata, dicen sus promotores, de un exorcismo contra la partidocracia”, de la puesta en práctica de un recurso extremo que obligue a los políticos a rectificar su conducta. A querer o no, los ecos del viejo presidencialismo tienen resonancias inesperadas en el desprecio por las elecciones intermedias que el cambio democrático no ha conseguido revertir.

Esa tradición negativa, sumada al malestar –y desencanto moral– ciudadano, explica la abstención y el rechazo a la política y los políticos, pero en la gestación de esta campaña no todo ha sido espontáneo. Antes de su salto a Internet, fue planteada como alternativa por algunas plumas y medios, “desencantados”, pero deseosos de presionar éticamente a la “clase política”, aunque fuera simbólicamente.

No se trata de defender la actuación decepcionante de los partidos (que deberían sentirse preocupados) como si atendiera a un principio intocable de la democracia, sino de los efectos políticos del voto nulo sobre el futuro democrático del país, toda vez que el juicio sumario elude la crítica concreta y suma a una postura pretendidamente democrática las más variadas posiciones. Más que pluralidad hay un amontonamiento de voces disonantes dispuestas a dar lecciones a quien se deje. Y allí van, juntos y vestidos de blanco, “espontáneamente”, políticos de raza, empresarios de sangre azul, beneficiarios directos de la burocracia revolucionaria; izquierdistas de ayer, atrapados como estatuas de sal en sus imaginarias o reales hazañas juveniles; los intelectuales que siempre renunciaron a los partidos en nombre de la libertad individual, mas no al acomodo en los intersticios del poder, la sociedad civil resurgida bajo los pliegues del mando empresarial para alentar a sus prohombres, candidatos del porvenir, en fin, los que ayer pidieron el voto útil en favor de Fox, hoy, sin autocrítica, piden inmolar a la partidocracia.

Y, junto a ellos, más allá o más acá de los abstencionistas, los neutrales, los “apolíticos” despojados de toda noción de civismo o solidaridad, caminan las víctimas colaterales de la mercadotecnia aplicada como sustituto de la deliberación nacional: los ciudadanos desairados por la transición y las promesas fallidas de encarar los grandes problemas nacionales, pero también los que aprovechan la crisis institucional para sembrar la semilla de un presidencialismo sin contrapesos, bipartidista en la forma, unitario en contenido, más sometido al lobby de los poderes fácticos que al voto popular.

Entiendo que un ciudadano –o muchos– no encuentren incentivos para votar por los candidatos que se le presentan, pero hacer una campaña en toda la regla para convertir esa actitud en un objetivo político que busca ser tan importante como las elecciones mismas merece que al menos se nos diga (si entre tanta espontaneidad alguno de sus promotores se siente responsable) qué es lo que ese conglomerado planteará tras la catarsis del 5 de julio. ¿La formación de un nuevo partido? ¿La reforma electoral para lograr las candidaturas “independientes”? ¿El cambio de régimen político? ¿La constitución de una alianza “ciudadana” para atender 2012 anticipándose a los partidos? Sobre eso no se habla.

Montada sobre el abstencionismo histórico que marca las elecciones intermedias está en curso una protesta que promueve el voto nulo. Se trata, dicen sus promotores, de un exorcismo contra la partidocracia”, de la puesta en práctica de un recurso extremo que obligue a los políticos a rectificar su conducta. A querer o no, los ecos del viejo presidencialismo tienen resonancias inesperadas en el desprecio por las elecciones intermedias que el cambio democrático no ha conseguido revertir. Esa tradición negativa, sumada al malestar –y desencanto moral– ciudadano, explica la abstención y el rechazo a la política y los políticos, pero en la gestación de esta campaña no todo ha sido espontáneo. Antes de su salto a Internet, fue planteada como alternativa por algunas plumas y medios, “desencantados”, pero deseosos de presionar éticamente a la “clase política”, aunque fuera simbólicamente.

No se trata de defender la actuación decepcionante de los partidos (que deberían sentirse preocupados) como si atendiera a un principio intocable de la democracia, sino de los efectos políticos del voto nulo sobre el futuro democrático del país, toda vez que el juicio sumario elude la crítica concreta y suma a una postura pretendidamente democrática las más variadas posiciones. Más que pluralidad hay un amontonamiento de voces disonantes dispuestas a dar lecciones a quien se deje. Y allí van, juntos y vestidos de blanco, “espontáneamente”, políticos de raza, empresarios de sangre azul, beneficiarios directos de la burocracia revolucionaria; izquierdistas de ayer, atrapados como estatuas de sal en sus imaginarias o reales hazañas juveniles; los intelectuales que siempre renunciaron a los partidos en nombre de la libertad individual, mas no al acomodo en los intersticios del poder, la sociedad civil resurgida bajo los pliegues del mando empresarial para alentar a sus prohombres, candidatos del porvenir, en fin, los que ayer pidieron el voto útil en favor de Fox, hoy, sin autocrítica, piden inmolar a la partidocracia.

Y, junto a ellos, más allá o más acá de los abstencionistas, los neutrales, los “apolíticos” despojados de toda noción de civismo o solidaridad, caminan las víctimas colaterales de la mercadotecnia aplicada como sustituto de la deliberación nacional: los ciudadanos desairados por la transición y las promesas fallidas de encarar los grandes problemas nacionales, pero también los que aprovechan la crisis institucional para sembrar la semilla de un presidencialismo sin contrapesos, bipartidista en la forma, unitario en contenido, más sometido al lobby de los poderes fácticos que al voto popular.

Entiendo que un ciudadano –o muchos– no encuentren incentivos para votar por los candidatos que se le presentan, pero hacer una campaña en toda la regla para convertir esa actitud en un objetivo político que busca ser tan importante como las elecciones mismas merece que al menos se nos diga (si entre tanta espontaneidad alguno de sus promotores se siente responsable) qué es lo que ese conglomerado planteará tras la catarsis del 5 de julio. ¿La formación de un nuevo partido? ¿La reforma electoral para lograr las candidaturas “independientes”? ¿El cambio de régimen político? ¿La constitución de una alianza “ciudadana” para atender 2012 anticipándose a los partidos? Sobre eso no se habla.

Quiénes anularon su voto

Raúl Trejo Delarbre
Sociedad y Poder. 10/08/2009

En los días recientes he escuchado distintas interpretaciones sobre los efectos del voto nulo en las elecciones federales de hace casi cuatro semanas. Un distinguido perredista me dijo que la anulación del voto les había quitado varios puntos porcentuales a su partido y al resto de las izquierdas. A un abnegado panista, le he escuchado quejarse de que a causa del voto nulo su partido perdió casi seis puntos entre la elección anterior y la más reciente. Incluso a un voraz priista le oí comentar que de no haber sido por el voto nulo el llamado partido tricolor había logrado por sí solo la mayoría absoluta, sin tener que afianzar la comprometedora y vergonzosa alianza que ahora tiene que mantener con el Partido Verde.

El voto nulo se ha convertido en pretexto para toda clase de disculpas pero también para algunas ensoñaciones políticas. Algunos de sus promotores han proclamado, ufanos, que en la anulación del voto radican las posibilidades para renovar nuestra democracia. Entre los impugnadores de esa medida, algunos de los cuales fueron especialmente cáusticos antes de la elección, hubo una suerte de alivio cuando constataron que los votos anulados no superaron el 6%.

Los entusiastas del voto nulo dijeron que ese fue un porcentaje alto si se toma en cuenta que se trató de una iniciativa a contracorriente de la propaganda de los partidos. Sus detractores, afirman que es una cifra modesta y recuerdan que tradicionalmente hay 2 o 3% de votos anulados por equivocación de los electores.

Ahora sabemos que quienes anularon su voto no forman parte de un grupo generacional específico, ya que se distribuyen de manera similar a los rangos de edad de la población. El 23% tiene entre 18 y 25 años, otro 23% entre 26 y 35, el 19% entre 36 y 45 años.

Los anulistas fueron casi de la misma manera hombres (55%) que mujeres (45%). En donde hay diferencias es en el ingreso y la escolaridad de quienes eligieron esa opción para votar. El 43% de los que anularon su voto, son ciudadanos que ganan más de 7 salarios mínimos; solamente 37% dice recibir una remuneración más baja. Y el 51% de quienes anularon su voto tiene estudios universitarios.

Estos datos se conocen gracias a que la “Asamblea Nacional por el Voto Nulo”, integrada por los grupos y ciudadanos más activos en esa causa, contrató a la empresa Parametría para que realizara el 5 de julio una encuesta de salida capaz de establecer quiénes y por qué anularon su voto.

En el Informe con esos resultados, que fue presentado la semana pasada en Guadalajara, se indica que el 56% de los anuladores desaprueba la gestión del presidente Felipe Calderón. Pero además, entre quienes radican en la ciudad de México o en la capital de Jalisco, el 60% no está de acuerdo con la gestión del jefe de Gobierno o del gobernador de esas entidades.

Así que se puede decir que los ciudadanos que anularon su voto son, en términos generales, mexicanos de clase media, de alta escolaridad y críticos tanto del gobierno federal encabezado por el PAN como de los gobiernos locales que están a cargo del PRD o del mismo Acción Nacional.

Dos de cada tres ciudadanos que eligieron esa opción –exactamente el 66%– no se identifican con ningún partido. El 12% dijeron que se identifican con el PAN, el 7% con el PRD, el 4% con el PRI y el 6% con otro partido. Solamente el 5% no contestó a esa pregunta de la encuesta.

Sería exagerado considerar que de haber votado por algún partido –es decir, de no haber anulado su voto– esos ciudadanos lo habrían hecho por el partido con el que se identifican. Quizá hubiera sido al contrario. Cuando el simpatizante de un partido encuentra que está perdiéndole la confianza a la opción política por la cual habitualmente se inclina, con frecuencia vota por otras siglas ejerciendo, así, un voto de castigo.

El nulo fue, precisamente, un voto de castigo al conjunto de los partidos. Una buena parte de los casi un millón 900 mil ciudadanos que sufragaron de esa manera, lo hicieron como expresión de rechazo a todos y debido a que el partido o los partidos a los cuales suelen respaldar, los han desilusionado.

La campaña por el voto nulo influyó de manera relevante a favor de esa opción. La encuesta de GEA e ISA levantada también afuera de las casillas del 5 de julio, encontró que de quienes anularon el voto, el 43% tomó esa decisión durante las campañas; el 15% lo hizo durante la semana previa al día de la elección y el 11%, ese mismo día. El 29% manifestó que siempre anula su voto.

Precedentes del voto nulo

Raúl Trejo Delarbre
Sociedad y Poder. 03/07/2009

La iniciativa para anular el voto se extendió en Internet, de allí brincó a los medios convencionales, ganó retroalimentación en variados sectores de la sociedad y regresó al ciberespacio para ganar matices, suscitar debates, articular cadenas y sobre todo interesar a muchos jóvenes.

Habrá que emprender el balance de la utilización de Internet en las campañas electorales que terminarán dentro de unas horas. Resulta evidente que no desplazan a la televisión y la radio pero sería imposible dejar de reconocer que algo nuevo hay, aunque sea en los un tanto jactanciosos perfiles de Facebook o en los hasta 140 caracteres que admite cada entrada de Twitter.

Allí podrán ser identificadas las primeras propuestas para anular el voto en la actual temporada electoral. Antes de ella, de cuando en cuando se habló de esa posibilidad. Este columnista, por ejemplo, dio rienda suelta a la imaginación hace exactamente cinco años, el 5 de julio de 2005, cuando esta columna aparecía en el diario La Crónica:

“Parece una aberración y sería incongruente para lo que acostumbramos entender como democracia. Pero ante un panorama como el que tenemos y que, previsiblemente, se mantendrá dentro de dos años, comienza a ser tentadora la posibilidad de votar en blanco.

Eso es lo que hacen los protagonistas de la más reciente y espléndida novela de José Saramago, Ensayo sobre la lucidez. Cansados de respaldar opciones con las que no se sienten representados, los ciudadanos resuelven depositar las boletas electorales sin haberlas cruzado. La estupefacción de los funcionarios en las casillas cuando encuentran las papeletas sin marcar precede a la indignación de la clase política que –como demostración de que en todas partes el autoritarismo experimenta síndromes de persecución– se dice víctima de un complot”.

Eso escribimos hace un lustro. Aquel texto seguía así:

“Los partidos entre los que podían elegir los votantes en la novela de Saramago son estereotipos de los que encontramos en muchos de nuestros países. Derecha, izquierda y centro se disputan cuotas y cotos de poder más que las inquietudes de la sociedad. Las boletas en blanco suscitan una auténtica revolución política. Quizá ningún otro comportamiento de los ciudadanos habría desafiado tan ácida e hirientemente a un sistema político al que habían rebasado.

“En México no acostumbramos votar en blanco porque nuestra boleta podría ser cruzada en favor de cualquier candidato. Cuando los ciudadanos quieren expresar su descontento dejan de asistir a los comicios (y quizá por ello los índices de abstención han crecido en los años recientes), o anulan su voto cruzando los emblemas de más de un partido o anotando alguna imprecación.

“De no existir ese riesgo, votar en blanco sería una posibilidad elegante y simbólica. No se trataría de afrentar al proceso electoral, cuya legitimidad –y capacidad legitimadora– es reconocida por la sociedad. Pero tampoco de sancionar, por inercia o resignación, a candidatos o partidos que no nos convencen”.

En ese texto de julio de 2005 se comentaban las opciones posibles para las candidaturas presidenciales del año siguiente y que todavía se encontraban sin definir en aquel momento. A continuación se consideraba:

“En esas condiciones, votar en blanco sería una manera de expresar un descontento con todas las posibilidades políticas disponibles. Esa es, por cierto, una de las nuevas tendencias de la democracia contemporánea.

En una entrevista reciente el politólogo Philippe Schmitter ha reconocido la búsqueda de opciones por parte de los ciudadanos que están cada vez más inconformes con sus sistemas políticos. Recientemente en Moldavia y el algunos distritos de Rusia se ha aprobado incluir en las boletas, junto a los emblemas de los partidos y los nombres de los candidatos, la opción ‘ninguno de ellos’ (none of the above o nota por las siglas en inglés).

En varias ocasiones esa ha sido la opción vencedora en las elecciones y ha sido necesario repetir los comicios.

“Con el voto en blanco la realidad alcanzaría a la ficción que con tanta ironía describe Saramago. Por lo pronto no hay que olvidar que en México la demostración política más importante de los últimos años ocurrió al margen de los partidos y fue protagonizada por centenares de miles de personas… vestidas de blanco”.

Si la realidad no alcanzó a la ficción, por lo menos rebasó a la especulación. El voto nulo, versión precavida del voto blanco, se convirtió en el principal tema de discusión en las campañas que han llegado a su término.

Hacia el bipartidismo

Adolfo Sánchez Rebolledo
La Jornada. 02/07/2009

Según Federico Reyes Heroles, el consenso de los partidarios del voto nulo se podría enunciar así: no al exceso de recursos, no a la excesiva representación proporcional, sí a las candidaturas independientes” (Reforma, 30/6/09). La pregunta es si esas medidas, entre otras que están en el tintero, “ayudarían mucho o algo a mejorar la vida política” o si, bajo la niebla del hartazgo, la irritación y/o el oportunismo hay in nuce una visión sustantiva acerca del régimen político y su funcionamiento que aún no acaba de expresarse. Decir que sí a los ciudadanos en contraposición a los partidos (entidades de interés público), negar la proporcionalidad, reducir el financiamiento al Instituto Federal Electoral (IFE) o permitir el dinero privado en las campañas, no son simples correcciones a las disposiciones legales vigentes sin consecuencias.

Adelanto una hipótesis: tras la pretensión de acotar el pluralismo y debilitar a los partidos está una visión que equipara el buen desempeño de la democracia con el modelo estadunidense.

En otras palabras: se busca un bipartidismo ajustado a las condiciones de la crisis nacional que resulte funcional para las relaciones entre el Estado y los grupos de poder de la sociedad civil, aunque el forcejeo entre ellos siga presente y las tentaciones autoritarias se refuercen.

No extraña que sea así después de las experiencias de 2006, cuando la presencia real de una tercera fuerza en discordia puso a temblar a las elites oligárquicas y les hizo tomar nota del “peligro” en ciernes. Veamos algunas de las iniciativas que tienen mayor consenso:

Relección de diputados. Sus promotores quieren sustituir la lealtad hacia el partido por la lealtad a los electores. Sin embargo, en la práctica, la presunta profesionalización, derivada de la repetición de curso, podría ser el origen de una casta política, eternizable en el cargo, más atenta a los intereses de poder en juego que a las demandas concretas de “sus” votantes.

La revalorización del Congreso está en su capacidad de representar la pluralidad de la nación sin dejar de ser el arquitecto de la legalidad, de actuar como el contrapeso necesario al Poder Ejecutivo y en ser la caja de resonancia de las inquietudes ciudadanas, donde se procuren los acuerdos nacionales.

El Congreso es el depositario de la soberanía popular y no puede confundirse con una caja negra para el reparto del presupuesto. La tarea número uno del Poder Legislativo es hacer leyes federales, no reglamentos para los distritos donde se elige a los diputados.

De ahí que sólo se pueda reducir la brecha entre el ciudadano y los legisladores si a los segundos se les devuelve su condición de representantes de la nación, en vez de encasillarlos como simples gestores al servicio (sic) de los electores. ¿Acaso no hay ya suficientes líderes clientelares habilitados de diputados como para premiarlos con la relección sucesiva? Por sí misma la relección no es buena ni mala, pues depende del contexto político e institucional en que se incluya, pues no es lo mismo la relección en un régimen parlamentario con partidos fuertes y amplia participación ciudadana que en un sistema presidencialista con escaso o deficiente desempeño partidista y alto abstencionismo.

Representación proporcional. Los gradualistas piden que los plurinominales se reduzcan a la mitad; los radicales exigen su completa eliminación. Al final todos creen que esos cargos son obsequios indebidos a los partidos, gastos innecesarios a cuenta del erario. Si en el pasado sirvieron para alentar el pluralismo ahora son un peso muerto.

Más allá de la visión de tendero oculta bajo tales reclamaciones, prevalece la idea de avanzar hacia un régimen presidencialista con dos únicos grandes partidos que se llevan la parte del león, dejando sin representación a las demás fuerzas políticas o conservándolas como minorías de piedra. Si estamos ante la necesidad de una reforma del régimen político, ¿por qué no se opta por una forma de representación proporcional total, donde cada partido obtenga tantos diputados y senadores como votos obtenga en las urnas, considerando al país entero como una sola circunscripción? ¿No sería más democrático?

Voto de castigo pero no nulo

Ciro Murayama
La Crónica de Hoy. 26/06/2009

Inicio este artículo con dos premisas: 1) la insatisfacción hacia el desempeño de los partidos políticos es ampliamente generalizada, de tal suerte que sea más común votar escogiendo al “menos malo” que premiando la labor de un partido. 2) Cada voto nulo o cada elector que se queda en casa favorece al llamado voto duro o, simplemente, hace que sean determinantes los sufragios de quienes sí votaron por alguna opción registrada.

Si se trata, entonces, de sufragar por el menos malo, o de ejercer un voto de castigo hacia las peores alternativas, van a continuación una serie de argumentos para que, antes que desperdiciar el voto, se utilice así sea como instrumento de castigo o para tratar de conjurar los escenarios más indeseables.

1) ¿Manos libres al Presidente? En la época en que el Presidente de la República y su partido podían aprobar leyes sólo con sus votos antes de 1997 —la deliberación parlamentaria era un mero trámite. El PAN, en esta elección, pide respaldar al presidente Calderón. Si ese partido se hiciera con la mayoría podría aprobar, por ejemplo, las leyes de ingresos y egresos de la federación sin negociar con otra fuerza política. ¿Ha tenido un buen desempeño económico el gobierno? ¿Le convence a usted el diagnóstico que ha hecho el equipo económico del Presidente, que desde hace meses viene diciendo que lo peor de la crisis ya pasó, para encontrarnos al día siguiente con un panorama más desalentador? ¿Cree que sería conveniente que el PAN pudiera decidir él solo el monto del gasto público y su distribución en esta crisis? Si usted considera que la política económica del gobierno debe tener contrapesos de la oposición, tendrá una buena razón para no votar por el PAN. Si su diagnóstico es el contrario, y cree que la oposición sólo entorpece la labor de un gobierno que está haciendo las cosas bien, adelante, su voto es necesario para las medidas de Carstens.

2) ¿Quiere ayudar a que Clara Brugada sea delegada? El Partido de la Revolución Democrática es incapaz de procesar sus disputas internas. Esta vez, el pleito fue en Iztapalapa, la capital más poblada del Distrito Federal. En una decisión si se quiere cuestionable, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) —pese a que las dos grandes corrientes del PRD impugnaron las votaciones en su propio partido—, decidió que las elecciones eran lo suficientemente limpias para no ser anuladas y revocó la decisión interna del PRD, nombrando a Silvia Oliva candidata y desplazando a Clara Brugada. En una singular apuesta política, Andrés Manuel López Obrador, enemistado con la dirección del PRD, lanzó un plan que consiste en varias cosas: 1) votar por el candidato del PT en Iztapalapa; 2) hizo que ese candidato se comprometiera a renunciar una vez que ganara; 3) planeó que el Jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard, propusiera como delegada sustituta para Iztapalapa a Clara Brugada y, 4) dio por sentado que la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, obedecería y nombraría delegada a Brugada. Si usted cree que en esa estrategia hay una buena dosis de autoritarismo y que ni el delegado electo —el que sea—, ni el jefe de Gobierno y menos aún el Poder Legislativo de la capital deben prestarse a tales instrucciones, puede usar su voto aunque no viva en Iztapalapa. Si usted vota por los candidatos a la Asamblea Legislativa del PT y Convergencia, e incluso del PRD, es muy probable que lo haga por un fiel seguidor de AMLO. Una manera de evitar tener una Asamblea al servicio de López Obrador, es votar por algún partido de oposición en la capital. Pero si usted quiere ayudar a AMLO a convertirse en el gran elector del DF, como en la vieja usanza era el presidente todopoderoso, ya sabe por quién sufragar.

3) ¿Quiere a Televisa y TV Azteca con representación legislativa? El llamado Partido Verde Ecologista de México (PVEM) ha desplegado una serie de acciones tendientes a cuestionar el marco constitucional vigente en materia de competencia electoral, que tiene como una de sus definiciones claves y más novedosas impedir que el poder del dinero y de los consorcios de televisión graviten sobre los procesos político electorales. Está prohibida la compra de publicidad electoral en radio y TV. El Partido Verde, sin embargo, se ha dedicado a ir a contracorriente de lo establecido en la ley y ha sido funcional a los intereses de las televisoras: las defendió cuando desacataron las instrucciones del IFE para transmitir las pautas de los partidos políticos y de la propia autoridad electoral. Más adelante, diputados del PVEM contrataron publicidad, con dinero de origen desconocido, para difundir sus iniciativas legislativas —si así se le puede llamar a la pretensión de instalar la pena de muerte— con sus lemas de campaña electoral. Luego, los candidatos del PVEM prestos acudieron a firmar los compromisos que la organización SOS exige, desde las pantallas televisivas, a los actores políticos y que implican, entre otras cosas, volver a permitir la compra de publicidad política en los medios electrónicos y suprimir la vía de llegada de las minorías al parlamento: la representación proporcional. El PVEM actúa como instrumento de los poderes fácticos en la arena electoral. Si usted considera inadmisible la conducta del PVEM, vote por algún otro partido.

En suma, su voto es útil no sólo para construir escenarios deseables, sino para evitar males mayores: úselo. Y tome conciencia de que si usted renuncia a tener representación y anula su voto, de cualquier manera ya hay quien se hace pasar por su representante y vocero: hasta una “Asamblea Nacional” llamada “Anulo mi voto” van a crear para lucrar con su “no voto”: ¡aguas!

23 razones para votar

José Woldenberg
El Reforma. 25/06/2009

1.Los votos construirán gobiernos estatales, ayuntamientos, congresos locales, jefaturas delegaciones, asamblea legislativa y Cámara de Diputados.

2. Los votos cuentan.

3. Cuentan desde hace muy poco.

4. Existen diferentes opciones.

5. Es una falacia que todos sean lo mismo.

6. Resulta una elaboración intelectual insostenible que los políticos y los partidos no puedan diferenciarse.

7. La derivación política de esa construcción intelectual recuerda a los discursos antipolíticos elementales y reduccionistas: una «clase política cerrada, amafiada, incapaz» contra un pueblo «noble, incorruptible, virtuoso».

8. La abstención no cuenta.

9. La abstención también puede ser leída como consenso pasivo.

10. La abstención se alimenta de muy diferentes humores públicos: la resignación y la distancia, la crítica, la inercia y el desprecio a la política en bloque.

11. El voto nulo -no la abstención- tendrá también diferentes nutrientes: los errores, las gracejadas (votar por El Hombre Araña, por ejemplo) y la crítica indiferenciada al mundo de la política y los partidos.

12. El voto nulo en sí mismo no expresará más que hartazgo, desencanto, malestar.

13. Cada uno de los que está llamando al voto nulo al enunciar sus razones entra en contradicción con otros que también dejarán su voto en blanco. Ejemplos: los que llaman a anular el voto porque están en desacuerdo con la reforma de 2007 contra los que no quieren que los tiempos de radio y televisión vuelvan a ser comercializados; los que desean la posibilidad de reelección inmediata de los legisladores contra los que se expresan contra «la partidocracia»; los que demandan acabar con los diputados plurinominales y los que quieren que las minorías tengan representación. Votarán en blanco los que añoran el viejo verticalismo y los que ambicionan más y mejor democracia.

14. Los padres y madres del voto nulo tienen solo en común eso: malestar.

15. Votar es la punta de un iceberg civilizatorio que supone la existencia de corrientes político-ideológicas organizadas (partidos), que expresan la diversidad existente en la sociedad, que han encontrado un método participativo y pacífico para nombrar gobiernos y órganos legislativos, lo cual coadyuva a la coexistencia de la pluralidad.

16. El mundo de la representación plural lo forjó la gente votando. En 20 años, a través del voto, el universo institucional cambió de manera radical. De un espacio ocupado (prácticamente) por una sola fuerza a un espacio habitado por la diversidad. (Datos: 1988, todos los gobernadores, todos los senadores y el 82 por ciento de los diputados eran del PRI; hoy tenemos gobernadores de tres partidos y en el Senado y la Cámara de Diputados ninguno tiene mayoría absoluta de escaños. Y eso lo realizaron los ciudadanos votando).

17. El voto ha sido un instrumento inmejorable para ampliar el ejercicio de las libertades.

18. Si algunos de los que llaman a anular el voto quieren participar en el espacio de la representación política tendrán, más temprano que tarde, que organizar su propia opción, y en ese momento aparecerá un nuevo partido (Ni modo, son inescapables).

19. El voto nulo tiene además un tufo de desprecio hacia una institución central de la República: la Cámara de Diputados. Porque me pregunto: ¿cuántos de los que llaman a anular el voto lo harían si lo que estuviera en juego fuera la Presidencia de la República?

20. Hay que crearles un contexto de exigencia a políticos, partidos, congresos y gobiernos. Pero no es abandonando la plaza y dejando que otros decidan la mejor opción.

21. Los preocupados por la vida política del país están obligados a generar diagnósticos y propuestas de reformas, fórmulas de organización, agendas que graviten sobre la toma de decisiones, mecanismos de rendición de cuentas, en una palabra, una trama civil que eleve la presencia de las organizaciones y las propuestas que emergen desde la sociedad. Y ello no está ligado, necesariamente, al voto nulo.

22. Los propios partidos, por necesidad o por virtud, han incorporado a sus listas a ciudadanos no afiliados a ellos (ejemplos: Guadalupe Loaeza -PRD-, Gastón Luken -PAN-, Alejandro Gertz Manero -Convergencia- Jaime Cárdenas -PT-, Miguel Galván -PSD-).

23. Porque «todo lo que es también puede no ser» (Milan Kundera, Un encuentro, Tusquets, México, 2009, P. 100). Y espero que un día no nos encontremos sin partidos, elecciones, Congreso plural, división de poderes y súmele usted.

Ahora bien, quiere usted abstenerse o anular su voto, hágalo. Está en su derecho. Piense, sin embargo, en los que ya asumen su representación.

Punto y coma: el voto nulo

Adolfo Sánchez Rebolledo
La Jornada. 18/06/2009

A quienes les angustia el divorcio entre la ciudadanía y los partidos les pediría que esperen al 6 de julio. Ese día comenzará la campaña presidencial de 2012 y las cosas se verán con otros ojos.

Una vez asentados en sus curules, los nuevos legisladores y funcionarios, ya sea de buena fe o por simple oportunismo, se darán tiempo para atender algunas de las demandas planteadas surgidas de la protesta moral en favor del voto nulo. No sé si los políticos habrán asimilado la lección que se les ha querido dar, pero más de uno querrá saludar con sombrero ajeno a la sociedad civil, con la legitimidad erosionada, pero en pleno uso de sus facultades constitucionales.

Con un PRI en ascenso y la izquierda en caída libre, la composición de la cámara será muy importante a la hora de fijar la agenda legislativa. El gobierno, pese a todo, habrá atravesado la peor crisis de la historia de México sin un gran cuestionamiento electoral a su gestión.

No es descabellado pensar, pues, que en la lógica de la carrera presidencialista, algunos partidos acepten examinar algunos de los puntos sensibles de la protesta, comenzando por la revisión de la reforma electoral, la relección de los diputados, y algunos otros temas calientes, como la apertura a las candidaturas no partidistas, cuyo interés crecerá en función de 2012. Los “anulistas”, como se han hecho llamar, podrán sentirse satisfechos si esa discusión se da, aunque es difícil imaginar el curso que seguirá la protesta, dada su contradictoria variedad de posiciones. En todo caso, ¿habremos iniciado, como dicen, una nueva forma de hacer política donde derechas e izquierdas se dan la mano? Veremos.

Como el debate es intenso, no quiero dejar de comentar algunas de las opiniones críticas vertidas por los lectores de La Jornada on line a mi artículo de la semana pasada. En primer lugar, reitero que el voto nulo es un derecho establecido en la ley y cualquier ciudadano puede ejercerlo. No se confunde con el abstencionismo ni es una evasión de los deberes cívicos. Es una forma de votar y en ese sentido, guste o no, es un acto político que puede juzgarse desde muy distintos observatorios, sobre todo cuando hay una campaña en forma para promoverlo.

La discusión, en todo caso, está en la valoración de su significado aquí y ahora. Por lo demás, me sorprende la intención de identificar a los partidarios del voto nulo con la ciudadanía en general, como si los demás votantes fueran una raza aparte. Que hay hartazgo y deseos de expresar el malestar contra los partidos (más contra unos que contra otros) es obvio. Que muchos de los críticos son jóvenes que no se resignan a formar parte del vasto ejército del abstencionismo más despolitizado también es una buena noticia, pero ni son todos los jóvenes (más preocupados por el desempleo y la violencia) ni son jóvenes algunos de los autores intelectuales de este experimento.

Así como es absurdo decir que “todos los anulistas son manipulados por la derecha y por las televisoras”, como me reclama un lector, también lo sería creer que éstas nada tienen que ver en el asunto, sobre todo si se observa cómo surge y evoluciona la crítica a la “partidocracia”, convertida con éxito tras la reforma electoral en el enemigo a vencer por los defensores de la libertad de expresión. Claro que no hay un “líder” oculto tras bambalinas, pero decir que todo es espontaneidad exenta de ideologías, intereses o influencias intelectuales me parece una exageración. En beneficio de esa postura se dice que solamente se trata de una simple manifestación de de-sencanto y molestia ciudadana, pero ésa es también una lectura política que nada tiene de ingenua. Entiendo que se diga: no hay en el panorama ningún partido que me convenza, pero desearía que existiera otra opción política capaz de representarme en el Congreso. En vez de eso, algunos nos dicen: no votes, pues los partidos son por definición instrumentos al servicio del poder y la corrupción, de modo que los únicos confiables son los “ciudadanos” (independientemente de su posición social, ideología o moralidad). Me parece aceptable que los “anulistas” (menos los más jóvenes) se sientan defraudados por los partidos a los que votaron en 2006, pero han preferido trasladar el juicio político democrático particular a la crítica universal, genérica, al conjunto de fuerzas e instituciones electorales, a la política como tal. Si bien la consigna “sal a votar por el que sea, pero vota” es indefendible, también lo es aquella que procede de estigmatizaciones al grado de rechazar que entre los partidos y candidatos hay personalidades dignas cuya voz en el Congreso sería indispensable para asegurar la salud de la república, pues, para fortuna de nuestra convivencia, no todos son o representan lo mismo. Hay quienes cifran el futuro de este movimiento en el porcentaje de votos nulos que se registren el 5 de julio. Pero es una visión administrativa de la política.

Si en verdad hay una crisis de representación, los temas de la reforma del Estado, la discusión sobre el régimen político y, sobre todo, la necesidad de replantear un proyecto para México que trascienda la crisis de hoy estará más vivo que nunca. Para la izquierda es vital que la cuestión de la desigualdad ocupe la centralidad, aunque a muchos demócratas les parezca un tema fuera de moda.

Voto nulo: la puerta falsa

Ciro Murayama
La Crónica de Hoy. 12/06/2009

La corriente de opinión a favor del voto nulo o en blanco crece como la espuma. Sin dejar de reconocer el derecho que tienen sus convocantes a promoverlo, y tomando distancia de quien les califica como enemigos de la democracia, ofrezco mis argumentos de por qué tal iniciativa resulta una salida falsa para corregir los achaques del sistema de partidos.

1) Porque es un desdén a la importancia del Congreso. ¿Los partidos políticos que estarán en la boleta electoral este 5 de julio son muy distintos a los que compitieron en 2006? No, son exactamente los mismos ocho contendientes, y es difícil asegurar que sus deficiencias y vicios de hoy no sean similares a los que mostraban en la última elección. Si los partidos eran iguales en 2006, ¿por qué quienes ahora proponen el voto nulo no lo hicieron entonces? Descarto que sea porque no repararan entonces en los defectos partidistas, lo que sugiere entonces que consideran que esta elección es más propicia para anular la voluntad electoral que en una donde se juega la presidencia de la república.

Si analizamos las características del régimen político mexicano actual, que no son las del autoritarismo de partido hegemónico –el cual fue desmontado gracias al voto de millones de ciudadanos y no a la anulación de su sufragio–, veremos que el Poder Legislativo ahora sí cumple con su papel de contrapeso al Ejecutivo, por la pluralidad política instalada en la Cámara de Diputados y en el Senado. El Congreso es mucho más relevante que en el pasado, y enhorabuena que así sea. Ha dejado de ser un espacio de confirmación automática de los deseos del presidente, y temas clave pasan por su decisión, deliberación abierta y compleja, como la aprobación de los presupuestos federales cada año.

Desdeñar, pues, la importancia de esta elección es un resabio cultural de la época del hiperpresidencialismo que se quedó instalado en las reacciones de diversos analistas y comentaristas.

2) Porque se basa en una generalización ligera. Quienes llaman a “castigar” a los partidos en su conjunto proponen que las distintas opciones merecen, sin más, el mismo veredicto: están reprobados. Claro que todos los partidos y cada uno de ellos en lo individual tienen deficiencias serias, pero ello no los iguala. Por ejemplo: sólo hay uno que abiertamente defiende la pena de muerte; ese grado de oscurantismo es único del PVEM. ¿De verdad los demás partidos merecen ser considerados igual de nocivos y oportunistas?

Otro ejemplo: hay partidos cuyas plataformas proponen una reforma constitucional para que el Banco de México deje de ocuparse sólo de controlar la inflación sin atender al objetivo del crecimiento económico. ¿Hacemos tabla rasa y asumimos que esas definiciones no importan para la vida económica del país?

Uno más: en diferentes entidades de la república, en una alianza parlamentaria entre el PAN y el PRI, se ha establecido en las constituciones locales el “respeto a la vida humana desde la concepción”, lo cual hace que toda interrupción del embarazo sea un asesinato. Así, incluso las mujeres cuyo embarazo es resultado de una violación, están obligadas por el Estado a tener ese hijo, si no se convierten en criminales. ¿Nos quedamos cruzados de brazos o ejercemos nuestro voto para tratar de que ese tipo de agendas políticas que lesionan y degradan a la mujer y sus derechos no sigan prosperando?

La pretensión de que todos los partidos son “la misma gata revolcada” trasluce, además, cierta pereza intelectual para analizar, discernir, diferenciar entre ellos. Por eso es común que los promotores del voto nulo dediquen horas a querer convencer a los demás de no votar y en cambio no hayan dedicado ni una línea al análisis de las plataformas de los partidos.

3) Porque el voto nulo favorece la llegada a la Cámara de todos los partidos existentes. Cuando se sufraga por un partido se está, a la vez, castigando a los demás. Un voto por la opción “A” no sólo es un voto menos para el resto, sino un voto que las otras opciones tienen que remontar para hacerse con la victoria o con una mayor presencia electoral. Así, cuando se vota por un candidato registrado se pone más cuesta arriba la situación para sus adversarios. Si reconocemos que se suele votar por el mal menor, por el menos peor, se hace para impedir que opciones políticas que nos preocupan en particular no puedan avanzar. Pero si se anula el voto, las opciones que más nos disgustan tendrán un camino menos complicado para conseguir sus objetivos.

Un ejemplo ilustra lo anterior: supongamos que un ciudadano tiene especial animadversión por una opción política como el PVEM –que propone la pena de muerte– o el Panal –que representa los intereses de un liderazgo magisterial anquilosado cuyas prácticas dañan la calidad de la educación básica–. Si ese ciudadano vota por algún otro partido estará incrementando la “votación nacional emitida” que define la ley (votación total menos votos nulos y por partidos que perdieron el registro) para asignar diputados de representación proporcional. Entre más sufragios haya en la votación nacional emitida, cada partido requerirá más votos para hacerse con más lugares en la Cámara. En cambio, entre más votos anulados se den se necesitará un número absoluto menor de sufragios para obtener más diputados. Anular el voto propio es, matemáticamente, darle más peso al voto ajeno. Por lo que votar en blanco es favorecer la presencia en la Cámara de todos los partidos existentes al, obviamente, no discriminar entre ellos.

Curiosamente, entonces, quienes llaman a no votar por estar hartos de los partidos existentes en realidad les facilitan a todos la representación en el Congreso.

Los críticos del voto nulo

Raúl Trejo Delarbre

Sociedad y Poder. 10/06/2009

Con pocas excepciones –José Woldenberg, Miguel Ángel Granados Chapa, Carlos Navarrete, entre algunos otros– los críticos de la anulación del voto han replicado con ignorancia y autoritarismo e incluso con posiciones un tanto histéricas. La propuesta, que brincó de Internet a los medios y que se adentra paulatinamente en la sociedad mexicana, agarró desprevenidos a muchos comentaristas y, desde luego, a la llamada clase política.

La propagación de esa iniciativa, hace algunos días, puso fuera de balance a numerosos dirigentes. Habituados a disputar consensos y votos con interlocutores dentro de la institucionalidad política, líderes de todos los partidos reaccionaron con inseguridad y agresividad. “Demagógicos y peligrosos” consideró Jesús Ortega que son los llamados a cruzar la boleta sin preferir a un solo candidato. Germán Martínez Cazares, por su parte, ha despotricado contra los que llama “pontífices del voto nulo”.

Lo que no han querido o no han podido hacer esos y otros dirigentes políticos, es preguntarse por qué la anulación del voto ha sido sugerida desde segmentos tan diversos e incluso discordantes del entramado ideológico mexicano. Cualquier vistazo a las trayectorias públicas y a las preferencias políticas de muchos de quienes apuestan por el voto nulo desmentirá la tesis de la conspiración que con tanta desfachatez han esgrimido algunos líderes partidarios.

La idea de anular el voto no es patrimonio de las derechas ni de las izquierdas. Con ella coinciden críticos de todos los partidos y antagonistas específicos de algunos de ellos, decepcionados de la política realmente existente y descontentos con abusos, privilegios y excesos que han sido perpetrados desde todos los colores partidarios.

A los dirigentes políticos convencionales –que se encuentran en todos los partidos– les ha resultado imposible entender una protesta que no se escuda en un partido específico, que no se adhiere a uno de ellos para descalificar a otro, que no se encauza por las vías tradicionales del quehacer político.

Heterogéneo y no carente de contradicciones entre los intereses y afanes de sus variados promotores, el movimiento por la anulación del voto no es adverso a la institucionalidad política. Algunos críticos de esa iniciativa sostienen que se desentiende de la esforzada marcha que hemos debido mantener para construir nuestra imperfecta pero tangible democracia electoral. Pero no han podido advertir que la anulación del voto es antes que nada una reivindicación del sufragio.

El día de las elecciones miles de ciudadanos irán a las casillas, aguardarán su turno, cumplirán con todos los requisitos legales y en vez de apoyar a un candidato o un partido anularán su voto. Es un desperdicio, dicen algunos cuestionadores de esa medida. Están socavando la democracia, claman los más exasperados.

Pero no se trata de un despilfarro sino de una utilización crítica del voto. ¿Por qué, para expresar nuestra preferencia, hemos de escoger entre el menú de partidos que se nos presenta? ¿Por qué no vamos a tener derecho a decir que ninguna de esas opciones nos gusta? ¿Por qué debemos limitarnos a votar por el menos peor? Ese es el sentido de la anulación. No se trata de un atentado sino de una reivindicación de la democracia.

Más allá de las expectativas que cada quien pueda tener con esa acción, los ciudadanos que anulen la boleta estarán votando con la esperanza de que en elecciones próximas haya opciones políticas que sí les satisfagan.

Eso es lo que, desde su formalismo autodefensivo, no comprenden los políticos tradicionales. El voto nulo no es contra el sistema político sino contra el comportamiento de los partidos que ahora tenemos.

Por eso, encerrados en los esquemas que habitualmente utilizan para evaluar y enfrentar los asuntos públicos, algunos dirigentes y candidatos juzgan la anulación del voto como un atentado contra sus propios intereses. Así, colocado por encima pero no al margen de los partidos ya que aún maneja dos franquicias (PT y Convergencia) López Obrador dice que el voto nulo “beneficia al PRI y al PAN”. El panista César Nava, candidato a diputado, asegura que la anulación del voto perjudica al PAN y “beneficia al PRI”. El priista Eugenio Hernández Flores, gobernador de Tamaulipas, advierte que el voto nulo “desfavorece a México” y que es nocivo para la democracia.

La suspicacia que comparten esos y otros personajes para evaluar la misma iniciativa ha sido reveladora de su incapacidad para entenderla. Lo mismo sucede en la autoridad electoral. El presidente del IFE, Leonardo Valdés, dice que los votos anulados “no tienen ninguna consecuencia, ni política ni jurídica”.

Ya sabemos que se mezclarán con los anulados por equivocación, que no puede haber un inventario de las diversas frases y modalidades de anulación, que aunque fuese con poquitos votos a los próximos diputados los elegirán quienes apuesten por una opción partidaria específica. Pero eso no implica que los votos anulados no tengan validez jurídica. La tienen, de manera tan puntual, que la autoridad electoral está obligada a contarlos y a informar cuántos fueron.

Consecuencias políticas, aunque traspasen la institucionalidad tradicional, el voto nulo evidentemente las tiene. El presidente del IFE se equivoca al descalificar con tanta ligereza el propósito de algunos ciudadanos (muchos o pocos, quizá no será lo más relevante) interesados en anular su voto. Semanas antes de la elección el voto nulo inquieta, irrita, incomoda e interesa. De algo está sirviendo

¿Por qué sí votar?

Lorenzo Córdova
El Universal. 03/06/2009

Desde hace varias semanas ha venido cobrando fuerza una postura que llama por no votar en las próximas elecciones, o bien por acudir a las urnas y anular el sufragio. La intención, se dice, es la de protestar por esa vía contra una clase política corrupta y contra partidos que son antidemocráticos en su vida interna, que en realidad no representan los intereses de los ciudadanos, y que están dirigidos por élites que con miradas cortoplacistas buscan sólo satisfacer sus ambiciones personales y de grupo.

Se dice también que ese voto de castigo es una manera para obligar a los políticos a hacerse cargo de su descrédito y a propiciar, en consecuencia, que volteen a ver a la sociedad y atiendan sus legítimos reclamos.

El llamado a no votar o a anular el voto no es algo nuevo. En naciones europeas en ocasiones se ha recurrido al “voto en blanco” como una medida de protesta contra la falta de alternativas políticas reales, como en el caso de Italia, donde el rechazo a Berlusconi, por un lado, y la incapacidad de la izquierda de articular un discurso coherente que se opusiera al del magnate televisivo llevaron a muchos a postular la anulación del voto.

Entiendo los argumentos de quienes buscan impulsar esta postura en México pero no los comparto por las siguientes razones fundamentales:

1. Porque con el diseño legal que tenemos actualmente no existe la posibilidad de distinguir el voto anulado con motivo de protesta de aquellos que suponen un mero error.

2. Porque no es cierto que todos los partidos sean iguales. Existe un evidente descontento hacia los políticos que cruza transversalmente las fronteras partidistas, pero también hay varios aspectos de crucial importancia social que los distinguen y que suponen posicionamientos diferentes en torno a temas como la despenalización del aborto, el modo de combatir al crimen organizado, la manera de enfrentar la crisis económica, el tipo de reforma fiscal que se plantea, la actitud frente a la desigualdad y la pobreza, etcétera.

3. Porque los órganos representativos (en este caso la Cámara de Diputados) se van a integrar en su totalidad, con independencia del número de abstenciones o de votos nulos, y nada garantiza que los partidos tomen nota del reclamo que se les pretende hacer con la anulación del sufragio. Es más, estoy convencido de que un elector que vota por un partido tiene más autoridad moral para reclamarle a éste o a sus representantes las razones y motivos de su actuación. A fin de cuentas, una baja votación no supone de ninguna manera que se incremente el principio de rendición de cuentas, al contrario.

4. Finalmente, y esta es mi razón más importante, el llamado a no votar o a anular el voto no hace otra cosa más que hacerle el juego, conscientemente o no, a las posturas encarnadas por los grandes grupos de interés económico y mediático, que desde hace años han venido construyendo un sistemático y ramplón discurso de descrédito de la política, de los políticos y de los partidos. Basta ver los noticiarios estelares de la televisión para entender el punto.

Detrás de ese discurso se esconden peligrosas pulsiones autoritarias. Se trata de aquellas voces que cotidianamente abonan al desprestigio de la política y del Estado (particularmente de los órganos legislativos) con la evidente intención de hacer prevalecer sus propios intereses. La debilidad institucional sólo conviene a unos cuantos: a aquellos que apuestan por la personalización de la política o a aquellos grupos de presión que buscan imponer su propia agenda. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que sin partidos y sin parlamento la democracia se agota.

El reto que tenemos enfrente como sociedad es rehuir a las salidas falsas (como la abstención o la anulación del voto) y encontrar verdaderos mecanismos de exigencia (no sólo durante las elecciones, sino de manera permanente) para demandar a la clase política comportarse a la altura de los graves problemas por los que atraviesa el país.

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