Rolando Cordera Campos
La Jornada
22/02/2015
Con su anuncio del jueves pasado, el Banco de México (Banxico) da la puntilla a las esperanzas hacendarias de un crecimiento económico mayor y se une a la caravana de pesimistas que desde hace semanas preveían un desempeño de la actividad económica nacional por debajo del esperado por el gobierno a finales de 2014.
Los llamados criterios de política económica deberían ser puestos en cuarentena y el Congreso de la Unión asumir la responsabilidad de convocar a la Secretaría de Hacienda a algo más que una comparecencia luminosa con preguntas de cajón, orquestadas para el Partido Revolucionario Institucional y satélites por los propios escuderos del secretario Luis Videgaray; lo que urge es que juntos, Ejecutivo y Legislativo, urdan algún tipo de rescate, pero no de los bancos o tugurios financieros esquilmadores, sino de los amplios grupos sociales que sufrirán el impacto del mal llamado recorte fiscal.
También, de las pequeñas y medianas empresas que se ahogan en el endeudamiento con sus proveedores, la falta de pago oportuno por parte del gobierno federal y, ahora todavía más, por un mercado interno que nomás no tiene con qué jalar, a la vista de los salarios del miedo que nos caracterizan.
Según la nota de Roberto González Amador ( La Jornada, 19/02/15, página, 26), el banco nos informa que la economía entró en una situación menos favorable, no sólo por lo ocurrido con los petroprecios, sino porque el deterioro social ya afecta a variables directamente ligadas con las decisiones de invertir, emplear, emprender.
El entorno, en realidad, tiene estos y otros efectos perniciosos si le añadimos el comportamiento secular de los salarios medios, mínimos y, además, el misterioso caso de la inversión pública que no crece, y cuando se dice que lo hace, no parece tener ningún impacto significativo sobre el resto de la economía, en particular sobre la inversión privada que requiere como el oxígeno de estímulos exógenos que el mercado actualmente no le puede ofrecer.
En estas circunstancias, junto con las que provienen del resto del mundo y revelan incertidumbre global, recesión profunda de Europa, desaceleración en Asia, postración en el sol naciente, etcétera, lo sensato debería ser echar a andar los motores internos y asumir que la reverenciada globalización que escogimos explorar, vía el Paso del Norte, no da lo requerido por una sociedad demográficamente mutante, cuyas necesidades de empleo e ingreso no se satisfacen con las cifras y tendencias maquilladas que ahora se empeñan en darle algunos hablando de saltos cuánticos (supongo) en el nivel de ocupación ocurrido el año pasado.
La realidad, terca como es y que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) capta mejor que nadie, nos habla de una masa salarial en descenso, como lo ha documentado y analizado Norma Samaniego; un desproporcionado peso del trabajo informal y la imperturbable presencia a todo lo largo del cuerpo social y productivo de la heterogeneidad estructural de que nos habla la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), que somete a grandes capas laborales, regiones y sectores, a una trampa de crecimiento lento o estancamiento secular que amenaza ya con hundirnos a todos. Si es que no lo hizo ya y el Consejo Coordinador Empresarial no se ha enterado.
Como lo ha argüido con maestría Jaime Ros, en su disección de las hipótesis equivocadas sobre el estancamiento económico y en su reciente elaboración de políticas para salir del hoyo, a punto de ponerse a circular por El Colegio de México y la Facultad de Economía de la UNAM (como ocurrió con su primera entrega), de lo que se trata es de cambiar de anteojos y ver la realidad tal como es y como se ha venido conformando en estas décadas de cambio estructural y ensueño globalizador. No es, pues, para tanto si el sentido común vuelve a ser común.
Si así lo hacemos, tendremos que valorar de otra manera el papel del Estado y su inversión; darle al mercado interno la centralidad que debe tener y alinear el financiamiento público y privado en función de los objetivos y metas que se deriven de los diagnósticos sobre el Estado y el mercado a que nos obliga su maltrecha situación.
Así, pondríamos la carreta detrás del caballo y aprenderíamos que la productividad viene después de la inversión y del salario; el crecimiento después de la acumulación y la redistribución; el cosmopolitismo detrás de la democracia, la inclusión y la cohesión social y nacional, y así sucesivamente. Poco tiene que hacer en esto una junta de gobernadores de Banxico, que al diagnosticar la situación menos favorable de la que ahora nos habla, se olvida que hace una semana decretó sin apelación que la deuda pública no es favorable a la economía, y cuyo gobernador en jefe se unió el año pasado a la ululante e irracional campaña empresarial contra la revisión y elevación progresiva del salario mínimo.
Tal vez sea en estos órganos del Estado encargados de tomarle el pulso a la economía y proponer medidas para activarlo donde tenga sentido la reiterada conseja oficial de que estamos sobrediagnosticados. Si es así, habrá que empezar por reconocer que hemos estado mal sobrediagnosticados.