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«Lo peor está por venir (entender la crisis mundial)»

Riders in the storm: o Calderón sobre Davos…

Rolando Cordera Campos
La Jornada. 01/02/2009

O como se quiera seguir: en aquel paraje que inspirara a Thomas Mann y que luego fuera conocido como el Versalles nevado al que acudían cada año los amos del universo, Calderón asistió a las honras fúnebres del capitalismo desregulado y hoy descarrilado, con su guitarra al hombro y sus nostalgias por delante para “vender” México, como dijera una enjundiosa exegeta de sus glorias pasadas. Más que caciques de la alta finanza, el chocolate mexicano calentó a hombres de las nieves que cargan consigo la amenaza de un largo invierno no nuclear pero sí devastador, que en sus primeras lanzadas provocó la implosión de Wall Street y la City londinense y ahora sumerge al mundo en la recesión más larga y profunda de su historia reciente, la que arrancó con la fe de que “aquello”, la gran depresión de los años treinta que desembocó en la Segunda Guerra, no tenía por qué repetirse. Veremos.

Presa del entusiasmo, el presidente Calderón convocó a su equipo, “tal vez el mejor del mundo”, a despojarse de miradas negativas o catastróficas, a rencontrar el espíritu animoso y a dejar de cultivar el pesimismo. “Prefiero un escenario equilibrado que el manejo de cifras negativas” advirtió, tal vez buscando emular al Dr. Zedillo, ahora investido como Gran Maestro de las crisis y los rescates financieros, después de haberse graduado como demócrata y globalizador con honores de los magos que llevaron la globalización al gran desastre actual.

Así, suponemos, piensa el mandatario sin mandato que recuperará el tiempo perdido, descubrirá el hilo negro de las “reformas que faltan” y encarará el desafío de masas acalambradas por el frío del desempleo y la pérdida de ingreso. Junto con el consejo del maquillaje estadístico para el “equilibrio”, Calderón quiso aleccionar a su trouppe de montaña en el manejo de expectativas, pero al poner en entredicho las proyecciones del Banco de México sobre el desempeño de la economía probablemente vaya a conseguir lo contrario: no hay peor señal para el inversionista mundial, si es que queda alguno en estos días, que las fricciones dentro de los equipos encargados de conducir la gestión financiera, fiscal y monetaria de los países.

Y es eso, fricción y desgaste, lo que provocan las descalificaciones y los malos humores presidenciales, sin lograr exorcizar en lo más mínimo la avalancha de quiebras, insolvencias, despidos que, si se quiere como consuelo, viene de Davos y Nueva York pero avasalla al mundo entero. Querer conjurar los animal spirits del capitalismo al ritmo de Pink Floyd para volver a México “motor del crecimiento mundial”, como dijo Calderón en su Montaña Mágica, puede ser todo lo que quieran sus facilitadores e inventores de opinión, menos un paso serio para que México sea en efecto “another brick in the wall”.

Lo que recibirá a Calderón después de su tour musical por Suiza será una multitud de agravios y reclamos que cruza la pirámide social de la cúspide a la base y se vuelve rechazo a la frivolidad disfrazada de puericultura. Los empresarios piden planeación y acción contundente en materia de liquidez y apoyo fiscal, mientras obreros y campesinos organizados reclaman atención y rechazan acuerdos nacionales urdidos en lo oscurito y ajenos del todo al drama popular del desencuentro brutal entre un economía hecha para unos pocos y una demografía de masas jóvenes y urbanas, junto a un mar de miseria rural sin válvulas de escape en las ciudades y el norte.

A su vuelta de la cumbre congelada, Calderón constatará la existencia de una sociedad que no se encandila más por las hazañas de sus mandamases y don dineros. Que, cada vez más, reclama y descalifica, busca agruparse, inventa nuevos nosotros y a su manera plebeya exige nuevos rumbos y un curso para la vida colectiva que no se someta más a las extrañas baladas que inspiran la mercadotecnia funesta que se apoderó de Los Pinos y lo llevó a cantar a los Doors como si fueran Timbiriche.

“Más que Estado fallido tenemos un modelo y un paradigma fallido”, dijo el dirigente campesino Max Correa en San Lázaro el jueves pasado. Un modelo para desarmar, diría Cortázar. Por desgracia, armar otro requiere algo más que (des)memorias juveniles y lecciones machistas, como las que tomó Calderón en Davos. ¡Tanto viajar!

Los monopolios y la ley

Adolfo Sánchez Rebolledo
La Jornada. 05/02/2009

Hoy, al calor de la crisis, cuando están en la picota algunos postulados de la preceptiva neoliberal, la disputa por el presente y el futuro se intensifica. Surgen nuevas propuestas servidas en antiguos recipientes que caben como anillo al dedo. Se renueva la prédica contra los “monopolios” al tiempo que se afirma sin matices la urgencia de abolir todo proteccionismo. Pero en este punto también hay abusos políticos y conceptuales que expresan la crudeza de la pugna por los espacios de mercado y poder, sostenida por algunas de las figuras encasillables bajo la sombra fantasmal de los poderes fácticos.

La oferta es en apariencia sencilla: se trata de democratizar el capitalismo desbaratando los nudos que limitan o coartan la competencia. Nada nuevo. A lo largo del siglo XX se conocieron iniciativas cuyo objetivo era mitigar la centralización y la concentración del capital, abriendo la propiedad de las empresas a los ciudadanos mediante operaciones accionarias, de modo que las viejas categorías clasistas perdieran sentido. En el lugar de los antiguos dueños y sus clanes parasitarios surgiría una capa de anónimos propietarios capaces de orientar a las empresas hacia objetivos “más humanos”, como si la “avaricia” fuera un defecto moral de algunos pecadores encumbrados y no expresión del “afán de lucro” que mueve al “sistema” a obtener las más altas ganancias posibles. Se estableció así el reino de los gerentes, el domino del expertice sobre la regulación, la irresponsabilidad privada proyectada sobre los intereses públicos, el dominio de las grandes corporaciones para hacer que los gobiernos se plegaran a sus intereses.

Parte de ese discurso, definido y aplicado al mundializarse la economía, ha sido retomado en México y otros países del sur como la última novedad en materia de transformación económica. El descubrimiento de la competencia como fuente de todas las libertades y riquezas, tan asociado al imaginario del capitalismo liberal (del que se excluye al Estado), se nos presenta aquí como panacea. La acción contra los monopolios, por cierto descritos con manga ancha y sin precisión, se concibe como un momento liberador de la energía social y productiva de la sociedad, contenida durante décadas por los arreglos perniciosos entre los beneficiarios del poder político y el económico, una minoría que se ha aprovechado por igual del viejo estatismo y de la apertura comercial. Tal revitalización ideológica, afín al corazón blanquiazul de algunos gobernantes, es utilizada como arma arrojadiza en la descarnada lucha que vienen librando entre sí distintos grupos en los que se funden componentes locales y trasnacionales. Por ejemplo, el señor Calderón lamenta en voz alta que la ley proteja a Pemex, impidiendo al gobierno entregar a los capitales trasnacionales la construcción simultánea de tres o cuatro refinerías a la vez. Habla por la herida, pues a estas alturas de la crisis aún no acepta que sin rematar al mejor postor la riqueza petrolera (el monopolio) su administración carece de todo proyecto nacional digno de ese nombre.

Algunos partidarios del capitalismo “popular” exigen un régimen de estricta competencia, aunque no puedan evitar que, bajo la radicalidad de sus denuncias, asomen la oreja otros monopolios que aspiran a aumentar su tajada. En esta visión se pierde de vista el papel del Estado y se mezclan temas políticos y asuntos económicos, es decir, todo lo que sirva al discurso “perturbador” que ya se comienza a poner de moda. Es común la denuncia elitista del sindicalismo, sea el del magisterio o el de Pemex, que los críticos suman al rubro de los monopolios, sin deslindar la estructura corrompida y burocrática que manejan a discreción los líderes, con el organismo legal, necesario y legítimo al que los trabajadores aspiran.

La noción de “monopolio” se aplica con indiferencia, aun cuando se trate de evitar que la desregulación” aniquile la presencia nacional es áreas tan importantes como las telecomunicaciones. En nombre del consumidor se pide mayor eficiencia, precios internacionales, pero resulta sospechoso que bajo la crítica a Telmex aparezca apenas disimulado el deseo de aupar a la telefónica española o cualquiera otra de las siglas en conflicto. Y es que la defensa del consumidor no siempre ha traído los resultados prometidos. Allí está el caso de la banca.

Caso paradigmático es el de las televisoras, que no cejan en su empeño de revertir la reforma electoral, y están dispuestas a seguir por la misma ruta de enfrentamiento hasta que la clase política se rinda y el Poder Judicial se doblegue. Juegan con el desprestigio de los partidos y la debilidad de las instituciones que, como el IFE, dependen, casi exclusivamente, de la confianza ciudadana. Resentidas por el recorte que significa para sus ingresos la canalización de la propaganda política por conducto del órgano electoral, dejan sentir su fuerza reduciendo al absurdo el argumento racional que anima la reforma y que no es otro que darle absoluta transparencia a una operación que no puede ser negocio cautivo de unos pocos. Este desafío de los llamados poderes fácticos al Estado no habría cruzado la línea roja sin la complicidad de los gobiernos que en el pasado se rindieron antes sus intereses. Basta recordar la claudicación de Vicente Fox ante los medios, presentada como síntesis de las libertades de expresión y empresa, y que no fue sino un paso atrás en el cumplimiento del ordenamiento constitucional.

La cuestión no está en “disolver” las grandes empresas (o los sindicatos) sino en sujetarlas a la ley; la competencia requiere de la fiscalización de la sociedad y de la supervisión directa de la autoridad para que cumplan con la función pública que tienen a su cargo. El extraordinario poder acumulado por algunas empresas privadas proviene menos de su tamaño (sin duda importante) como de las complicidades que desde sus orígenes las atan a la operación de las cúpulas políticas. Eso es lo que hay que cambiar.

Lo peor está por venir

Nouriel Roubini
Reforma. 01/01/2009

Nouriel Roubini prevé que economías avanzadas y emergentes tendrán un negro panorama. Un círculo viciosos de contracción económica y agravamiento de las condiciones financieras está en cambio.

Los mercados financieros globales experimentaron en 2008 su peor crisis desde la Gran Depresión de los años 1930. Instituciones financieras de renombre terminaron en la ruina; otras fueron compradas a precio de bagatela o sobrevivieron sólo después de importantes rescates. Los mercados accionarios globales cayeron en más del 50 por ciento; los diferenciales de las tasas de interés subieron vertiginosamente; apareció una severa crisis de liquidez y de crédito; y muchas economías de mercados emergentes se acercaron de repente al Fondo Monetario Internacional en busca de ayuda.

¿Qué nos depara el destino, entonces, en 2009? ¿Lo peor ya quedó atrás o está por venir? Para responder estas interrogantes, debemos entender que un círculo vicioso de contracción económica y agravamiento de las condiciones financieras está en camino.

Estados Unidos con certeza experimentará su peor recesión en décadas, una contracción profunda y prolongada que durará unos 24 meses hasta fines de 2009. Es más, toda la economía global se contraerá. Habrá recesión en la zona del euro, México, el Reino Unido, Europa continental, Canadá, Japón y otras economías avanzadas. También existe el riesgo de un aterrizaje duro para las economías de mercados emergentes, ya que los vínculos comerciales, financieros y monetarios les transmiten sacudones reales y financieros.

En las economías avanzadas, la recesión había generado a principios de 2008 temores de una estanflación al estilo de los años 1970 (una combinación de estancamiento económico e inflación). Pero, frente a la caída de la demanda agregada por debajo de la creciente oferta agregada, los mercados de bienes deprimidos conducirán a una inflación más baja mientras se reduce el poder de fijación de precios de las empresas.

De la misma manera, el creciente desempleo controlará los costos de mano de obra y el incremento salarial. Estos factores, combinados con una marcada caída de los precios de las materias primas, harán que la inflación en las economías avanzadas disminuya hasta un nivel del 1 por ciento, acrecentando las preocupaciones sobre la deflación, no la estanflación.

La deflación es peligrosa ya que conduce a una trampa de liquidez: las tasas de póliza nominales no pueden caer por debajo de cero, de modo que la política monetaria se vuelve ineficiente. La caída de los precios significa que el costo real del capital es elevado y el valor real de las deudas nominales aumenta, lo que conduce a mayores caídas en el consumo y la inversión -y por lo tanto pone en marcha un círculo vicioso en el que los ingresos y los empleos se comprimen aún más, agravando la caída de la demanda y los precios.

A medida que la política monetaria tradicional se vuelva ineficiente, se seguirán utilizando otras políticas poco ortodoxas: políticas para rescatar a inversores, instituciones financieras y prestatarios; provisión masiva de liquidez a los bancos para aliviar la crisis crediticia; y hasta acciones más radicales para reducir las tasas de interés a largo plazo sobre los bonos del gobierno y achicar el diferencial entre los tipos del mercado y los bonos del gobierno.

La crisis global de hoy fue desencadenada por el colapso de la burbuja inmobiliaria norteamericana, pero esa no fue la causa. Los excesos de crédito de Estados Unidos fueron en hipotecas residenciales, hipotecas comerciales, tarjetas de crédito, préstamos para automóviles y créditos estudiantiles. También hubo excesos en los productos de seguros que convirtieron esas deudas en derivados financieros tóxicos, en toma de préstamos por parte de los gobiernos locales, en financiamiento para compras apalancadas que nunca deberían haber ocurrido, en bonos corporativos que ahora sufrirán pérdidas masivas en una ola de impagos; en el mercado peligroso y desregulado de las permutas de riesgo crediticio.

Es más, estas patologías no estuvieron confinadas a Estados Unidos. Hubo burbujas inmobiliarias en muchos otros países, alimentadas por un exceso de préstamo barato que no reflejaba los riesgos subyacentes. También hubo una burbuja de materias primas y una de fondos de capital privado y de cobertura.

De hecho, ahora presenciamos la defunción del sistema bancario en la penumbra, el complejo de instituciones financieras no bancarias que parecían bancos cuando pedían dinero prestado a corto plazo y de manera líquida, apalancaban mucho e invertían a plazos más largos y no de manera líquida.

En consecuencia, la mayor burbuja de activos y de crédito en la historia de la humanidad ahora se está desintegrando, con pérdidas crediticias generales que probablemente ronden la asombrosa cifra de 2 billones de dólares. Por lo tanto, a menos que los gobiernos recapitalicen rápidamente a las instituciones financieras, la crisis crediticia se volverá aún más severa a medida que las pérdidas aumenten más rápido que la recapitalización y los bancos se vean obligados a contraer los créditos y los préstamos.

Los precios de las acciones y otros activos riesgosos han caído marcadamente de sus picos de fines de 2007, pero todavía existen riesgos de que sigan cayendo. Un consenso en ciernes sugiere que los precios de muchos activos riesgosos -entre ellos las acciones- han caído tanto que ahora estamos en el fondo y que se producirá una rápida recuperación.

Pero lo peor está por venir. En los próximos meses, las noticias macroeconómicas y los informes de ingresos/ganancias de todo el mundo serán mucho peores de lo esperado, lo cual ejercerá una mayor presión bajista sobre los precios de activos riesgosos, porque los analistas del mercado accionario todavía se están engañando a sí mismos al pensar que la contracción económica será suave y breve.

Si bien el riesgo de una crisis financiera sistémica total se ha reducido gracias al accionar del G-7 y otras economías para proteger sus sistemas financieros, siguen existiendo serias vulnerabilidades. La crisis de crédito se agravará; el desapalancamiento continuará, a medida que los fondos de cobertura y otros actores apalancados se vean obligados a vender activos en mercados no líquidos y deprimidos, causando así más caídas de precios y expulsando a más instituciones financieras insolventes del negocio. Unas pocas economías de mercados emergentes seguramente entrarán en una crisis financiera hecha y derecha.

De manera que 2009 será un año doloroso de recesión global y mayor estrés financiero, pérdidas y quiebras. Sólo políticas agresivas, coordinadas y efectivas implementadas por países avanzados y de mercados emergentes pueden asegurar que la economía global se recuperará en 2010, en lugar de entrar en un período más prolongado

Una resaca de 10 billones de dólares

Ciro Murayama
09/01/2009

Joseph Stiglitz, Premio Nobel de economía en 2001, y Linda J. Bilmes acaban de publicar en la edición de enero de la revista Harper’s el artículo “La cruda de los 10 billones de dólares”, con el claro subtítulo de “Pagando el precio por ocho años de Bush”.

Los datos del artículo son contundentes sobre las cuentas del presidente que dejará la Casa Blanca en unas semanas: casi todos los indicadores económicos se han deteriorado, así como el déficit público, el déficit comercial o los niveles de endeudamiento. En datos que atañen más a la calidad real de la economía del vecino del norte y de sus habitantes, cerca de cuatro millones de puestos de trabajo en la industria manufacturera han desaparecido y más de cinco millones de estadunidenses se sumaron en estos años a quienes carecen de cobertura sanitaria. De acuerdo con Stiglitz y Bilmes, el costo por familia para adquirir un seguro médico creció en 87%, las personas sin cobertura médica se extendieron 19% –rebasando los 45 millones de individuos–, las familias en una situación de pobreza aumentaron en 19% –habiendo ya 7.6 millones de núcleos familiares en tal extremo–, el ingreso medio de las familias cayó uno por ciento en ocho años, al tiempo que los beneficios de las corporaciones se expandieron en este periodo en 68%.

A pesar de que las administraciones republicanas en Estados Unidos se identifican con la ortodoxia económica, ocurre que con frecuencia son sus gobiernos los más irresponsables en el control de los equilibrios entre ingresos y gastos públicos. Ocurrió en su momento en la era Reagan, pero en esta ocasión el descontrol alcanza marcas históricas para la economía mundial: Bush Jr. llegó al gobierno recibiendo un superávit público de 128 mil millones de dólares, pero estimaciones de la oficina presupuestal del Congreso situaban el déficit para noviembre del año pasado en 750 mil millones de dólares. Nunca un gobierno, en un ejercicio fiscal, había debido tanto.

Eso, hasta ahora. A ello hay que agregar los costos que deja la herencia –si así se le puede llamar al legado de deudas– de Bush, que se desagrega, según los cálculos de los autores referidos, en: aumento de la deuda nacional: 4.9 billones; déficit fiscal proyectado para 2009: 0.75 billones; costo del rescate de los gigantes financieros Fabbie Mae y Freddie Mac: 1.6 billones; costo de otros rescates por bancarrotas: medio billón de dólares; intereses futuros en los próximos 10 años por la nueva deuda contraída en los ocho años previos: 1.5 billones; pagos a compañías farmacéuticas por el llamado “Medicare Part D” –que no negocia el precio de las medicinas con los proveedores–: 0.8 billones de dólares; costos en pensiones a veteranos de guerra de Irak y Afganistán y a sus familias: 0.1 billón; reconstrucción de la defensa nacional tras la guerra: 0.2 billones. En total: 10.35 billones de dólares. Es la loza económica de Bush a Obama y, sobre todo, a los estadunidenses.

Ahora bien, en medio de la magnitud del desastre revelado en los últimos meses es la hora en que no deja de haber ganadores: entre ellos a los que se les dejó hacer y se les dejó pasar cualquier medida con afán de lucro –así fuera el engaño puro y duro de las pirámides–, y ello fue posible merced la predominancia de un discurso sobre el control de la economía que los gobiernos de Bush encarnaron al extremo, el de la desregulación. ¿A dónde fue el dinero en estos años? Ya se mencionó el aumento en las ganancias corporativas, pero Stiglitz y Bilmes dan cuenta de que 10% de los hogares más ricos vieron aumentar sus ingresos en 95%.

Por supuesto, el desastre no es sólo responsabilidad de una persona o de una administración, pues en buena parte de los problemas asociados con decisiones de política también participaron otros agentes, como el Congreso, que aprobó una reducción de impuestos favorecedora de los segmentos de altos ingresos –responsabilidad que, por cierto, en nuestro país también comparte la Cámara de Diputados junto con el gobierno de Vicente Fox–, o la Reserva Federal y distintas agencias reguladoras de los mercados financieros que por omisión dieron rienda a la espiral de especulación y fraude que precipitó la crisis económica mundial en curso. En el sector privado hay, asimismo, responsabilidades, que van de las empresas partícipes del engaño hasta los propios consumidores.

Pero, con todo, la responsabilidad directa de los dos gobiernos de Bush Jr. en el desenlace económico es intransferible. Demuestra que la acción pública siempre tiene consecuencias en el devenir económico, pero que también las tiene la inacción, esto es, que la pretendida verdad revelada de que las fallas en la acción estatal se resuelven con la inhibición de la política pública y la abdicación de las responsabilidades estatales es falsa. El problema no es que el Estado actúe, o que deje de hacerlo, sino de la calidad y la orientación de las acciones. Unas administraciones que apostaron por la reducción de impuestos, la desregulación y por favorecer la concentración del ingreso dejan tras de sí una delicada situación económica que afectará a varias generaciones. En esa experiencia triste hay, o debería haber, claves de lo que los gobiernos no se pueden permitir y de lo que no se les puede permitir. Es hora de tomar nota en clave doméstica.

Adiós a todo eso

Rolando Cordera Campos
La Jornada. 03 /01/2009

En un magistral recuento navideño, el Financial Times dice adiós a mucho de lo que por fin se fue o debía irse cuanto antes. Por ejemplo: W. Bush (“quien, sugieren los reportes, todavía es presidente”); Sarah Palin (“quien, como toda pantomima, buscará un retorno”); la cultura del bono (“que recompensa la irresponsabilidad y falta de escrúpulos financieros”). También, nos dice el diario, debería terminar el desproporcionado reclutamiento de los mejores graduados por la banca de inversión, para auspiciar un reciclamiento del talento hacia la educación, la investigación o la salud. Quienes quieran seguir “empaquetando productos caros cuyo contenido no comprenden bien pueden encontrar lugar en el departamento de envolturas de Harrod’s”. No extrañaremos, añade, la “deferencia automática a los titanes de la banca de inversión, muchos de los cuales han mostrado no merecerla”. “Finalmente –dice– complace ver lo que parece ser el fin de una actitud hostil a los damnificados sociales. Cuando incluso los más poderosos en el planeta financiero se han visto forzados a buscar ayuda de la gran masa de lo contribuyentes, se reclama de todos nosotros una actitud más humilde” (FT, 24/12/08, p.6).

Adiós a todo eso, en efecto: a la creencia en “fundamentos” que resultaron minas de arena para un capitalismo desenfrenado que desde Thatcher y Reagan, pasando por Clinton y el pendenciero texano, se quiso imponer como pensamiento y camino únicos. El fin, esperemos, de un “modelo” destinado a pervertir la calidad humana, volver mercancía la tierra, el aire o el trabajo, y convertir en mercado la relaciones sociales y personales.

Hace poco más de 20 años, tras caer el Muro y desplomarse la URSS, un connotado marxista británico exclamó: “al diablo con todo eso”. Hoy podemos decir lo mismo del experimento globalista que ha puesto al mundo real, global sin duda pero diverso y desigual como nunca, en peligro inminente. Sólo repensando esa globalidad para reconvertirla en visión y estrategia solidaria con la especie y el resto de la naturaleza podrá imaginarse una recuperación sostenida que no requiera, como la tragedia que empezara en 1929, de la guerra y la destrucción masiva para sostenerse.

¿Podemos hacer nuestra propia lista de abandonos deseables? En el plano de la economía política podríamos desear el dejar atrás la necedad y miopía de Hacienda, vuelta arrogancia párvula en triste emulación de la “era de la ignorancia” de Greenspan y compañía (Cf. William A. Fleckenstein con Frederick Sheeham: Greenspan’s Bubbles. The age of ignorance at the Federal Reserve). La política económica reclama menos dogma y más disposición al riesgo, menos prudencia y más pragmatismo, menos resignación y más experimentación y creatividad. Pero más allá de esto, la economía debe volver a imaginarse como economía política nacional porque sólo así podremos ser efectiva y creativamente globales. Y no al revés, como se buscó por casi un cuarto de siglo para amanecer más dependientes y vulnerables en el vagón de cola de un ferrocarril descarrilado.

Adiós a todo esto, pues, si es que podemos todavía aspirar a que la política produzca democracia y buen gobierno, para encaminar al Estado hacia un perfil social, democrático y de derecho. Como lo buscaran Roosevelt y los suecos y entre nosotros el gran general y presidente Lázaro Cárdenas. Revisemos la historia, pero no renunciemos a sus lecciones señeras.

Habla el “Doctor calamidad”, profeta exacto del crack.

“Para 2007 una recesión en Estados Unidos es 70% probable”
La Nacional de Chile. 11/09/2006

El Instituto de Coyuntura Conference Board anunció el pasado 29 de agosto que el índice de confianza de los consumidores estadounidenses se desplomó en ese mes y que está ahora en su nivel más bajo del año. ¿Consolida esto su pesimismo respecto de la evolución de la economía norteamericana?

El ex asesor financiero, de Bill Clinton y actual profesor de la universidad de Nueva York, estima que el estallido de la burbuja inmobiliaria tendrá el mismo efecto que el de las acciones de las empresas Internet.

Cecile Prudhomme

-El Instituto de Coyuntura Conference Board anunció el pasado 29 de agosto que el índice de confianza de los consumidores estadounidenses se desplomó en ese mes y que está ahora en su nivel más bajo del año. ¿Consolida esto su pesimismo respecto de la evolución de la economía norteamericana?

-La probabilidad de una recesión en la economía de Estados Unidos en 2007 se ha acrecentado aun más. Es ahora de un 70%. Las últimas estadísticas refuerzan mi punto de vista. Tuvimos últimamente números desastrosos en el mercado inmobiliario, una fuerte baja en la confianza de los consumidores y un retroceso significativo en el mercado automotriz. Todos los indicadores económicos muestran que la probabilidad de una recesión se hace cada vez más fuerte. En mi opinión, la recesión norteamericana será esta vez más larga y más profunda que en 2001. Durará por todo 2007 y afectará al resto del mundo.

-¿Es responsable por ello el Banco Central de Estados Unidos, con su política de restricción del crédito y desaceleración del crecimiento?

– Es más complicado que eso. La Reserva Federal (FED) debía elevar sus tasas de interés, como lo hizo hasta junio, porque había un real avance de la inflación. Pero el error de la FED data de hace varios años, cuando permitió, manteniendo las tasas de interés demasiado bajas por demasiado tiempo, que se formara sin control la burbuja inmobiliaria. La FED hizo bien de dejar últimamente de aumentar sus tasas de interés. Porque deberá bajarlas de aquí a fines de este año 2006, cuando vea perfilarse el espectro de la recesión.

Aunque su acción no baste para evitarla. Es un poco el mismo escenario de 2000-2001. La FED esperaba entonces un aterrizaje suave de la economía y había dejado de elevar las tasas en junio de 2000, seis meses antes del inicio de la recesión. El estallido de la burbuja Internet hizo que el crecimiento se desplomara, lo que condujo a la recesión, así como hoy el estallido de la burbuja inmobiliaria va a desembocar en una recesión. La FED había comprendido demasiado tarde, en diciembre de 2000, que la recesión se asomaba y comenzó a reducir de urgencia las tasas de interés en enero de 2001. Pero eso no bastó para evitar la recesión.

-Aparte de las últimas estadísticas económicas, ¿cuáles son las señales de una próxima recesión?

-La propia FED utiliza como indicador para evaluar la probabilidad de una recesión la pendiente de la curva de las tasas de interés, es decir, la distancia entre las tasas de interés a largo plazo y las de corto plazo. Este modelo da una probabilidad de 44% de tener una recesión en Estados Unidos. Si la pendiente de la curva es inversa, es decir, si las tasas largas son inferiores a las cortas, significa que los mercados esperan una baja de las tasas a corto plazo. Y si bajan las tasas cortas es porque, con una recesión, la inflación disminuye y la FED baja sus tasas de interés. Esta señal es un muy buen barómetro de la recesión. Las ventas de vehículos también son un buen indicador del ciclo económico. Ellas están a la baja, lo que no está desligado de la desaceleración inmobiliaria. Una parte de la declinación del mercado automotriz proviene de la baja en las ventas de utilitarios, utilizados por los empresarios de la construcción. En fin, observo también cuántas veces se menciona la palabra recesión en las informaciones estadounidenses de actualidad en Google (6.340 hoy contra 4.850 a comienzos de agosto).

-¿Pueden Europa y Japón tomar el relevo de Estados Unidos para sostener el crecimiento mundial?

– No. Es aberrante pensar que, si Estados Unidos caen en recesión, a Europa y Japón pueda irles mejor, hay demasiados lazos comerciales. Sobre todo cuando Europa ya está afectada por el shock petrolero, cuando el Banco Central europeo sube sus tasas de interés y cuando varios países experimentan burbujas inmobiliarias, como España o Italia. La recuperación económica en Europa es, además, muy frágil. La confianza de los consumidores en Alemania está en su más bajo nivel en cinco años. La recesión en Estados Unidos afectará directamente a Europa, por varias vías y especialmente por la divisa. Con una baja del dólar (corolario de la recesión), el euro va a subir y ello frenará el crecimiento europeo, como en 2005, pesando sobre sus exportaciones. Durante el vacío económico de 2001, Europa, Japón y Estados Unidos bajaron rápidamente sus tasas de interés y flexibilizaron sus políticas fiscales. Pero ahora es diferente: los bancos centrales de la zona del euro y del Japón aumentan sus tasas y, sobre todo en Europa, ya no hay mucho margen de maniobra para aplicar si es necesario una política de relanzamiento.

La negra noche

Rolando Cordera Campos
La Jornada 02/11/2008

A unos días de que los estadunidenses elijan a su presidente y renueven el Congreso, los datos económicos apuntan al más oscuro de los panoramas esbozados por la implosión de su sistema financiero. El producto interno bruto decae en el tercer trimestre del año y muchas empresas deciden no invertir mientras empiezan a despedir trabajadores. Se estima que en lo que va del año se han perdido 760 mil empleos y que en el periodo anotado el consumo decrece, por primera vez en veinte años, a un ritmo anual de 3.1 por ciento. Si se considera que el consumo interno representa poco más de 70 por ciento de la actividad económica americana y que las exportaciones han visto reducir sensiblemente su dinámica, debido al contagio global de la crisis, se tendrá un escenario inicial de la magnitud de lo que viene en la parte real de la economía, donde crujen los dientes y el bienestar de la mayoría topa con el muro del desempleo y la pérdida de expectativas.

Difícil de prever en cuanto a la profundidad que tendrá, la crisis se despliega con inusitada crueldad ante nuestros ojos. La crisis online, global como ninguna, empieza por el centro y humilla al poderoso. Pero eso no consuela a nadie, porque sin centro que lo sostenga el sistema puede empezar a disolverse y a perder su naturaleza, como si entrara a un hoyo negro.

Aquí abajo, a la vuelta de la esquina, en irónica sintonía con la información que viene del norte, el gobernador Ortiz traza proyecciones estrujantes, “rumbo al desplome” (Roberto González, La Jornada, 30/10/08, p.30).

La producción apenas ascenderá 2 por ciento este año y el que viene será peor: entre 0. 5 y 1.5 por ciento, lo que significa que no se crearían más de 250 mil empleos formales en todo 2009, muy por debajo de lo requerido para apenas hacer frente al reclamo demográfico encarnado en poco más de un millón de jóvenes que llegan a la edad de trabajar cada año. La opción es la informalidad, que será un circo de más de tres pistas donde se viva el drama sin compasión de una competencia brutal por el espacio, la esquina, el auto a lavar.

Se documenta ya la fragilidad renacida de nuestro comercio exterior debido a severos desequilibrios comerciales y de cuenta corriente, que se ahondarán con los petroprecios y las remesas a la baja; mientras las reservas resienten las presiones a la alza de las empresas endeudadas en dólares, que enfrentan vencimientos pero no posibilidades de redocumentarlos. De explotar esta crisis adicional e insólita de deuda externa privada, que afectará a las empresas grandes, la cadena ya arrancada de decaimiento productivo y desempleo sólo puede agravarse. Los ricos, por fin, también lloran, dirán algunos; pero recuérdese que con todo y la changarrización con que nos maldijo Fox, todavía una fracción importante de la fuerza de trabajo se ocupa en aquellas empresas. Lo que está por verse son los términos de su salvamento.

Apenas empieza, pero ya no puede alegarse sorpresa o desconocimiento. Y en Dios ya pocos creen, según el Evangelio de Felipe en San Salvador. La incertidumbre arrastra certezas ominosas de derrumbe y larga duración del receso. Atrás quedará el amasijo de argumentos por la estabilidad a toda costa, y más pronto que tarde descubriremos que la sabiduría convencional de la época sólo puede llevarnos al desastre. Lo que está por verse es la capacidad de improvisación, de pragmatismo histórico, que puedan tener el Estado y la democracia pluralista para caminar en el lodo y no resbalar a la primera.

Se ha mostrado que la movilización popular no es el enemigo malo de la democracia representativa, que la violación de la ley está en otra parte y que, incluso, puede llevar a explorar territorios de participación y debate productivos que so pretexto de la pureza del sistema democrático muchos dieron por cancelados. La savia de la política popular radica, así, en encontrar los equilibrios, siempre inestables, entre movilización y política democrática para dar paso a una nueva política constitucional, que es lo que la hora reclama.

Como nos lo dejaron, el Estado y sus agencias no embonan con una democracia siempre al borde de la incompetencia perfecta. Mucho menos si se quiere cambiar de objetivos y criterios para proteger a los más débiles, defender el empleo, evitar que la planta productiva que queda se desvanezca: para eso, el Estado no está preparado y es urgente asumirlo (Véase al respecto la nota de Angélica Enciso sobre el gasto social y sus deformidades: La Jornada, 31/10/08).

Al Ejecutivo le tocan tareas amargas de revisión de cuadros y creencias. El espot ha dejado de ser placebo para volverse tóxico, y el diplomado en “economía y políticas públicas”, mal consejero. Por su parte, el Congreso deberá convertirse en foro permanente de deliberación y búsqueda de opciones que no aplasten lo que queda de vigor social y abran paso, progresivamente, a nuevas fórmulas cooperativas, de vinculación con lo que vaya a quedar de la globalidad, de invención y acumulación de la esperanza. Pero la noche avanza, negra.

La crisis pone a prueba a Latinoamérica

Alicia González
El País. 02/11/2008

La región tiene ahora un reto: demostrar si su modelo es viable en consiciones adversas. El mercado ha empezado a diferenciar entre los países de la región. La evolución de la economía de China es clave para el futuro de la zona. El coste de los fletes se desploma ante la caída de la demanda de materias primas. El recurso a la política fiscal no es una opción para la mayoría de la región.

Hace aproximadamente una semana, una queja casi unánime emergía en un encuentro informal de empresarios y responsables políticos en Guanajuato, al norte de la capital de México. «En contra de lo que dictaría la lógica económica, el país que ha provocado la crisis financiera internacional [Estados Unidos] es el que se ha convertido en el refugio de los inversores, y somos nosotros los que sufrimos el castigo y no el dólar. No tiene sentido». «Es más sencillo que todo eso», respondió uno de los invitados, «hay tanta gente demandando dólares que eso hace que el valor de la divisa se dispare. Así de simple. El tipo de cambio ahora no tiene nada que ver con los fundamentos económicos».

Esta explicación más o menos simplificada de lo que ha sucedido con el peso mexicano desde el verano puede extrapolarse al impacto de la crisis financiera en la región. Latinoamérica se ha visto arrastrada a una espiral de caída generalizada de sus divisas, huida de capitales y aumento de la prima de riesgo que poco o nada tiene que ver con el desempeño económico de la región en los últimos años.

Han sido seis ejercicios de crecimiento económico y corrección de los desequilibrios como pocas veces ha vivido la zona. «Desde 2003, el crecimiento económico se ha situado de media en el 5%, frente al 3,5% registrado entre 1970 y el año 2000. Mientras tanto, la inflación llegó a caer hasta el 5% a finales de 2006, su mínimo en 37 años», recuerda el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su último informe regional.

Un escenario que se ha visto ensombrecido, sobre todo desde el pasado mes de septiembre, ante el deterioro de las condiciones financieras a nivel global y regional y la caída de los precios de las materias primas. Los principales organismos y analistas internacionales han rebajado sus previsiones de crecimiento para la región hasta el entorno del 4,5% este año y alrededor del 3% en 2009. Algunos países, como en el caso de México, apenas crecerán el 1% el próximo año.

El cambio en las perspectivas económicas ha arrojado nuevas dudas sobre uno de los debates de este último año. Si Internet y las tecnologías de la información crearon la ilusión de que los ciclos económicos habían llegado a su fin, el impresionante avance económico logrado por muchos países emergentes en los últimos años había hecho creer a los expertos que el decoupling -el desacoplamiento de estos mercados del ciclo económico de los países desarrollados- era posible.

Pero, como explica Don Hanna, de Citigroup, «la mayor caída en la actividad económica de Estados Unidos, Unión Europea y Japón [conocidos como el G3] desde los años ochenta y el peor comportamiento de los mercados desde los años treinta ha provocado que la metástasis haya llegado también a los mercados emergentes».

Aunque esos mercados ya no son uniformes, como sí se constató en la crisis asiática de 1997 y 1998 y la crisis suramericana de 2001 y 2002, ni tienen respuestas casi miméticas. Tampoco dentro de la región.

«Latinoamérica es una realidad heterogénea», asegura Gerardo della Paolera, presidente emérito y profesor de Económicas de la Universidad Americana de París. «México ya está en otra liga desde hace tiempo, y ahora también lo está Brasil».

Lo cierto es que el mercado ya ha empezado a marcar esas diferencias. El acuerdo alcanzado esta semana entre la Reserva Federal de Estados Unidos y los bancos centrales de Brasil y México -junto a los de Corea y Singapur- para dotar de liquidez en dólares a esos mercados es un reconocimiento a la solidez macroeconómica que han alcanzado en los últimos años, así como a su importancia en el sistema financiero global. Es el mismo reconocimiento que quiere demostrar el FMI con los 250.000 millones de dólares que ha puesto a disposición de «los países que atraviesan dificultades temporales de liquidez», pero que tienen «fundamentos económicos saneados». Entre ellos, claramente, México y Brasil, aunque también otros países de la zona, como Colombia.

Esos acuerdos han sido necesarios por el castigo que los mercados venían infligiendo a las divisas de la región. Desde su nivel más alto frente al dólar, en agosto pasado, el peso mexicano ha perdido un 22%; el real de Brasil, un 25%; el peso chileno, otro 36% desde marzo, y desde julio, el peso argentino, un 11%. Detrás de esos bruscos movimientos «está pasando algo más que sólo el miedo», dice Citigroup.

Muchas oscilaciones tienen que ver con operaciones de carry trade, en las que se toman préstamos en monedas con bajos tipos de interés (por ejemplo, el yen, ahora al 0,3%) para invertir en otras divisas con mayor rentabilidad. Una de las prácticas de ingeniería financiera que también ha llegado a estos mercados. A mediados de octubre, Comercial Mexicana, la tercera empresa de comercio minorista del país, presentó la suspensión de pagos de sus obligaciones al verse atrapada en operaciones de derivados en divisas por más de 1.000 millones de dólares.

Los movimientos en los tipos de cambio también están relacionados con la elevada presencia de entidades financieras extranjeras en estos mercados (de más del 80% en el caso mexicano) que, ante las dificultades del mercado crediticio, repatrían capitales a su país de origen. Es parte del proceso de desapalancamiento (vender determinados activos para obtener liquidez y reducir otras deudas) que se está produciendo a nivel global y que es una de las claves de esta crisis.

Esta combinación «trasladará las restricciones de crédito que sufren la mayoría de los países desarrollados a los países emergentes», asegura BNP Paribas. De hecho, el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por sus siglas en inglés) prevé que los préstamos netos de la banca a los países emergentes (salvo los del Golfo) pase de 401.000 millones de dólares en 2007 a 245.000 millones este año y 135.000 el que viene.

Una noticia preocupante para una región como América Latina, muy dependiente del capital exterior para financiarse, y que se refleja en el aumento de los costes para asegurar su deuda (credit default swaps) y el índice de riesgo-país de JPMorgan. De nuevo aquí, el mercado discrimina: las tensiones financieras han aumentado para todos, pero el coste para países como Argentina y Ecuador es muy superior al de Chile, Brasil o México [ver gráfico].

En el caso de Argentina, la decisión del Gobierno de nacionalizar los fondos de pensiones privados ha disparado la prima de riesgo hasta exigir un rendimiento superior al 23%. Es decir, «que nadie quiere prestarle dinero a Argentina, ni siquiera Venezuela», aclara Nicholas Morse, de Schroders, que sostiene que ni con esa decisión se elimina el riesgo de una nueva suspensión de pagos del país suramericano por las tensiones presupuestarias que tendrá que afrontar ante las caídas del precio del petróleo y de la soja.

Por si fuera poco, los países emergentes afrontarán una dificultad añadida en 2009. La mayoría de los planes de rescate de los países desarrollados se va a financiar con emisiones de deuda, por lo que los países con riesgos añadidos van a tener que pagar una prima sustanciosa para conseguir colocar sus bonos. Es el efecto crowding out, en el que las emisiones de deuda de los países ricos expulsan del mercado a los países emergentes o incluso a inversores privados menos cualificados.

Las dificultades de este escenario quedan reflejadas en la marcha de las bolsas a lo largo del último mes, con caídas que van desde el 39% de los índices de Argentina o Perú al 5,6% de Venezuela o el 9,5% de Chile. «Las recientes caídas de las bolsas pueden reflejar no sólo la huida del riesgo, sino también la desaceleración del crecimiento en los países emergentes», advierte Citigroup. Ahí es donde el comportamiento de China cobra gran relevancia para el futuro de la región.

Estados Unidos y, en mucha mayor medida, Europa han perdido peso como socio comercial del conjunto de América Latina y el Caribe en detrimento de la región Asia-Pacífico. Casi el 36% de las exportaciones de Chile se dirige a esa región; el 24%, en el caso de Perú; el 18%, de Brasil, y el 16%, de Argentina, según datos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de Naciones Unidas.

«Si el crecimiento de China se desacelera hasta niveles del 7%, los países más dependientes de las ventas a ese país sufrirán, aunque no será un drama. Pero si China entrara en recesión, entonces sí que se produciría una auténtica catástrofe», asegura Della Paolera.

No parece que sea eso lo que le espera al gigante asiático. El FMI pronostica un crecimiento de poco más del 9% el año que viene, después del 11,9% registrado en 2007. Pese al ritmo todavía elevado del crecimiento, el frenazo ya se deja notar, especialmente en la demanda de materias primas, y no sólo el petróleo.

Una buena muestra de ello es la evolución del índice del Báltico, que recoge el coste de los fletes de transporte de materias primas y que ha demostrado ser un indicador fiable de la evolución de la demanda de estos productos. Desde el pasado mes de mayo, el índice ha pasado de rozar los 12.000 puntos a menos de 900 puntos esta semana. Es decir, una caída de más del 90% en apenas cinco meses y que los analistas de Barclays atribuyen al deterioro de las perspectivas macroeconómicas globales y, más en concreto, al descenso de la demanda china de acero. De hecho, el consumo chino de este metal ha pasado de crecer el 22% a apenas el 4,8% en septiembre. Brasil, el principal productor mundial de acero, ha tenido que cancelar varios envíos al país asiático, y sus productores, dar marcha atrás en sus pretensiones de aumentar el precio un 11% este año.

Tanto Barclays como los técnicos del FMI también advierten de otra preocupante tendencia que afecta a las materias primas: la congelación del crédito tanto para las pequeñas y medianas empresas exportadoras de China, Brasil y Rusia («lo que contribuirá a reducir el comercio mundial», dicen desde el banco británico), como a los productores agrícolas, que no pueden acceder así a las semillas, fertilizantes y maquinaria necesarias para la próxima cosecha. De confirmarse estas tendencias, cabría esperar un cierto alza en los precios de los productos agrícolas para la próxima primavera y así lo apunta el mercado de Chicago (donde cotizan los granos), que ha registrado notables subidas este mes.

El Fondo calcula que una caída en el precio de las materias primas del 10% reduce el crecimiento del PIB de la región en 0,8 puntos porcentuales.

Citigroup advierte que si el descenso va más allá, hasta el 15%, «el impacto sobre Latinoamérica empeorará» y el consiguiente deterioro del déficit por cuenta corriente añadirá presión sobre las divisas de la zona, aumentará las probabilidades de subida de los tipos de interés y afectará seriamente al crecimiento.

Hay otras fuentes de ingresos que empiezan a hacer mella en la región. La desaceleración económica de Europa y Estados Unidos ha empezado a frenar la llegada de turistas, sobre todo en la zona del Caribe.

A ello cabe añadir las caídas en las remesas, segunda fuente de ingresos en el caso de México y Ecuador. Aunque las autoridades mexicanas advierten de que puede tratarse de un fenómeno temporal, que los trabajadores mexicanos en Estados Unidos difícilmente volverán a su país, donde el empleo tampoco está garantizado; que muchos pueden haber perdido su trabajo en la construcción, pero que lo buscarán en otro sector, y que en el último mes han empezado a notar que, aunque hay menos envíos, los inmigrantes mandan cada vez más cantidad de dinero.

Este nuevo escenario se convierte, así, en el test a la solidez macroeconómica de Latinoamérica. Si, a diferencia de otras crisis, el modelo de crecimiento de la región resulta viable cuando las condiciones no son las óptimas y si los avances registrados en los últimos años (reducción de la deuda externa, mejora de la balanza por cuenta corriente, credibilidad macroeconómica…) han llegado para quedarse o no.

El Banco de España se hace eco de ese temor. En su último informe semestral sobre la economía latinoamericana, la entidad admite que el deterioro de la situación puede intensificar los síntomas de cambio de ciclo «y condicionar de forma importante las respuestas de política económica en América Latina en los próximos meses».

Es uno de los riesgos que más temen los analistas. Los mercados emergentes tienen en general tasas de inflación muy superiores a los objetivos fijados por sus bancos centrales. Pese al deterioro de la situación económica, los analistas de Citigroup dudan que los bancos emisores vayan a proceder a una rebaja de los tipos de interés «para no arriesgarse a perder parte de su credibilidad».

Según se recrudezca el endurecimiento de las condiciones crediticias, «el recurso a las medidas menos ortodoxas -como la nacionalización de los fondos de pensiones llevada a cabo por las autoridades argentinas- corre el riesgo de incrementarse», dice Don Hanna. Aunque los analistas no prevén que este tipo de medidas se generalicen, sí apuntan la posibilidad de que las autoridades impongan controles de capital si la caída de las divisas se acentúa.

La política fiscal, la respuesta que a la mayoría de los países desarrollados ha recurrido en esta segunda etapa de la crisis financiera, no es una opción para muchas economías emergentes. Algunos países, como India o Brasil en la región, cuentan de partida con niveles de déficit y deuda públicos demasiado elevados para utilizar el presupuesto público como estímulo al crecimiento. Otros todavía están centrados en reducir sus déficit fiscales, como Colombia, en un intento de mantener bajo control sus costes de deuda a largo plazo. De momento, sólo México ha anunciado un paquete de estímulo para intentar compensar el frenazo económico.

Lo que no ha mejorado en este tiempo es la distribución de la riqueza en el continente, y Latinoamérica sigue siendo el que mayores diferencias sociales registra. Un informe del FMI sugiere que la subida de los precios de los alimentos desde finales de 2006 ha reducido el poder de compra de los hogares urbanos más pobres un 16% en Nicaragua y un 3% en México en este tiempo. Con esos incrementos en los precios de productos básicos, advierte el organismo, los avances en la reducción de la pobreza registrados en la última década se han visto anulados.

Estas circunstancias introducen fuertes tensiones sociales en la región y, con ello, el sistema democrático también se pone a prueba. «Hay una fuerte relación directa entre la situación económica y el auge del populismo», reconoce el profesor Della Paolera. De hecho, los partidos de Gobierno de Brasil y Chile, dos de los más estables de toda la región, ya han sufrido sendas derrotas electorales a nivel local en las últimas semanas. Y ése podría ser sólo el principio de una nueva etapa de inestabilidad. –

Salida hay… no la tapemos

Rolando Cordera Campos
La Jornada. 26/10/2008

En La Jornada del viernes, David Brooks documenta con precisión el fin de la fiesta de Wall Street que deja en la calle hasta a las conejitas del Playboy: los despidos en las grandes empresas llegan a miles, y la FBI investiga felonías financieras. Por su parte, el vapuleado maestro Greenspan confiesa el poder de sus creencias: con ellas y por ellas la gran nación de los libres vive ahora en las cercanías de una gran depresión que “no tenía por qué volver a suceder”, como advirtiera el gran economista Mynski, dados los conocimientos múltiples que la anterior, la de 1929, dejó a la humanidad y a sus dirigentes. El peso de las (malas) ideas, junto con las pésimas costumbres del capitalismo salvaje, son hoy pecado capital, hasta que los nuevos amos del universo se recuperen y la historia de la codicia vuelva a empezar.

El presidente Sarkozy decreta la muerte de la “dictadura” del mercado libre y lanza un fondo soberano para apoyar a la industria francesa. El dirigismo galo a todo lo que le da su retórica, por mal que les pese a la señora Merkel y sus asesores. A la vez, el resto de los estados hacen sus cuentas y se aprestan a violar el credo liberalista: más que de socialismo, aconseja The Economist, hay que hablar de pragmatismo para atajar los remezones del tsunami financiero, mientras en un lado y otro se despliega la tormenta mayor de la crisis del empleo y la producción.

Nadie está a salvo y lo peor que puede ocurrir es que se imponga el sálvese quien pueda. Así ocurrió en los años treinta del sigo pasado y así les fue a todos, a los que buscaron protegerse del mundo amenazante, como los Estados Unidos de América, y a los que imaginaron que con un poco de mano dura y un ocasional Arturo Ui las cosas mejorarían, como en Alemania. La opción dictatorial, totalitaria, que ofreció Stalin, fue al final de cuentas una ilusión sangrienta, pero junto con Hitler marcó el extremo de la pauta: sin Estado no hay salida, porque el mercado se come a sí mismo y con él a la naturaleza y el trabajo.

¿Y nosotros? Una vez que la ilusión privatista no viaja ni en tranvía, toca al talento y a la política hacerse cargo de una situación que se agrava con los días. Con anterioridad a la entrada en sociedad de la crisis, podía estimarse que la pobreza llamada alimentaria había aumentado debido a la carestía y no por unos cuantos miles sino por millones, tal vez más de dos, según cuentas preliminares de los expertos. Ahora, con el desempleo a la puerta, o de plano instalado en la sala, puede esperarse que las minúsculas reducciones en los diversos índices de pobreza logrados trabajosamente en los últimos años de estabilidad y mediocre crecimiento, retomen su nefasta tendencia alcista.

Poco o nada puede decirse de la planta productiva, tan colgada del exterior en sus flancos más dinámicos y tan menguada en sus capacidades en el resto, que sigue encadenada a lo que ocurra con los ingresos de la mayoría de los mexicanos. La emergencia, al fin admitida por el gobierno, debe dejar su lugar a la conciencia de una crisis abierta que demanda acciones y decisiones audaces, poco familiares a los acomodados abogados y tecnócratas de Hacienda que no hacen más cálculos que los que tienen que ver con sus ingresos extraordinarios o las ofertas de trabajo en la banca extranjera.

Con ellos solos, difícilmente podrá el país hacer ese alto en el camino que acertadamente propone el rector Narro para replantear el modelo de desarrollo. La economía, como la guerra, se ha vuelto un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos de autoconsagrados expertos. Guste o no a las mentalidades convencionales, la época es y será de movilización popular y reclamo social, airado o temperado, según lo quiera o busque el poder, y será la política formal la que le dé, o no, cauce.

Más que de un desencuentro entre movimiento social y acción política, como pretenden algunos delirantes, lo que está en el orden del día es un acuerdo político nacional que subordine las ansias de ganar y salvarse por su cuenta de los muy pocos y dé a la energía popular un curso productivo y alentador en medio de la oscuridad del desempleo y el desamparo institucional.

Organizar al pueblo y fortalecer las instituciones, recomendaba Lázaro Cárdenas en tiempos menos difíciles. Ampliar las bases sociales del Estado para volverlo por fin democrático e incluyente; convertir a las instituciones en casas del pueblo llano, para ofrecerle alivio en la salud, la educación, el empleo así sea precario o temporal; resucitar la banca de desarrollo para empezar a sanar las heridas que nos trajo el “desembarco” de una banca dedicada a transferir ganancias a sus matrices; en fin, arriesgarse a convertir la crisis en oportunidad progresista, hasta justiciera: esa es la agenda para hoy y mañana y es con estos criterios con los que hay que evaluar las conductas y ofertas políticas para empezar a votar desde ya por un cambio de rumbo que los manipuladores de la normalidad democrática le escamotearon a un país de por sí dañado por tanto cambio cosmético y adulterado, con que el autoritarismo quiso prolongar su corroído mandato.

Salida hay. Lo que importa ahora es no obstruirla con la basura del delirio y el dogma.

El último salvamento del capitalismo

Ricardo Becerra
La Crónica de Hoy. 22/09/2008

Ahora sí sabremos el verdadero tamaño del desastre. Durante más de un año, los bancos, las instituciones crediticias, las agencias calificadoras y las aseguradoras concurrentes de Estados Unidos, Japón y Europa, se cuidaron muy bien de ocultar el número y la cuantía de bonos subprime que formaban parte de sus balances contables. Es que hacía seis años que jugaban un juego imposible: ofrecer crédito para la adquisición de casas a quien tenía pésimos antecedentes o a quien de plano, no tenía ingreso suficiente. El riesgo de este préstamo se suponía compensado por una tasa de interés altísima. Ilógica completa: el supuesto consistía en imaginar que pagaría muy caro aquel que no tiene o quien ha demostrado que no paga. Las reglas de un mundo al revés, tramado por las sofisticaciones actuariales de la “ingeniería financiera”.
Fue un proceso que se desató y se alimentó de dos corrupciones. Una: se supone que los hombres de las finanzas tienen como principal virtud, el conocimiento científico para gestionar el riesgo que supone la inversión; pero en el caso de las suprime, no sólo no lo gestionaban: producían riesgos monumentales. Dos: conscientemente, propiciaron una alucinación que no creaba valor real, pero que servía para atraer más y más inversionistas hacia un mercado hipotecario sostenido… por los que no podrían pagar (y lo sabían).
Bienvista, la operación ilusionista no era tan sofisticada. En medio de la recuperación, con una economía en crecimiento, sin embargo, millones de estadunidenses no eran dueños de sus casas. Entonces, las instituciones crediticias se aprestaron para ofrecer el dinero. ¿Y de dónde lo sacaron? de los fondos de pensiones, de los bancos asiáticos y europeos, de otro tipo de inversionistas (hedge funds, etcétera), que fueron atraídos por las altísimas tasas ofrecidas. El proceso se autoalimentaba: el crédito disponible incrementó al doble la demanda por casas, lo que hizo crecer el valor de los inmuebles (en seis años, hasta agosto de 2007, los bienes raíces norteamericanos duplicaron su precio). El crédito se convirtió en una droga alucinógena que suponía un poder de compra norteamericano irreal que atrajo, sin embargo, a dinero e inversionistas reales.
El señor X (con mal historial o con salario bajo) adquirió un crédito de 100 mil dólares y está pagando una tasa, tres veces superior a la del promedio en el mercado. Anímese pues y compre usted bonos que lo harán partícipe del gran banquete hipotecario. Si el individuo no puede pagar (lo más probable) nos quedaremos con su casa, cuyo valor se habrá duplicado con los años. Parecía una fórmula ingeniosa que, no obstante, olvidó un detalle: ¿y si la economía entra en un periodo recesivo y no es el señor X sólo, sino muchos señores X, los que ya no pueden pagar? El castillo de naipes se derrumbará.
Eso es justamente lo que ocurrió el dos de abril del año 2007, cuando New Century, el campeón subprime de EU, ya no pudo pagarle a sus inversionistas. Cuatro meses después, otras 30 entidades se precipitaron en el pozo del impago, incluyendo American Home Mortgage, y durante el 2008 se sumaron al club de grandes perdedores Bear Stearns, Lehman Brothers, Merrill Lynch, Citigrup, AIG, Freddie Mac y Fannie Mae. Así, el sistema financiero ha venido despertando de su propio delirio. Desde aquel mes (ya en virtual estado de conciencia) la pregunta que se hicieron todos los bancos y agencias inversoras del planeta fue: ¿cuántos bonos subprime compré? ¿cuántos tienen mis competidores? ¿cuántos los que podrían prestarme en caso de crisis? En suma ¿cuántas dosis de esa droga ingirió el sistema?
La loca manía de las subprime alcanzó su cenit en el año 2005. El volumen de hipotecas de alto riesgo llegó a los 960 mil millones de dólares. Pero la realidad llegó en el 2007, cuando un millón de familias dejó de pagar sus deudas y los embargos de casas crecieron 68%. Los norteamericanos quedaron enredados porque nadie les compra su vivienda a un valor razonable, precisamente, por la crisis.

LOS OTROS ACTORES DEL DRAMA.
Más desgracias: las instituciones de seguros demostraron no tener suficientes fondos para apagar los fuegos surgidos en la industria hipotecaria, lo que obligó a los grandes bancos a declarar mayores pérdidas en sus carteras porque no tenían suficiente respaldo. Ese riesgo, dejó prácticamente paralizado el sistema financiero, pues lo que los seguros ya no pudieron financiar alcanzó el medio billón de dólares (hasta mayo de 2008).
Por eso los bancos dejaron de prestarse dinero unos a otros, porque todos sospechaban que el otro era dueño de un riesgo excesivo, oculto en la titulización subprime (¿para qué inyectó mi dinero a una institución que puede estar ya en quiebra?). Y mientras todo esto sucedía, las agencias principales de medición de riesgo andaban de puntitas. Moody’s y Standard & Poor’s por ejemplo, en 2004 y 2006 otorgaron las calificaciones más altas —en ocasiones “triple A” ¡la misma que los bonos del Tesoro de EU!— , a los activos financieros respaldados por créditos subprime. De esta suerte, las sabihondas agencias calificadoras, enviaron al mercado una señal fatal: las subprime son seguras y por eso metan carretonadas de dinero en ellas, agravando irresponsablemente la crisis.
Y el virus se globalizó: los bonos de las subprime, fueron vendidos a todas partes. Los EU enviaron al mundo gérmenes de carbunclo durante un lustro completo. Sus gestores financieros no regulados, exportaron queso bueno, queso dudoso y queso delictivamente malo, pero todos con calificación de seguridad AAA.
Así llegamos a donde estamos: a una operación de salvamento con dinero público, que pone de entrada, 700 mil millones de dólares —o sea las dos terceras partes de la riqueza que produce México en un año— solo para comprar esos insensatos bonos basura. O sea: el Tesoro norteamericano calcula que ese es el tamaño del daño, que esa es la cantidad de títulos que legítimamente puede adquirir en el mercado.
Ya podemos volver al principio: el plan que con urgencia ha sido puesto en marcha en los EU hace sólo tres días, quiere dar la certeza de que nadie que haya actuado de buena fe, perderá totalmente su dinero. Hay 700 mil millones de dólares para respaldar sus bonos, pero la gracia de la operación de salvamento consiste, precisamente, en discernir entre títulos y títulos, los que hayan actuado sin información y los que fueron adquiridos para aumentar la burbuja, a sabiendas de la trama especulativa y corrupta.
Como se describe en el mejor libro jamás escrito sobre estos temas (Manías, Pánicos y Cracs, de Charles Kindleberger) en todos los episodios de precipicio financiero, la información es incompleta y difícil de obtener e interpretar. Lo destacable en esta ocasión, es su extremo y su deliberada oscuridad: la información ha sido opacada en instrumentos financieros enredados, matemáticamente intrincados y cuya ampulosa jerga, ha contribuido a que nadie entienda nada (incluyendo sus creadores).
El problema es que los contratos se pueden pactar electrónica e instantáneamente, desde Tokio a Nueva York, desde Tailandia a Londres, supuestamente para “dispersar el riesgo”; pero lo que hicieron realmente fue confundir y diluir el conocimiento de quién es dueño de qué y quién le transfirió a quién, qué porcentaje de los activos y pasivos asociados. Por eso, el sistema tendía a su completa paralización.

El arco completo de la historia del capitalismo, ha sido recorrido por crisis, fraudes, tramas corruptas y auges especulativos como el presente. Cada vez ocurren a mayor escala. Pero no en todos los episodios ha resultado la misma canción. Depende del castigo. Si los responsables (gestores, ingenieros financieros, ejecutivos de bancos, desvergonzados calificadores, etcétera) de este desastre (que puede meter a la economía mundial en una recesión de varios años) no son castigados, la historia se repetirá, amplificada a la vuelta de unos años. Pero si las nuevas instituciones, la nueva regulación y las sanciones imponen el correctivo que merece la gravedad del timo, quizás tengamos por unas cuántas décadas, un capitalismo más razonable y mejor regulado.
Galbraith lo sabía: el resultado y las consecuencias del crac, dependen del correctivo y del castigo, y eso deriva de una decisión política y de la fortaleza del Estado. Un desenlace que se definirá, por cierto, en las elecciones norteamericanas en curso.

Crisis económica: ¿hay alguna capacidad de reacción?

Ciro Murayama
La Crónica de Hoy. 03/10/2008

A diferencia de las crisis vistas en los últimos años, la actual surge en la que sigue siendo la principal economía del orbe y tiene su epicentro en el sistema financiero, es decir, en un sector sumamente modernizado, que se beneficia de los avances tecnológicos y que es emblema de la globalización aún en curso. Siendo así, no fueron las ?rigideces? al funcionamiento del mercado, los afanes proteccionistas, o la pervivencia de reglas que algunos consideran obsoletas ?como las referidas a la protección de los derechos económicos de los trabajadores? las que dieron al traste con la ilusión de una economía que viajaba, segura, hacia el esplendor. Por el contrario, el consenso generalizado ?aunque no faltan fundamentalistas que se niegan a ver lo evidente?, con independencia de la corriente de opinión en donde uno se ubique, es que fue precisamente la extrema libertad que se dio a los actores de los mercados financieros para emitir bonos de deuda de escasa calidad y para multiplicarlos por el mundo entero, lo que terminó por configurar un escenario catastrófico. El mercado no se ?autorreguló? y la única manera de que no colapse es la intervención pública, aunque por supuesto hay un debate acerca de cómo debe instrumentarse el rescate para evitar que los responsables de la debacle vuelvan a ganar con los recursos de los contribuyentes, y garantizar en cambio que las familias y empresas encuentren un asidero.
Lamentable, pero previsiblemente, la crisis demuestra que sin regulación desde el interés público, la búsqueda del lucro privado puede ser tan insaciable como riesgosa. Es decir, comprueba la elemental y vieja pero vigente noción de que el mercado necesita del Estado para no autoengullirse. Es factible que con las normas de operación de los sistemas financieros previas a la década de los años noventa ?las que se adoptaron a propósito de la traumática experiencia de la Gran Depresión de 1929?, hubiese habido un corsé a la expansión de la burbuja especulativa. Fueron las ?no reglas? más que ?el exceso de reglas? lo que propició la crisis económica que sacude a los Estados Unidos y, desde ahí, al mundo.
La responsabilidad de las autoridades financieras de los Estados Unidos, en todo caso, fue su omisión.

Ahora, el sector público actúa de manera tardía y el rescate recaerá sobre las de por sí maltrechas finanzas públicas norteamericanas, pero no había escapatoria.
Mientras se hacen cálculos sobre los daños que la crisis acarreará en el mundo entero, también se extiende la opinión de que el mercado financiero no puede seguir funcionando sin orden ni concierto.

Quizá sea de esta manera dolorosa, en plena crisis, como las tesis de ?no Estado? pueda irse trascendiendo, aunque ya se sabe que las ideas pueden cambiar de manera más lenta que la realidad.
Los Estados Unidos se perfilaban a la crisis financiera, generada en buena medida por la carencia de normas sobre la actividad especulativa, en un escenario de debilidad no sólo regulatoria sino fiscal, pues el déficit público se encuentra en su máximo histórico tras la reducción de impuestos, impulsado por la administración Bush y la aventura bélica en Irak. Todas las señales amarillas fueron saltadas por los conductores de la economía norteamericana: no se pueden dejar a los mercados a su libre albedrío, no se puede incrementar el gasto corriente ?improductivo? al tiempo que se recortan los impuestos. Las obsesiones de Bush (la guerra, beneficiar a los sectores de amplios ingresos con rebajas de las tasas fiscales, el flexibilizar la regulación financiera) configuraron el escenario donde la crisis ardió.
¿Podremos de esa experiencia de dogmatismo en la conducción económica tomar alguna lección? Deberíamos, es la respuesta.
En el tablero de la economía mexicana, hay indicadores que no pueden seguir pasando desapercibidos: 1) no crecemos o lo hacemos muy lentamente; 2) la población en edad de trabajar sí crece, pero no encuentra empleo; 3) la riqueza del país se encuentra sumamente concentrada; 4) un 60% de la población padece algún tipo de pobreza; 5) las necesidades sociales por la transición demográfica aumentarán. Se trata de indicadores reales, no nominales. Ahí están los problemas, los ?caldos de cultivo? para expresiones violentas, los elementos que fragmentan el tejido social.
No obstante, las coordenadas de conducción de la economía, la comprensión del papel del Estado, continúan manejándose como si los resultados y la realidad no importaran. Se trata de un dogmatismo también ciego, aunque a estar alturas más nacional que global. Es sintomático que, mientras en el mundo entero las autoridades políticas y financieras se hacen cargo de que algo ha cambiado en la economía del orbe en las últimas semanas y mucho debe cambiar el manejo de la economía, las de nuestro país sigan instaladas en el mismo diagnóstico. En vez de tratar de ver cómo nos ?blindamos? no sólo en términos financieros sino sociales ante la recesión que ya comenzó, las autoridades económicas mexicanas laboran como si Wall Street hubiera tropezado una simple jornada. En la economía global hay tormenta, pero en Hacienda y en presidencia continúa el picnic.

La crisis también es global

Adolfo Sánchez Rebolledo
La Jornada. 25/09/2008

Apenas ayer, en una magnifica reseña de la Asamblea General de la ONU, el corresponsal de La Jornada, David Brooks, daba cuenta de las diversas reacciones ante la crisis que vive la economía mundial. El propio Ban Ki-moon, siempre cauteloso y superficial, advirtió que la debacle financiera pone en peligro las Metas del Milenio y pidió a los miembros del organismo un esfuerzo para evitarlo, pero sus palabras bordearon el catastrofismo: “Todos reconocemos los peligros de nuestra coyuntura.

Enfrentamos una crisis financiera global. Una crisis de energía global. Una crisis de alimentos global.

Las negociaciones de comercio se han colapsado, una vez más. Hemos visto nuevos estallidos de guerra y violencia, nueva retórica de confrontación. El cambio climático amenaza cada vez más nuestro planeta”. Difícilmente se puede imaginar un panorama más sombrío.

Los presidentes de Argentina, Brasil y Bolivia, tres de los países latinoamericanos comprometidos con una línea de cooperación regional, pusieron el acento en la inoperancia de un modelo económico y social que ya ha probado su incompetencia para atender las necesidades más urgentes de mil millones de pobres en el mundo “La economía es un empeño demasiado serio como para dejarlo en las manos de los especuladores. La ética también tiene que aplicarse a la economía”, citó Lula.

La presidenta argentina no pudo resistir el deseo de recordarle al mundo cuánto habrían fracasado los paradigmas impuestos durante años por los organismos financieros: “se nos dijo a los países de la región de América del Sur, durante la vigencia del Consenso de Washington, que el mercado todo lo solucionaba, que el Estado no era necesario, que el intervencionismo estatal era nostalgia de grupos que no habían comprendido cómo había evolucionado la economía. Sin embargo, se produce la intervención estatal más formidable de la que se tenga memoria precisamente desde el lugar donde nos habían dicho que el Estado no era necesario…” Sin embargo, en términos expresivos, fue el economista Joseph Stiglitz el que mejor logró sintetizar en una frase la situación: “La crisis de Wall Street es para el mercado lo que la caída del Muro de Berlín fue para el comunismo”.

Tal vez sea demasiado pronto para saber hacia dónde se encamina el mundo y cuáles serán los principios rectores que sustituyan a los de este capitalismo global sin reglas, pero es obvio que algunos dogmas se han hecho trizas. El primero, y retomo aquí la nota de Joaquín Stefanía sobre el libro de Tony Judt, La época del olvido (Babelia, 20/09/08), es el que sustenta el economicismo contemporáneo, la idea de que todo en la vida es “negocio”, “productividad”, “competencia”: “A partir de los años 80, los del triunfo de la revolución conservadora, describimos nuestros objetivos colectivos en términos exclusivamente económicos (prosperidad, crecimiento, PIB, eficacia, productividad, tipos de interés, bolsas de valores, etcétera), como si no fueran sólo herramientas para alcanzar colectivamente unos fines sociales y políticos, sino pautas suficientes y necesarias en sí mismas”.

Desaparecieron los grandes principios racionales que iluminaron el progreso de las sociedades humanas y en su lugar se puso la filosofía del cálculo económico, la mercadotecnia y la ideología de la autoayuda, todo ello bajo la sombra protectora de la religiosidad sectaria como fuente de sabiduría y moral. Hoy, después del desastre heredado al mundo por la gestión de George W. Bush, es evidente la urgencia, al menos para amplios sectores de la población mundial, de cambiar los medios, pero también los objetivos de la economía y la política, de devolverle a la democracia los contenidos que la versión formal predominante, mercadotécnica, diluyó hasta el grado de extinguirlos.

La apuesta por la acción reguladora del mercado ha demostrado ser más que ideología un delirio al servicio de intereses trasnacionales que, en definitiva, se escudan en la fuerza de unos cuantos estados dominantes. La necesidad de repensar el Estado, al que precipitadamente se dio por muerto en el orden global, es ineludible para saldar la creciente descomposición favorecida por el individualismo extremo. No sabemos cuántos sufrimientos más acarreará esta crisis, pero hay una lección que nuestros gobernantes han tardado un cuarto de siglo en reconocer:

La integración al mundo capitalista no equivale a la renuncia de los objetivos nacionales, a menos que se admita la subsidiariedad absoluta del país, su gente e instituciones. Estamos ante varias pruebas de fuego. La primera de ellas es la llamada reforma petrolera. Veremos aquí, sin medias tintas, si el gobierno y los poderes fácticos que lo acompañan entienden que el muro neoliberal está hecho pedazos. Privatizar, en estas circunstancias, es lo mismo que entregarse atado de pies y manos a los asaltantes que esperan el momento.

¿Fuera del mundo?

Rolando Cordera Campos
La Jornada. 05/10/2008

Asistimos, sostiene Rogelio Ramírez de la O, “a la pérdida de riqueza más cuantiosa en la historia del mundo”. Por su parte, David Ibarra nos habla de una “debacle en el sistema financiero mundial (que) marca el comienzo de una era económica distinta”. La semana pasada, Stiglitz advertía que lo ocurrido en Wall Street era para el mercado “lo que la caída del Muro de Berlín fue para el comunismo”, mientras que Paul Krugman sostenía este viernes que la economía estadunidense se mueve al “borde del abismo”.

Desde esta matriz inicial de la crisis, a la que habría que añadir las entregas de León Bendeski y Alejandro Nadal en estas páginas, puede proponerse que el estallido de la burbuja y su inevitable secuela recesiva afectará el desempeño de nuestra economía y tocará tejidos esenciales de nuestra frágil cohesión social. El temor por la moneda, por ejemplo, se ampliará ahora al miedo ante el desempleo y la reducción del flujo de remesas no hará sino agravar la inseguridad e incertidumbre de regiones enteras del país, donde apenas se sobrevive. La ocupación “decente” se volverá evanescente horizonte y el trabajo informal seguirá su marcha impetuosa en las ciudades.

El fin de una época puede parecer panorama mayor, pero no se habla de otra cosa en la sede de la fábrica de ilusiones en que desde fines del siglo pasado se convirtió el discurso neoliberal. Ocurre lo mismo en las capitales del mundo desarrollado y en desarrollo, donde se abre paso una hipótesis cada vez más acabada que de la defensa inmediata de las economías nacionales debe transitarse a la búsqueda de alternativas para una arquitectura financiera internacional cuyos ejes dominantes se fundieron a los ojos de todos, en televisión y en línea. El espectro de 1929 vuelve a recorrer el mundo.

Se trata de una gran referencia pero al final sólo de eso. Lo que está en juego hoy es el hundimiento de una estructura enorme e interconectada que no deja a nadie intacto. La metáfora de la mariposa se vuelve lugar común en la City o el Tesoro americano, mientras las bolsas del mundo no tienen tiempo ni para aconsejarse. Simplemente se van entre los suspiros de sus apostadores.

Falta todavía la réplica del terremoto financiero en lo que solía llamarse la economía real, pero pocos parecen dudar de que el declive en la producción y el empleo globales será mayúsculo. La especulación sobre el “desacoplamiento” de Asia y ¡hasta de México!, pasa al arcón de los buenos deseos y el sálvese quien pueda no puede con la sensación de que todos estamos en el mismo barco… y no necesariamente para bien.

La interdependencia creciente de las economías y los hombres ha servido como sostén de un discurso elemental en contra de proyectos nacionales, de trazo idiosincrásico para el desarrollo o la organización de estados y naciones. No sirve más, porque la receta única se desplomó con las bancas de inversión y la mayor intervención estatal de que se tenga memoria, precisamente en la tierra del libre mercado. Empeñarse en esta visión no será sino muestra eficiente de que se carece de ella, de que se renunció a tenerla en aras de un modelo que no sólo reducía la realidad sino la inventaba, dando lugar a todo tipo de espejismos utópicos y destructivos.

A la asunción del principio de interdependencia de seres, sociedades y economías, hay que agregar ahora otro criterio maestro que el neoliberalismo quiso hacer olvidar: el de la desigualdad del desarrollo internacional que a su vez, y precisamente por los efectos de la interconexión global, reclama la configuración de estados que recojan la realidad específica de las sociedades y culturas nacionales, como condición fundamental de supervivencia y para una inscripción virtuosa, diría el optimista, en una economía mundial que se globaliza mediante tormentas y temblores.

La terra trema, diría Visconti, y no sólo en el Norte atribulado por sus propias imaginaciones y codicias, sino debajo de nosotros. Si los sensores de Hacienda funcionan o no, lo sabremos esta semana cuando la vicepresidencia anuncie sus nuevos cálculos sobre la perspectiva económica y proponga ajustes al presupuesto.

Si la inercia y el dogmatismo mandan, habrá que prepararse para lo peor porque lo que resultará será no sólo un presupuesto raquítico sino horadado y deformado por la avidez disfrazada de federalismo y lo que queda del corporativismo. El peor de los escenarios que podamos imaginar.

Al respecto, no puede sino atemorizar el rumor que trasmina las columnas financieras y que se vuelve extraño eco en diputados audaces: dado que la economía va a caer, los gastos públicos tendrán que ir a la baja porque así lo manda la ley de ¡Responsabilidad hacendaria! De ocurrir tal cosa, la ley se habrá respetado pero poco quedará de Estado para hacerla valer.

La necesidad se volverá indigencia y la sobrevivencia dejará de ser “sistema” y cimiento para la precaria vida en común de que disponemos. Un todos contra todos cuando lo que hay es muy poco.

Hoy no se fía, mañana sí

Adolfo Sánchez Rebolledo
La Jornada. 02/10/2008

¿A qué le llamarán crisis nuestros gobernantes y “líderes de opinión” que pueblan las pantallas? La verdad no los entiendo. Es un hecho que sobre el país han caído varias desgracias simultáneas a modo de las bíblicas siete plagas, pero la bolsa de optimismo con que la administración actual tapa los designios amargos de la realidad sigue intacta.

El presidente fue a la ONU a hablar de terrorismo al tiempo que se derrumbaba Wall Street, pero ni por un momento se le ocurrió unir ambos extremos en un intento dialéctico de comprender mejor los límites de las dificultades nacionales. Para él no hay crisis. Las turbulencias son parte de la normalidad. Desde la perspectiva del voluntarismo dominante no hay imposibles. El don de la palabra, la fe en los medios y la prueba suprema de las encuestas bastan para superar todos los obstáculos, así prevalezca la inmadurez o la franca mediocridad de los nuevos conductores. Basta con declararle la guerra al narcotráfico o decretar el fin de la pobreza o la normalidad de la democracia, para que las cosas ocurran.

La vida real, por desgracia, es muy otra y en ella los afeites verbales sólo exaltan los feos defectos de las cosas. Por ejemplo: el deseo de cambiar “desde arriba” la educación, cuyo desastre es inocultable, no puede evadir con retórica años de prácticas de abusos y verticalismo. Si los fines de la llamada Alianza por la Educación fueran correctos, ¿por qué negarse a instrumentarlos con los maestros y no contra ellos, a discutir sus ventajas sin imposiciones sindicales, a verificar las condiciones regionales, a reconocer la diversidad y eliminar las excrecencias heredadas por medio siglo de corrupción? ¿Por qué el gobierno se pliega a la camarilla de la maestra, declinando sus propias responsabilidades en materia educativa?

Según se ve, los panistas también creen que el fin justifica los medios. ¿Para qué gastar tiempo y dinero en consultas distractoras si un buen acuerdo cupular es lo más eficiente y productivo? Pero, ¡oh sorpresa!, la sociedad quiere cambiar la educación, la salud, la economía, la cultura, la seguridad pública, aunque no está dispuesta a aceptar que todos los métodos son iguales: ahora exige una clara correspondencia entre medios y fines, de modo que prevalezca la transparencia y en los grandes temas se escuchen todas las voces. Lograrlo, naturalmente, requiere cambios democráticos que la autoridad no tiene en su agenda.

Las inconsistencias del gobierno, por llamarlas de algún modo, parten de un supuesto que falsea su labor: la creencia errónea de que la pírrica victoria del 2006, otorgada (sin multas de por medio) por el Tribunal Electoral, concede al Ejecutivo la posibilidad de actuar sin escuchar a quienes disienten o incluso consideran nula su legitimidad, como si hubieran dejado de ser ciudadanos. La democracia, dicen, está hecha y no hay que andar buscándole cinco pies al gato. Prefieren no escuchar. En parte, la impotencia gubernamental para actuar en la coyuntura depende de esta oxidada interpretación de la legalidad y el “estado de derecho”. La mayoría manda, así se construya con base en componendas minoritarias entre grupos de interés o de escandalosas manipulaciones de la “opinión publica”.

Veamos, por ejemplo, el caso de la reforma mal llamada energética. Se dirá lo que se quiera respecto a López Obrador y los suyos, pero lo cierto es que sin sus tempranas voces de alarma, sabríamos menos del asunto y, quizá, ya se hubieran aprobado cambios de los que difícilmente podríamos sentirnos orgullosos. Parece una exageración, pero hoy tenemos una conciencia más equilibrada y profunda sobre este tema de importancia nacional. Sin embargo, el único que no ha cambiado un ápice es el gobierno, cuya insistencia en la reforma se ha tornado cada vez más patética, pues en aras de no fracasar en la aprobación de (casi) cualquier iniciativa que respalde el neocontratismo privatizador, desprecia los gestos de acercamiento que eventualmente podrían decantar mayores conflictos potenciales y desestima con cajas destempladas el ofrecimiento de trabajar aquí y ahora en un plan de salvamento de Pemex que blinde a la economía nacional de las inevitables influencias negativas globales. Sin visión de Estado, quieren su reformita. Es la panacea imaginada, el remedio universal para todos los males, aunque deje en suspenso el futuro nacional.

En lo inmediato, el gobierno quiere salvar el principio de autoridad presidencial, los compromisos previamente establecidos. Y a esa defensa de la modernidad neoliberal (ahora en crisis) se suma el trust bipartidista local, la ambición de los grupos de interés (gobernadores hambrientos de un trozo de renta); la voracidad de los intermediarios que fungen como “empresarios nacionales” y, sobre todo, la sumisión ideológica de los cuadros de elite formados para identificar las libertades democráticas con el mercado.

Hoy es 2 de octubre. México ha cambiado. No todo ni tanto como hubiera sido deseable en 40 años. ¿Valió la pena? Claro que sí. Y hay razones suficientes para mirar el camino con orgullo, aunque no quepa la autocomplacencia. Ganamos batallas muy importantes en términos de las libertades democráticas, pero la democracia realmente existente cojea o hace agua por varios flancos. La sociedad es tan desigual como antes, aunque de otra manera. Seguimos sin aceptar a fondo la diversidad. Y la “cuestión social” se relega al segundo plano de la gobernabilidad económica. Las elites quieren la modernidad sobre el volcán de las carencias de la mayoría, sin un verdadero proyecto nacional. Por eso, imaginariamente, cada día la autoridad responde a la ciudadanía con un letrero semejante al que sus dueños ponen en las misceláneas. “Hoy no se fía, mañana sí”.

P. D. Al otorgar por unanimidad la medalla Belisario Domínguez a Miguel Angel Granados Chapa el Senado se honra a sí mismo y nos enorgullece a todos.

Capitalismo: Una crisis devastadora,

Robert Brenner
Against the Current Nº 132
Detroit, enero-febrero 2008

Traducción del PTS (Argentina)
Correspondencia de Prensa
Agenda Radical – Boletín

En lugar de aumentar la inversión, la productividad y el empleo para aumentar las ganancias, las firmas buscaron explotar el bajo costo de los préstamos para mejorar su posición y la de sus accionistas por la vía de la manipulación financiera La actual crisis puede transformarse en la más devastadora desde la Gran Depresión. Manifiesta problemas profundos no resueltos en la economía real que han sido literalmente disimulados durante décadas por medio del endeudamiento, así como una escasez financiera en el corto plazo de una profundidad nunca vista desde la segunda guerra mundial. La combinación de la debilidad de la acumulación de capital subyacente y la crisis del sistema bancario es lo que hace la caída tan inmanejable para los gobernantes y tan seria su potencialidad de producir un desastre. La plaga de hipotecas ejecutadas y hogares abandonados -frecuentemente ocupados y despojados de todo, incluyendo los cables de cobre- acecha Detroit en particular, y otras ciudades del medio oeste.

El desastre humano que esto representa para cientos de miles de familias y sus comunidades sólo puede ser la primera señal de lo que significa una crisis capitalista. El alza histórica de los mercados financieros en los años 1980s, 90s, y 2000s -con su transferencia de ingreso y riqueza al uno por ciento más rico de la población- distrajo la atención del debilitamiento de largo plazo de las economías capitalistas avanzadas. El desempeño económico en los Estados Unido, Europa occidental y Japón, según virtualmente todos los indicadores estadísticos -crecimiento de la producción, inversión, empleo y salarios- se ha deteriorado, década tras década, ciclo económico tras ciclo económico, desde 1973.

Los años desde el comienzo del presente ciclo, que se originó a comienzos de 2001, han sido los peores de todos. El crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) en los Estados Unidos ha sido el más lento para cualquier intervalo comparable desde fines de los 40s., mientras que el aumento de nuevas plantas y equipamiento y la creación de empleos han estado un tercio y dos tercios respectivamente por debajo del promedio de posguerra. Los salarios horario reales para la producción y trabajadores no supervisores, alrededor del 80% de la fuerza de trabajo, estuvieron prácticamente planchados, languideciendo alrededor de su nivel de 1979.

La expansión económica tampoco ha sido suficientemente fuerte en Europa occidental o Japón. La caída del dinamismo económico del mundo capitalista avanzado está arraigada en un descenso muy importante de la rentabilidad, causado en primer lugar por una tendencia crónica a la sobrecapacidad en el sector manufacturero mundial, que data de fines de los años 1960 y principios de los 70. Hacia el año 2000, en Estados Unidos, Japón y Alemania, la tasa de ganancia en la economía privada tuvo una recuperación, pero en el ciclo de los ’90 no subió más que en el de los ’70.

Con la reducción de la rentabilidad, las firmas tuvieron menores ganancias para agregar a sus plantas y equipamientos y menores incentivos para expandirse. La continua reducción de la rentabilidad desde los años 1970 llevó a una caída sostenida en la inversión, como proporción del PBI, en las economías capitalistas avanzadas, así como reducciones graduales en el crecimiento de la producción, medios de producción y empleo.

La prolongada declinación en la acumulación de capital, así como la contención de los salarios por parte de las corporaciones para restaurar sus tasas de retorno, junto con los recortes del gobierno en el gasto social para reforzar las ganancias, han llevado a una caída en el crecimiento de las inversiones, el consumo y la demanda del gobierno, y por lo tanto en el crecimiento de la demanda de conjunto. La debilidad de la demanada agregada, consecuencia en última instancia de la reducción de la rentabilidad, ha constituido la principal barrera al crecimiento en las economías capitalistas avanzadas.

Para contrarrestar la persistente debilidad de la demanda agregada, los gobiernos, encabezados por el de Estados Unidos, no han tenido más alternativa que emitir volúmenes cada vez mayores de deuda, a través de canales cada vez más variados y barrocos, para mantener funcionando la economía. Inicialmente, durante los 70 y 80s, los estados se vieron obligados a incurrir en déficits públicos cada vez mayores para sostener el crecimiento. Pero si bien esto mantuvo la economía relativamente estable, esos déficits también la llevaron al estancamiento: en la jerga de esa época, los gobiernos progresivamente recibían menos, era menor el crecimiento del PBI por cada aumento del endeudamiento.

Del recorte de presupuesto a la burbuja económica

A principios de los años 1990s, en Estados Unidos y Europa, dirigidos por Bill Clinton, Robert Rubin y Alan Greenspan, los gobiernos que habían girado a la derecha y se guiaban por el pensamiento neoliberal (privatización y destrucción de los programas sociales) buscaron superar el estancamiento tratando de equilibrar los presupuestos. Pero aunque esto no parecía importante en la contabilidad del período, este cambio dramático tuvo un efecto retroactivo radical.

Como la rentabilidad todavía no se había recuperado, las reducciones de déficit causadas por la equilibración del presupuesto significaron un gran golpe a la demanada agregada, con el resultado de que durante la primera mitad de la década de 1990, Europa y Japón experimentaron recesiones devastadoras, las peores del período de la posguerra, y la economía de Estados Unidos se vio obligado a recurrir a formas de estímulo más poderosas y riesgosas para contrarrestar la tendencia al estancamiento. En particular, reemplazó el déficit público del keynesianismo tradicional con el déficit privado y la inflación de los activos de lo que podía llamarse el keynesianismo del precio de los activos, simplemente una burbuja económica.

En el gran ascenso del mercado de valores de la década de 1990, las corporaciones y los hogares ricos vieron expandirse masivamente su riqueza en dinero. Por lo tanto pudieron embarcarse en un aumento récord de endeudamiento y, sobre esta base, sostener una poderosa expansión de la inversión y el consumo. El así llamado boom de la «nueva economía» fue la expresión directa de la burbuja histórica del precio de las acciones de los años 1995-2000. Pero como los precios de las acciones subieron a pesar de la caída de la tasa de ganancia y como las nuevas inversiones exacerbadron la sobrecapacidad industrial, eso rápidamente aseguró la caída de la bolsa y la recesión de 2000-2001, deprimiendo la rentabilidad en el sector no financiero a su nivel más bajo desde 1980.

Sin inmutarse, Greenspan y la Reserva Federal, ayudados por otros importantes Bancos Centrales, contrarrestaron el nuevo ciclo descendente con otra ronda de inflación de los precios de los activos, y esto ha sido esencialmente lo que nos trajo a donde estamos hoy. Al reducir a cero las tasas de interés a corto plazo por tres años, facilitaron una explosión sin precedentes históricos del endeudamiento de los hogares, que contribuyó y alimentó la suba de los precios de las casas y la riqueza doméstica.

Según The Economist, la burbuja inmobiliria mundial entre 2000 y 2005 fue la mayor de todos los tiempos, superando incluso la de 1929. Esto hizo posible un aumento sostenido del gasto de consumo y de la inversión residencial, que juntos impulsaron la expansión. El consumo personal más la construcción de viviendas dan cuenta de entre el 90 al 100% del crecimiento del PBI de Estados Unidos en los primeros cinco años del actual ciclo económico. Durante el mismo intervalo, sólo el sector inmobiliario, según Economy.com de Moody’s, fue responsable por casi el aumento del 50% del PBI, que de lo contrario hubiera sido -2,3% en lugar de 1,6%.

Así, junto con los déficits presupuestarios reaganianos de GW Bush, el récord en los déficits de los hogares permitió oscurecer cuán débil realmente era la recuperación económica subyacente. El incremento de la demanda consumista respaldada con deuda, así como el crédito excesivamente barato, no sólo revivió la economía norteamericana, sino especialmente, por el impulso de una nueva oleada de importaciones y el aumento del déficit de cuenta corriente (balance de pagos y comercio) a niveles récord, alimentó lo que parecía ser una impresionante expansión económica global.

Brutal ofensiva corporativa

Pero si los consumidores hicieron su parte, no se puede decir lo mismo de las firmas privadas, a pesar del estímulo económico récord. Greenspan y la Fed habían inflado la burbuja inmobiliaria para darle tiempo a los corporaciones para desembararzarse de su exceso de capital y retomar la inversión. Pero, en lugar de esto, al centrarse en restaurar la tasa de ganancias, las corporaciones desencadenaron una brutal ofensiva contra los trabajadores.

Elevaron la productividad, no tanto por el aumento de las inversiones en plantas avanzadas y equipamiento sino por medio del recorte radical en los empleos, obligando a los trabajadores que quedaron a utilizar los tiempos muertos. Al mantener bajos los salarios y a la vez extraer más producción por persona, se apropiaron en la forma de ganancias de un porción del crecimiento del sector no financiero del PBI sin precedentes históricos.

Las corporaciones no financieras, durante esta expansión, han elevado significativamente sus tasas de ganancias, aunque este crecimiento no llegó hasta los ya reducidos niveles de la década de 1990. Además, teniendo en cuenta que el grado al cual se había elevado la tasa de ganancia había sido alcanzado simplemente por la vía de elevar la tasa de explotación -haciendo que los trabajadores trabajen más y pagándoles menos la hora- habían razones para dudar de cuánto tiempo podía continuar. Pero sobre todo, al mejorar la rentabilidad por medio de mantener baja la creación de empleo, la inversión y los salarios, las empresas norteamericanas mantuvieron bajo el crecimiento de la demanda agregada y por lo tanto socavaron su propio incentivo para expandirse.

Simultáneamente, en lugar de aumentar la inversión, la productividad y el empleo para aumentar las ganancias, las firmas buscaron explotar el bajo costo de los préstamos para mejorar su posición y la de sus accionistas por la vía de la manipulación financiera -liquidando sus deudas y dividendos, comprando sus propias acciones para subir su valor, particularmente en la forma de una enorme oleada de fusiones y adquisiciones. En Estados Unidos, durante los últimos cuatro o cinco años, la recompra de dividendos y acciones como parte de ganancias acumuladas (retained earnings) ha explotado a sus niveles más altos de la posguerra. La misma clase de cosas han ocurrido en toda la economía mundial -Europa, Japón y Corea.

El estallido de las burbujas

El límite es que, en Estados Unidos y el mundo capitalista avanzado desde el año 2000, hemos visto el crecimiento más lento de la economía real desde la segunda guerra mundial y la mayor expansión de la economía financiera en la historia de Estados Unidos. No es necesario un marxista para decir que esto no puede continuar.

Por supuesto, así como la burbuja de la bolsa de los años 1990 estalló, la burbuja inmobiliaria también explotó. Como consecuencia, la película de la expansión impulsada por el boom inmobiliario que vimos durante el cliclo ascendente está ahora revirtiéndose. Hoy, los precios de las casas ya han empezado a caer un 5% de su punto más alto de 2005, pero esto sólo es el comienzo. Según la estimación de Moody’s, en el momento en que la burbuja inmobiliaria se desinfle completamente a principios de 2009, los precios de las viviendas habrán caído un 20% en términos nominales -incluso en términos reales-, de lejos la mayor caída en la historia norteamericana de la posguerra.

Así como el efecto riqueza positivo de la burbuja inmobiliaria impulsó la economía, el efecto negativo de la caída del mercado inmobiliario está empujándola hacia abajo. Con el valor de sus viviendas en bajada, las familias ya no pueden tratar sus casas como cajeros automáticos, y los préstamos a los hogares están colapsando, por lo que tienen que reducir su consumo.

El peligro subyacente es que los hogares norteamericanos, al ya no poder «ahorrar» a través de la elevación del valor de sus viviendas, comiencen rápidamente a ahorrar verdaderamente, elevando al tasa de ahorro personal, que ahora está en su nivel más bajo de la historia, haciendo caer el consumo. Al comprender cómo el fin de la burbuja inmobiliaria afectaría el poder de compra de los consumidores, las firmas recortaron la incorporación de personal, con el resultado de que el crecimiento del empleo cayó significativamente desde principios de 2007.

Gracias a la crisis inmobiliaria y a la desaceleración del empleo, ya en el segundo trimestre de 2007, el flujo total real de dinero a los hogares, que había aumentado a una tasa anual de alrededor del 4,4% en 2005 y 2006, había caído hasta casi cero. En otras palabras, si uno suma los ingresos reales disponibles de los particulares, más sus ingresos por la diferencia entre el precio de la vivienda y la hipoteca, más los créditos para consumo, más la realización de ganancias de capital, descubrirá que lo que tienen para gastar ha dejado de crecer. Bastante antes de que la crisis financiera golpeara el pasado verano, la expansión ya estaba agonizando.

La debacle sub-prime, que surgió como una extensión directa de la burbuja financiera, está compilcando en gran medida el ciclo declinante, haciéndolo muy peligroso. Los mecanismos que ligan los préstamos hipotecarios inescrupulosos a una escala titánica, las ejecuciones masivas de viviendas, el colapso del mercado de títulos financieros respaldado por hipotecas sub-prime, y la crisis de los grandes bancos que directamente tenían esas cantidades de títulos, requieren una discusión aparte.

Simplemente se puede decir a modo de conclusión -debido a que las pérdidas de los bancos, ya enormes, son tan reales, y a que probablemente crezcan mucho más a medida que empeore la caída- que la economía enfrenta la perspectiva, sin precedentes en el período de posguerra, de un congelamiento del crédito en el mismo momento en que se está deslizando en una recesión -y que los gobiernos enfrentan un problema de una dificultad sin precedentes para evitar este resultado.

* Robert Brenner es historiador y economista, tomado de Against the Current Nº 132 (Detroit, enero-febrero 2008). Traducción del PTS (Argentina) Correspondencia de Prensa – Agenda Radical – Boletín Solidario

¿Otra vez la sombra de Marx?

J Bradford Delong
El País. 02/10/2008

Hace siglo y medio, Karl Marx predecía que el capitalismo moderno sería incapaz de producir una distribución de la renta aceptable. La riqueza crecería, pero beneficiaría a unos pocos, no a la mayoría, y esta injusticia provocaría revueltas y revoluciones, las cuales tendrían como consecuencia un sistema nuevo, mejor, más justo, más equitativo y mucho más igualitario.

Desde entonces, los economistas convencionales se han ganado la vida explicando por qué Marx se equivocaba. Sí, el trauma del desequilibrio inicial de la revolución industrial estuvo y está asociado con un rápido aumento de la desigualdad, a medida que se abren oportunidades para la agresividad y el espíritu emprendedor, y el precio de mercado exigido por unas aptitudes escasas y esenciales se pone por las nubes.

Pero esto era -o se suponía que era- transitorio. Una sociedad agrícola tecnológicamente estancada está destinada a ser extremadamente desigual: mediante la fuerza y el fraude, la clase alta hace bajar el nivel de vida de los campesinos hasta reducirlo a la mera subsistencia y se queda con el excedente en forma de renta sobre la tierra que controla. Las elevadas rentas pagadas a los terratenientes nobles aumentan la riqueza y el poder de éstos, al proporcionarles recursos para mantener controlados a los campesinos e incrementar su excedente.

Los economistas convencionales sostienen en cambio que una sociedad industrial tecnológicamente avanzada tenía por fuerza que ser diferente. En primer lugar, los recursos esenciales que alcanzan precios elevados y, por lo tanto, producen riqueza no son fijos, como la tierra, sino variables: la capacidad de los trabajadores cualificados y de los técnicos, la energía y la experiencia de los emprendedores, y las máquinas y los edificios son cosas que pueden multiplicarse. En consecuencia, los precios elevados de los recursos escasos no conducen a juegos políticos de transferencia de suma cero o suma negativa, sino a juegos económicos de suma positiva basados en la formación de más trabajadores cualificados y técnicos, en el apoyo a más emprendedores y administradores, y en la inversión en más máquinas y edificios.

En segundo lugar, la política democrática equilibra el mercado. El Estado educa e invierte, con lo que aumenta la oferta y reduce la prima obtenida por los trabajadores cualificados. Además proporciona seguridad social mediante la imposición de tributos a los ricos y la redistribución de beneficios a los menos afortunados. El economista Simon Kuznets planteaba la existencia de un aumento de la desigualdad con la industrialización, seguido de un descenso a niveles socialdemócratas.

Pero, en la pasada generación, la confianza en la curva de Kuznets ha desaparecido. Los Gobiernos socialdemócratas se han mantenido a la defensiva contra los que afirman que redistribuir la riqueza supone un alto coste para el crecimiento económico, y se han mostrado incapaces de convencer a los electores de que financien otra ampliación masiva de la enseñanza superior. En el lado de la oferta privada, el aumento de los beneficios no ha fomentado más inversión en las personas, y el aumento de las remuneraciones en la cúspide cada vez más angosta de la distribución de la renta no han fomentado en el mercado empresarial la competencia necesaria para erosionar esa cúspide.

Así, los pilares de los poderes establecidos se parecen cada vez más a críticos estridentes. Tomemos el ejemplo de Martin Wolf, columnista de The Financial Times. No hace mucho, Wolf vilipendiaba a los grandes bancos por considerarlos un sector con «talento para privatizar los beneficios y socializar las pérdidas», algo que, teme él, podría destruir «la legitimidad política de la economía de mercado».

Para Wolf, la solución radica en exigir que a los directivos bancarios se les pague a plazos a lo largo de la década posterior a aquella en la que hayan efectuado su trabajo. De ese modo, accionistas e inversores podrían juzgar como es debido si el asesoramiento dado y las inversiones realizadas son realmente sensatas, y no un mero reflejo del entusiasmo del momento.

Pero el problema no se limita a las altas finanzas. La pega es la incapacidad más general de la competencia de mercado para generar proveedores alternativos y rebajar las fortunas que nuestra actual generación de príncipes mercantiles exige por su trabajo.

* J. Bradford DeLong es catedrático de Economía de la Universidad de California en Berkeley y ex secretario del Tesoro de EE UU. © Project Syndicate, 2008.

Latinoamérica empieza a sufrir (Reportaje: Primer plano )

Cristina Galindo
El país.com oct/05/2008

Latinoamérica empieza a sufrir La crisis amenaza la bonanza económica de la región, pero el efecto es aún limitado Los mexicanos que trabajan en Estados Unidos están enviando a casa menos dinero que nunca. En Brasil, el auge inversor que ha impulsado el crecimiento económico está a la baja… (Ver texto completo)

Una llamada a las tres de la madrugada (Análisis: Primer plano)

Paul Krugman
El país oct/05/2008

Son las tres de la madrugada de un día de 2009, y en la Casa Blanca suena el teléfono. Varios grandes fondos de cobertura están a punto de caer, dice la voz al otro lado del teléfono, y es probable que cuando el mercado abra se produzca el caos. ¿En quién confiaría usted para recibir esa llamada?…(Ver texto completo)

El capitalismo toma su sabático

Ricardo Becerra
La Crónica de Hoy sept/29/2008

David Rosenberg es el economista en jefe para América del Norte de la zarandeada (y vendida a rastras) Merrill Lynch (hasta antes de la avalancha subprime, el tercer banco de inversión de Wall Street). Tuvo Rosenberg la irónica puntada de publicar un artículo con el título de esta
colaboración…(Ver texto completo)

Momento de la Verdad : Paul Krugman

The New York Times oct/09/ 2008

El mes pasado, cuando los EE.UU. Departamento del Tesoro de Lehman Brothers permitió a fracasar, me escribió que Henry Paulson, el secretario del Tesoro, estaba jugando a la ruleta rusa financiera. Sure enough, there was a bullet in that chamber: Lehman’s failure caused the world financial… (Ver texto completo)

La hora de la política fiscal

Paul Krugman
El país oct/19/2008

El Dow Jones se dispara; no, se desploma; no, se dispara; no, se… No importa. Mientras el maniacodepresivo mercado de valores domina los titulares, la historia más importante son las lúgubres noticias que llegan sobre la economía real. Ahora está claro que rescatar a los bancos es sólo el… (Ver texto completo)

Instantáneas del crash

Ricardo Becerra
La Crónica de Hoy oct/13/2008

A don Everardo Elizondo (subgobernador del Banco de México), le parecen de muy mal gusto esas versiones difundidas por ciertos analistas no educados en Chicago, según las cuales, el crash universal que presenciamos tiene su origen en alguna forma de saqueo, ilícito y engaño. Para don Everardo… (Ver texto completro)

Auster, Chico Che y la crisis

José Woldenberg
Periódico Reforma oct/16/2008

Mauricio Espino, ingeniero electrónico que labora en una empresa multinacional en la Ciudad de México, logró, no sin esfuerzo, ahorrar un millón de pesos. Lo colocó en instrumentos de renta variable en el banco y tuvo la siguiente conversación telefónica el jueves pasado con el funcionario…(Ver Texto completo)

¿Carstens equivocado?

Ricardo Raphael
Periódico El Universal 20/10/2008

Para que la cuña apriete debe ser del mismo palo. Si Andrés Manuel López Obrador hubiera acusado a los empresarios mexicanos de estar especulando contra el peso, los líderes del Consejo Coordinador Empresarial no habrían sentido ni cosquillas.

Estos señores enfurecieron porque fue un aliado suyo quien lanzó el hiriente regaño. Rápidamente se defendieron los aludidos calificando como … (Ver texto completo)

La crisis actual y como enfrentarla

Correo del Sur suplemento

La crisis…

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