Ricardo Becerra
La Crónica
16/08/2015
Leo en La Crónica de ayer: “Ante una reducción del 10 por ciento en la producción petrolera del país, se necesitará un ajuste adicional en el gasto público… equivalente a un 0.8 por ciento del PIB” (palabras del Jefe de Planeación Económica de Hacienda).
Hagamos cuentas: en enero comenzó un “recorte preventivo” del gasto para este mismo año por 124 mil millones de pesos. Luego, en marzo, Hacienda anticipó que en 2016 el recorte sería aún mayor: 135 mil millones de pesos. Y ayer, quitados de la pena, anuncian que la cosa es todavía peor: como el barril de pétroleo mexicano ya ronda los 40 dólares “…necesitaríamos un pequeño ajuste más, las cosas se ven ligeramente más débiles”. Esto quiere decir que el presupuesto de 2016 será casi 5 por ciento más bajo que el de 2014… y con 2 millones de mexicanos más.
Ya se ha dicho: es el primer recorte real al gasto público en los últimos veinte años. Para mayor crueldad, ocurre en un momento de revisión a la baja del PIB y justo cuando el país conoció las nuevas cifras de la pobreza y la desigualdad: dos millones de miserables adicionales en el primer bienio del presidente Peña y un nivel adquisitivo promedio que sigue por debajo del que México alcanzó en ¡1992!
Si esto no es lo bastante grave, agreguemos el hecho de que la pobreza radica sobre todo en el mercado laboral —en los salarios y los ingresos— y los programas sociales del Estado (financiados por la renta petrolera) fueron lo único que han contenido el desbordamiento de las carencias de millones. Con el recorte anunciado esa barrera será aún más delgada.
Por eso resulta tan chocante las desparpajadas declaraciones de la hacienda nacional: resignémonos, seamos “responsables”, nada de pensar en una reforma fiscal que cubra el boquete petrolero, nada de contratar deuda aunque las tasas de interés estén cercanas a cero y preparémonos para una fase indeterminada de austeridad del gasto público.
En otras palabras, Hacienda se conforma y se dispone a naturalizar el círculo vicioso del estancamiento: bajo crecimiento ? menores ingresos tributarios ? necesidad de mayores recortes al gasto, todo lo cual redunda en aún menor crecimiento.
Digámoslo con todas sus letras: estamos metidos ya en un mediano plazo de estancamiento que proviene de la crisis y de las respuestas a la crisis. Un periodo que comenzó en el tercer trimestre de 2012 y que se proyecta ya al menos por un lustro. ¿Es este un futuro inevitable?
Ojalá que no. Recientemente, el Instituto de Estudios para la Transición Democrática, publicó un texto “Retrato de un país desfigurado” en el cual se explora una alternativa al conformismo macroeconómico y se proponen varias cosas: 1) salvaguardar dos componentes del gasto en 2016: el gasto social (revisado, mejorado y optimizado) y la inversión pública física; 2) que los recursos para esa inversión se etiqueten bajo mecanismos de la mayor transparencia y que no se contabilicen como parte del déficit (no son gasto, sino apuesta por crecimiento futuro) de acuerdo con los nuevos preceptos del Fondo Monetario Internacional: “Tenemos que cuestionar el supuesto de que todo el gasto público, incluso la inversión productiva, es sustancialmente mala y no debe ser financiada con deuda, mientras que todo gasto privado, incluso el consumo, es inherentemente bueno” (No está de más recordar que el gasto en inversión pública se halla en los niveles ¡de 1946!). Y, 3) Iniciar una política de recuperación del salario empezando por los mínimos, para remover una de las fuentes de empobrecimiento detectadas por el INEGI y el Coneval: ese segmento del mercado laboral formal que todos los días, con remuneraciones de 70 pesos, produce pobres extremos. Provocar un shock de demanda que se agregue al consumo como medicina en contra del bajo crecimiento. http://ietd.org.mx/retrato-de-un-pais-desfigurado
En pocos días, Hacienda enviará su paquete presupuestario al Congreso. Es allí donde debe ocurrir el gran debate nacional. Hay que propiciarlo, animarlo, escuchar nuevas propuestas, mirar la experiencia del mundo, porqué todo indica que estamos en la antesala de un nuevo callejón sin salida, una resignación inaceptable, pavimentada por los prejuicios y los cómodos dogmas de las políticas de austeridad.