Ciro Murayama
El País
09/06/2016
La responsabilidad de la ciudadanía estuvo por encima de la de los actores políticos y comentaristas
Los sondeos de opinión y estudios como el Latinobarómetro sitúan a México como uno de los países de América Latina con mayor desencanto hacia su democracia y con menor satisfacción a la marcha de la economía. La indignación social puede traducirse en meras acciones contestatarias o, venturosamente, ser un activo para cambiar la marcha de las cosas.
Este domingo 5 de junio 37.3 millones de ciudadanos fueron convocados a votar en 14 elecciones locales, donde estuvieron en disputa 12 gubernaturas, 966 alcaldías, 13 congresos estatales, así como la integración de la asamblea que habrá de redactar la nueva Constitución de la Ciudad de México. Los resultados demuestran la expresión de una nada despreciable participación y una vasta pluralidad política que, bien vistas, pueden quizá traducirse en el principal activo del presente mexicano.
De las 12 gubernaturas en juego, de acuerdo a los resultados preliminares –el cómputo oficial comienza este miércoles 8 de junio-, el Partido Acción Nacional (PAN) ubicado en el ala derecha obtuvo en lo individual tres triunfos –Aguascalientes, Chihuahua y Tamaulipas-. Tres gobiernos más serán para la coalición del PAN con el principal partido de la izquierda mexicana, el de la Revolución Democrática (PRD) –Durango, Quintana Roo y Veracruz-. El PAN, en otra alianza electoral, retuvo el gobierno de Puebla. El Partido Revolucionario Institucional (PRI), del actual presidente de la República, ganó cinco gubernaturas –Hidalgo, Oaxaca, Sinaloa, Tlaxcala y Zacatecas-. Además, en cuatro entidades se ha dado la alternancia en el gobierno por primera vez en casi noventa años: Durango, Quintana Roo, Tamaulipas y Veracruz, que siempre habían sido gobernadas por el PRI.
En la Ciudad de México, el mayor respaldo lo recibió Morena –el partido de Andrés Manuel López Obrador-, seguido a corta distancia por el PRD, lo que confirma una capital de México claramente decantada a la izquierda.
La participación electoral en los estados donde se disputaba la gubernatura se acercó al 60 por ciento, de tal suerte que casi 20 millones de mexicanos salieron a votar este domingo.
Lo anterior confirma que pese al hartazgo de la ciudadanía frente a los magros resultados del sistema de partidos –desde la primera alternancia en el año 2000 ha crecido el número de pobres, más de la mitad de la población sigue en una situación de franca precariedad económica y el 60 por ciento de los trabajadores están en la informalidad y carecen de acceso a la Seguridad Social-, sigue siendo la vía pacífica e institucional, la electoral, por la que la sociedad mexicana ha decidido transitar para encontrar la salida al laberinto de sus problemas.
Se dice fácil, pero la elección fue posible porque casi medio millón de ciudadanos voluntarios se hicieron cargo de instalar, bajo la coordinación del Instituto Nacional Electoral, 68 mil mesas de votación que llegaron a cada rincón de las 14 entidades con proceso electoral. Incluso en aquellas zonas donde que la inseguridad y el crimen organizado han trastocado la vida cotidiana de miles de familias se celebraron votaciones sin mayores incidentes.
No fueron pocos los analistas y medios de comunicación que vaticinaron el colapso de la vida política, la imposibilidad de celebrar elecciones de forma normal y que ya entonaban un réquiem para la aún joven democracia mexicana. Los propios actores políticos, en su afán por denostar a los adversarios, contribuyeron a ese clima de desazón y hastío. Pero, esta vez, la responsabilidad de la ciudadanía estuvo por encima de la de los actores políticos y comentaristas, demostrando que los desafíos del presente mexicano han de ser resueltos en código democrático, es decir, a partir de la expresión y recreación formal de la enorme pluralidad política que caracteriza a la sociedad mexicana contemporánea.