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El debate público

Fanáticos en línea y en el Capitolio

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

11/01/2021

Tocado con cuernos de bisonte y un gorro de piel, la cara pintada de rojo y blanco y el torso tatuado, Jacob Anthony Chansley, conocido como Jake Angeli, ofrecía en Arizona cursos de chamanismo en línea, ha militado en grupos que se denominan patrióticos y fue uno de los más notorios asaltantes del Capitolio en Washington. Chansley es partidario de QAnon, un grupo tan extravagante y ridículo como su atuendo pero tan peligroso y demencial como la ocupación del Congreso de Estados Unidos el miércoles 6 de enero.

   Chansley es uno de los tres arrestados el fin de semana por el asalto al Capitolio y, junto con varios miles de personas, acudió a Washington en respuesta al llamado del presidente Trump para impedir que fuera ratificada la victoria electoral de Joe Biden. Igual que Chansley, varios de los más notorios asaltantes del edificio legislativo son seguidores de QAnon. Dos de las cinco personas que murieron ese día, la veterana de la Fuerza Aérea Ashli Babbitt que llegó desde San Diego y Rosanne Boyland que vivía en un pueblo de Georgia, eran adeptas de esa estrambótica corriente de opinión.

   QAnon es un movimiento de derecha extrema que se sustenta en una estrafalaria colección de creencias propagadas por redes sociodigitales y que se ha articulado en torno al apoyo al presidente Trump. Los seguidores de QAnon creen que hay una elite de criminales satánicos que practican la pedofilia y que ocupan posiciones de mando tanto en la política como en industrias mediáticas y del espectáculo y que quieren controlar al mundo. Según esos fanáticos el cambio climático es un invento y el coronavirus no es grave. Con un discurso antisemita y racista, QAnon se ha desplegado en redes como Facebook, Twitter y Telegram y respalda los reclamos de Trump.

   QAnon se deriva de las versiones que en 2016 sostuvieron que Hillary Clinton tenía secuestrados a varios niños en el sótano de una pizzería en Washington, en donde la entonces candidata presidencial y sus secuaces abusaban de los menores y practicaban rituales satánicos. Se decía que en los correos de Clinton que fueron filtrados en aquella época había evidencias del secuestro de esos niños. A pesar de ser tan ridícula, la versión de que en tales correos se hablaba de aquella pizzería era considerada cierta por el 46% de los estadounidenses que votaron por Trump, según una encuesta levantada en diciembre de 2006. A comienzos de ese mes, un individuo llamado Edgar Maddison Welch viajó desde Carolina del Norte y llegó a la pizzería disparando con un rifle porque había creído esa historia y quería rescatar a los menores supuestamente secuestrados.

  Aquella versión conspirativa fue recuperada por un anónimo autor llamado “Q” para difundir nuevos textos delirantes en la red de avisos 4chan, frecuentada por estadounidenses de ideas conservadoras. Se decía que “Q” era un funcionario del gobierno de Trump. Sus seguidores abrieron docenas de cuentas en redes sociodigitales y en julio de 2000 miles de ellos hicieron un juramento para convertirse en “soldados digitales para defender la Constitución”. 

   Entre los seguidores de QAnon campea una desquiciada colección de teorías de la conspiración. Sostienen que al presidente Trump la elite sionista y pedófila le robó la reciente elección, que Barack Obama no nació en Estados Unidos, que el cubrebocas es signo de satanismo y sujección, que la familia Clinton y Bill Gates propagaron la epidemia, que el Papa Francisco y el Dalai Lama, junto con personajes del espectáculo como Tom Hanks y Oprah Winfrey, trafican con niños y abusan de ellos. Varios legisladores y candidatos republicanos han expresado simpatía con QAnon.

   El profesor Marc-André Argentino de la Universidad de Concordia en Montreal considera que QAnon, al que ha estudiado durante más de dos años, es “una religión hiperreal” que amalgama elementos de la cultura popular en un contexto ideológico. QAnon, explica ese investigador en un ensayo en el portal The Conversation, “es un movimiento descentralizado, motivado ideológicamente y violentamente extremista, arraigado en una infundada teoría de la conspiración sobre una camarilla global que maneja un ‘Estado Profundo’ de satánicas elites pedófilas que es responsable de toda la maldad del mundo. Los adherentes de QAnon también creen que esa misma camarilla quiere derrocar a Trump, a quien consideran como la única esperanza para vencerla”. 

   El asalto al Capitolio demuestra que las desaforadas ocurrencias de QAnon pueden pasar de las redes digitales, a la provocación física. Recuerda Argentino: “Su ideología militante y anti-establishment, enraizada en un deseo cuasi apocalíptico para destruir el corrupto mundo existente y marcar el comienzo de una promisoria era dorada, estaba claramente exhibido para que todo el mundo lo viera”. Sobre advertencia no hay sorpresa. A partir de esa desmesura, nadie podría extrañarse al ver “al hombre sin camisa, con sombrero de piel, conocido como el chamán de QAnon, encabezando el asalto a la rotonda del Capitolio”.

   Ese movimiento no se explica sin la propagación en las redes sociodigitales. Facebook y otras redes son espacios abiertos a la expresión de las creencias e ideas más variadas pero además, cuando recomiendan seguir cuentas con las que han simpatizado otros usuarios, propician la formación de burbujas integradas por personas con puntos de vista similares. En junio de 2020 una investigación de The Guardian encontró más de 100 páginas, perfiles y grupos en Facebook dedicados a QAnon. El más grande de ellos tenía 150 mil seguidores. A los usuarios que mostraban interés en los mensajes del presidente Trump, o que buscaban información sobre grupos antivacunas, Facebook les proponía que siguieran a grupos de QAnon. 

   Ese movimiento creció durante 2020 a la sombra de dos acontecimientos. Ante la pandemia, QAnon compartió posiciones contra las vacunas y desplegó enloquecidas teorías de la conspiración. Al mismo tiempo, en la campaña presidencial estadounidense fue punto de referencia de personas y grupos de derecha radical y en él se apoyaron docenas de candidatos al Congreso.

   A mediados de 2020 Facebook cerró media docena de grupos y una veintena de perfiles adheridos a QAnon pero, para entonces, en esa y otras redes el movimiento se extendía con rapidez. La corresponsal de CNN Elle Reeve ha dicho: “Donald Trump, más  Internet, llevaron el extremismo a las masas”.

   El discurso delirante de QAnon se entrelazó con el discurso de odio del presidente Trump. La irrupción al Capitolio no fue únicamente resultado de la exaltación de una multitud de enloquecidos. Fue consecuencia de años de mentiras, algunas tan descabelladas que parece increíble que alguien las tomara por verdades, que corrieron sin aclaraciones suficientes y propagadas por el fundamentalismo, el enardecimiento y la disociación respecto de la realidad de miles y miles de fanáticos. A la propagación de mentiras tomadas como ciertas y que circulan alentadas por quienes quieren creer en ellas, se le ha llamado posverdad. Timothy Snyder, historiador de regímenes autoritarios, ha escrito en The New York Times: “La posverdad es pre-fascismo y Trump ha sido nuestro presidente posverdad. Cuando renunciamos a la verdad, les damos poder a quienes tienen la riqueza y el carisma para, en su lugar, crear espectáculo”.

   “La fuerza de una gran mentira —dice Snyder— radica en su demanda para creer, o no, en muchas otras cosas. Para darle sentido a un mundo en el que se robaron las elecciones presidenciales de 2020 se requiere desconfiar no solo de los periodistas y expertos, sino también de las instituciones gubernamentales locales, estatales y federales, desde los trabajadores electorales hasta los funcionarios electos, Seguridad Nacional y toda la ruta hasta la Suprema Corte. Eso conduce, necesariamente, a una teoría de la conspiración: imaginen a toda la gente que debe haber estado involucrada en tal complot y a toda la gente que habría tenido que trabajar en el encubrimiento”. Las teorías de la conspiración no tienen límites. Una vez que la suspicacia se entrelaza con la irracionalidad y el rechazo a la realidad, se pueden creer las patrañas más desmesuradas.

   Los operadores de las principales redes sociodigitales reaccionaron tarde a esa propagación de supercherías y a la convocatoria violenta del presidente Trump. Diversas organizaciones de derechos civiles, como la coalición Stop the Hate, habían exigido el bloqueo de las cuentas del presidente. Así lo hicieron Facebook, Twitter, Instagram y otras redes después del asalto al Capitolio. La libertad de expresión nunca se puede ejercer de manera absoluta y las arengas a la violencia, sobre todo cuando las hace un personaje tan influyente, propician violencia fuera del espacio digital. 

   Esa decisión ha enfatizado el enorme poder que tienen las empresas que manejan plataformas digitales para modular y eventualmente afectar el espacio público. Pero ha sido una medida pertinente ante la enajenación propiciada por Trump y favorecida por sus seguidores más frenéticos. Las cuentas de QAnon también han sido suspendidas en Facebook, Twitter y otras redes. Muchos de sus seguidores se trasladaron a la red Parler, aunque la empresa que alojaba sus contenidos anunció que dejaría de hacerlo. Al fanatismo hay que enfrentarlo con razones y hechos. Pero también cerrando la llave de los espacios en donde se alimenta.

ALACENA: QAnon en México

QAnon tiene simpatizantes en Francia, Italia, España y Argentina, entre otros países. En Facebook sus cuentas mexicanas fueron bloqueadas, pero ayer en Telegram QAnon México tenía 1279 miembros y QAnon Hispano, 2831. En esas cuentas se aseguraba que el Papa Francisco había sido arrestado por tráfico con niños, se anunciaban supuestas evidencias médicas de que el Covid se cura con hidróxido de cloro y se expresaban airadas descalificaciones a las redes que cerraron las cuentas de Donald Trump.