Categorías
El debate público

¿Hambrientos migrantes o curiosos navegantes?

Ricardo Becerra

La Crónica

11/10/2015

Se tambalea una de las certezas más caras de la historia y de la antropología: quizás, el continente americano no se pobló -nuestro primer hombre no llegó- por el estrecho de Bering.
Los últimos descubrimientos y las investigaciones recientes (en la última década) ponen un duda esta vieja idea formulada por primera vez en 1589 por un misionero jesuita: el padre José de Acosta. Durante más de cuatro siglos, la larga caminata por Bering ha sido la hipótesis dominante que no hacía más que confirmarse hallazgo tras hallazgo, hasta canonizarse como verdad científica gracias al sagaz barón de Humboldt. Pero resulta que las nuevas piezas del rompecabezas arqueológico no encajan, y lo que es más, la contradicen, y multiplican el misterio.
Resulta que Lucía, el esqueleto más antiguo encontrado en tierras americanas, no está en el norte, sino bien al sur del continente: en un yacimiento brasileño cerca del Océano Atlántico llamado Lapa Vermelha. Esta Lucía (no confundir con Lucy de Tanzania) tiene 13,500 años y no se parece en nada a los nativos asiáticos que se supone, cruzaron el continente por primera vez. Su reconstrucción facial recuerda más bien a los aborígenes de Australia.
Pero eso no es todo. El más viejo poblado que se conoce en éstas tierras –unidad habitacional para treinta personas- está al sur de Chile, en una ciénega llamada Monte Verde. Pisadas humanas, piedras y maderas labradas, instrumentos de trabajo, pieles y restos de animales que datan de 14 mil 700 años atrás, pueden contemplarse el día de hoy, gracias a las excavaciones realizadas desde los años setenta por Tom Dillehay, arqueólogo de la Universidad de Kentucky.
¿Cómo es posible tal antigüedad, si creíamos saber que la caravana humana de Bering había andado su epopeya hace sólo 14 mil años? Pero no: los datos, las evidencias, las explicaciones modernas, necesitan ir mucho más atrás en el tiempo.
Según los lingüistas, sería imposible tener una variedad de idiomas o dialectos como los nativos de América si la presencia humana no se data por lo menos 20 mil años ha. Y los genetistas son todavía más quisquillosos: las coincidencias entre el DNA de siberianos y americanos implica un vínculo común de por lo menos 30 mil años hacia el pasado. O sea: los primeros americanos andaban tan perdidos como los primeros habitantes de Oceanía.
La cosa es tan compleja que la arqueología moderna permite hablar, ya no de una sino de varias migraciones hacia América: no solo la del puente de hielo formado en Bering, sino una expedición que navegó por el Atlántico norte, bordeando los glaciares de Groelandia y Terranova, hasta Meadowcroft, Canadá. Otra que llegó de China o de Japón en pequeñas embarcaciones, siguiendo la costa Norte de Alaska. Y una más, de antiquísimos marineros que desde Australia, realizaron una travesía fantástica, sin tierra de referencia, por el Pacífico sur hasta Chile, tal vez hasta los pantanos de Monte Verde.
Para cada una de las cuatro hipótesis hay evidencias, restos, datos y dataciones. La explicación del arqueólogo Dillehay -resumida en un trabajo publicado por la revista Science el mes pasado- ha dado pie a una acalorada discusión científica de nuestro origen. Para él, es muy posible que los americanos no seamos descendientes de una oleada de hambrientos cazadores que perseguían mamuts por tierra, sino de otros pueblos navegantes, pescadores y viajeros, armados tempranamente de un espíritu de misión, de aventura y de imaginación.