Categorías
El debate público

Eliezer Morales Aragón

José Woldenberg

El Universal

15/11/2022

La muerte de Eliezer Morales me sacudió. De vez en vez hablábamos por teléfono y sus provocaciones amistosas siempre resultaban agudas, pertinentes, informadas. Con él muere parte de aquella izquierda que empezó su militancia en un ambiente cerrado, opresivo, ominoso, monopartidista, que no toleraba más discurso que el oficial y que veía en cada manifestación de descontento, crítica o independencia, la expresión de fuerzas malignas. Esa izquierda, que, junto con su invariable compromiso con la equidad, supo valorar lo que significaban las libertades (de expresión, prensa, manifestación, etc.) porque las ejercieron contra corriente y afrontando riesgos mayores.

Fue el más importante dirigente del sindicalismo académico universitario. Secretario General del SPAUNAM y secretario de Organización del STUNAM. Y para muchos, entre los que me cuento, un compañero y un maestro.

En una organización plagada de jóvenes, Eliezer era un veterano de la izquierda mexicana. Economista (llegaría a ser director de la Facultad de Economía de la UNAM), tenía una experiencia de la que la mayoría carecíamos. Por eso y porque era un hombre sagaz, con una sólida formación académica y una claridad expositiva notable, su voz sobresalía. Era además un hombre con cualidades que hoy aprecio más: su práctica estaba impregnada de valores; no era un pragmático, aunque sabía, mucho mejor que nosotros, de los límites que tiene la actividad sindical; reconocía y fomentaba la argumentación racional y enterada; tejía relaciones de comprensión con las distintas corrientes que integraban el Sindicato e irradiaba una calidez que hacía que la militancia fuera gozosa, agradable.

Entendía que el Sindicato debía por supuesto defender los intereses laborales de sus afiliados, pero sabía que trabajábamos en una institución singular, la Universidad, a la que había que proteger, cuidar, desarrollar, reformar. Dirigió la revista mensual Foro Universitario (del STUNAM), durante la década de los 80 (si mal no recuerdo), y en las páginas de esa publicación se encuentran recreadas muchas de las preocupaciones en torno a los centros de educación superior. El Sindicato no debía ser un fardo para la UNAM, sino todo lo contrario: una organización que apuntalara a una institución a las que el poder público no pocas veces agredía.

Era un orador potente. Enterado, claro, persuasivo. No improvisaba, conocía el o los temas con precisión. No se andaba por las ramas iba al punto, lo desmenuzaba, analizaba y sacaba conclusiones. Y su vehemencia era contagiosa, entusiasmante.

Varios amigos y compañeros han recordado la batería de dichos con los que salpicaba sus intervenciones. En muchas ocasiones esa fórmula aparecía con una contundencia que zanjaba diferencias. Recuerdo una sesión del Consejo Sindical (la corriente a la que pertenecíamos y que fue una especie de columna vertebral del sindicalismo académico), en la cual los compañeros del Colegio de Bachilleres, a pesar de tener una importante presencia en el Sindicato, discutían sobre la pertinencia de presentar o no una planilla para el comité ejecutivo. Pros y contras iban y venían. Eliezer pidió la palabra y dijo: “Oigan compañeros, no se han dado cuenta que es más fácil tirar piedras desde arriba que desde abajo”. Cuestión saldada. Nuestros compañeros junto con otras corrientes integraron una planilla y ganaron la dirección del SINTCB.

La muerte de los que queremos y respetamos hace más agria la vida.