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Lecciones, tensiones y descalificaciones

Fuente: La Jornada

Adolfo Sánchez Rebolledo

Es tal la velocidad del mundo global que no hay tiempo para la memoria: la historia es el instante, ese presente inmediato que se consume al momento de ser. El triunfo de Obama; el terrible avionazo sobre Reforma y Periférico; la especulación y la incertidumbre como horizontes de una realidad fluida, inasible, apagan la reflexión antes de comenzar. Y, sin embargo, los temas, como decía el viejo materialismo, no desaparecen, sólo se transforman. ¿Tiene algún sentido, a estas alturas, seguir debatiendo si la aprobación de la reforma petrolera es una victoria o una derrota de la izquierda? ¿Merece algún análisis la obvia disputa entre quienes sostienen la preminencia del “movimiento” sobre el partido o a la inversa? Dicho de otro modo, ¿podemos extraer lecciones útiles para el futuro, o debemos conformarnos con el maniqueísmo y las descalificaciones de hoy? Veamos.

1) La defensa emprendida en la calle por el Movimiento en Defensa del Petróleo, refrendada en el debate por el FAP y enriquecida gracias a la intervención comprometida de intelectuales, técnicos y especialistas, obtuvo un triunfo como no se veía en mucho tiempo. Un vistazo, así sea por encima, a las propuestas originales del gobierno demuestra la distancia existente entre el proyecto privatizador y el que se aprobó, aunque en éste se mantengan abiertas ciertas “rendijas” que, en definitiva (y este es un asunto debatible), tampoco descalifican el sentido general de la reforma. ¿Se conjuraron todos los riesgos? No. ¿Intentarán las trasnacionales, con apoyo de los cipayos de siempre, torcer la ley? Desde luego. ¿Hubiera sido mejor que en el texto final se incluyera la prohibición exigida por López Obrador? No hay duda.

Pero a partir de tales cuestionamientos no veo cómo reprocharles a los legisladores que, no teniendo la mayoría en ninguna de las cámaras, hayan logrado introducir en la reforma cuestiones decisivas, aunque, insisto, de frente al futuro no se pueda bajar la guardia. Sin embargo, de la noche a la mañana se pasó del reconocimiento general de los avances en materia petrolera a descalificar de hecho la reforma acordada. Y algunos comenzaron a fabricar listas de “vendepatrias” para su particular cacería de brujas. No se puede más que rechazar ese retroceso inadmisible.

2) Cuando en el Hemiciclo a Juárez se propuso continuar con la resistencia, era difícil de creer que surgiría una corriente capaz de juzgar como “traidores” a los legisladores que votaron a favor. Sin embargo, la que debía ser una consulta pública acerca de la táctica a seguir para evitar que el acuerdo inicial se esfumara en los entretelones de la grilla del poder o en las interpretaciones amañadas del gobierno, se convirtió casi en una ruptura en el seno de la amplia coalición en defensa del petróleo, de modo que algunas de las puntualizaciones en torno a las “líneas rojas”, presentes, conocidas y reconocidas durante todo el proceso de negociación-aprobación, saltaron a última hora como si en verdad invalidaran todo lo dicho, escrito y aprobado antes. Diferencias puntuales sobre la valoración de los acuerdos, absolutamente legítimas, se tradujeron, por la inercia de viejas disputas dentro y fuera del PRD, en condenas ad livitum de personas e ideas, en una suerte de maniqueísmo que contradice, por decir lo menos, el afán pluralista, la búsqueda de convergencias que hizo ejemplar este proceso de reflexión, debate y movilización nacional.

3) El “movimiento” es una expresión de la sociedad civil que involucra a millones, trasciende a los miembros de uno o varios partidos, surge a partir de “causas” y no responde necesariamente al “calendario” de la política formal. En ese sentido, aunque los líderes provengan de las filas partidistas en el movimiento no las representan. Tampoco el “movimiento” puede usar a los partidos como simples correas de transmisión negando su razón de ser. Es inevitable, pues, la existencia de cierta tensión entre “el partido” y “el movimiento”, que sólo se mitiga con flexibilidad para atender las controversias (en el caso del PRD, el tema se halla inscrito de muchas maneras en la “genética” de su nacimiento, en la naturaleza “frentista” que lo vio nacer, antes de convertirse en “partido” para acceder al “registro”, esa figura neocorporativa heredada del más viejo régimen autoritario).

Si la disyuntiva no es nueva, sí lo es el hecho negativo de que el debate se procese como expresión de la crisis interna del PRD, misma que amenaza con salpicar a otras fuerzas, corrientes y grupos (“¿Quién quiere tener por compañeros a una partida de traidores?”, escribía un airado lector a La Jornada On Line el 31/10/2008). Sin embargo, se olvida que la inmensa mayoría de los que votaron por López Obrador en 2006 no pertenecen a partido o corriente alguna ni se sienten representados por tales posturas. En consecuencia, ya es hora de que nos digan si las diferencias entre los chuchos y los encinistas (y el lopezobradorismo) son tales que conducen a partidos diferentes o si aún es posible un tipo de acuerdo que permita la “unidad de acción” para afrontar la crisis que se avecina, bajo el paraguas de una amplio frente electoral (no el actual FAP, tan deslucido como ineficaz), con vistas a las elecciones presidenciales de 2012.

Pero el espectáculo actual daña a todos por igual y ya no debe prolongarse por mucho tiempo. Los partidos son necesarios: la disputa no puede centrarse en si hay o no una contradicción de principio entre la movilización y la actuación en los órganos de representación popular permanentes, sino en el programa que unos y otros estén dispuestos a defender en la calle y en el parlamento. La fuerza del movimiento está en la claridad de sus objetivos y en la absoluta transparencia de sus métodos.

4) La larga discusión en torno al petróleo demostró una obviedad que sólo la derecha y sus aliados no aceptan: la presencia de Andrés Manuel López Obrador no es un “accidente” en la vida pública de México. Guste o no, añade un elemento de complejidad a la situación nacional, tan poco apta a ser reducida a ese democratismo formal que está siempre dispuesto a verse a sí mismo como “el fin de la historia”. A querer o no, la oposición lopezobradorista aparece al tiempo como una necesidad y como el umbral intransitable para una clase política que tienen sus propios tiempos y no quiere oír hablar de crisis ni está dispuesta a reformarse a fondo. La campaña mediática de acoso y derribo polariza los términos de la confrontación contra López Obrador; hace crecer la irritación, exacerba las divisiones o se aprovecha de éstas, pero no cancela el peso específico de su liderazgo a la hora de definir la agenda nacional.