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El debate público

Nabokov y la crítica

Ricardo Becerra

La Crónica

27/12/2020

Terminó la segunda guerra mundial -era 1948- y el profesor Vladimir Nabokov regresaba a lo más alto de su actividad académica para impartir un curso sobre narrativa europea y literatura rusa, en la Universidad de Cornell, Estados Unidos. Particularmente penetrantes son sus clases y ensayos sobre el siglo XIX, ese período prodigioso en el cual nació, se fundó, se consagró y periclitó el canon de “la literatura rusa”.

“Si descontamos una obra maestra medieval”, los rusos se sintetizan “en una comodísima ánfora de un siglo redondo, en la provisión de una jarrita pequeña. para el excedente que pudo haberse acumulado desde entonces”.

Nabokov explica que un solo siglo fue suficiente para que tal país que “carecía prácticamente de tradición”, sin embargo, fuera capaz de crear una literatura que “en valor artístico, en el alcance de su influencia, en todo (salvo el volumen y la extensión de tiempo) fuese equiparable a la gloriosa producción de Inglaterra o de Francia”.

Rusia produjo en un siglo lo que a otras naciones les llevó el interregno completo desde antes del renacimiento y hasta el final del siglo XIX. Y si: Rusia lo hizo en una sola centuria.

¿Y cual fue el espíritu que catapultó esa creación, esa voluntad de producción de personajes, episodios e historias cuyo carácter es tan universal como los de Shakespeare, Byron, Víctor Hugo, Proust, Balzac?

Nabokov responde: la crítica, no precisamente la libertad sino su hija: la crítica, Pushkin, Gógol, CHéjov, Tolstoi, Dostoyevski, Turguéniev. Publicaron, pero sobre todo, criticaron. Veámos sus propios argumentos.

 “La libertad de pensamiento, la libertad de expresión, la libertad de prensa, producen el derecho a criticar, y este es el don más valioso que ese conjunto de libertades pueden ofrecer… No se es libre para repetir, alabar, para sino para replicar y mejor, para contradecir” (Curso de literatura rusa, Maxi ediciones, México, 2016, p.31).

“El núcleo de la crítica consiste, sobre todo, en la posibilidad de dejar constancia de las opiniones personales, pues en la crítica se pone la pica en Flandes, el pellejo propio, define el talente, el carácter y la individualidad frente a una circunstancia adversa… mi crítica, más que mi propuesta, es mi definición” (p.73).

 “El crítico radical… al que le preocupa sobre cualquier otra cosa, el bienestar del pueblo, puede sentirse incorruptible, heroico, resistente al sufrimiento, pero en su gesta, también va perdiendo sensibilidad, filigrana, tacto para con la creación estética y el arte… al cabo, también los convierte en instrumento” (p.48).

En aquella Rusia (como en la Unión Soviética) “…dos fuerzas pugnaban simultáneamente por el alma del artista: una para que no describiera los horrores del gobierno (callar); la otra, para decir que no había opresión, para difundir que no se fraguaba un nuevo tipo de esclavitud (falsear)” (p.38).

“En ese siglo luminoso, los grandes escritores de Rusia tenían que vérselas con un dilema igualmente falso en sus puntas: si para los zares los escritores debían ser servidores del Estado, para los críticos radicales deberían ser servidores de las masas. La crítica se vuelve nada, acaso un instrumento y no la decisión indisoluble y obligatoria de la creación (p. 42).

Y en una traducción de un poema de Pushkin transmite: “Decir, decir, decir… Mi espíritu lucha por una libertad más profunda: por otros derechos que están en un escalón arriba de la expresión y de publicación… el de no doblegar ni la testuz. Contestar, cuestionar y contrastar. ¡Esa es la bendición, esos son los derechos”! (p.55)

 En la vida social, dejar de criticar “es dejar de respirar”. Porque hablar y publicar son la pura base biológica -es tener pulmones y nariz- pero la crítica es el objetivo, el fin en sí mismo, la razón última por la cual, los atormentados personajes de esos rusos decimonónicos, escribieron, publicaron y por esa vía, se volvieron universales. 

En el 2021, rigurosos cuidados, protocolos sanitarios que no aflojen y lo mejor, para los lectores Crónica.