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El debate público

Rius, humorista

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

21/08/2017

Eduardo del Río, Rius, caricaturizó con genio y perseverancia a la política mexicana y sus protagonistas. Sus historietas forman parte del mejor periodismo que se ha hecho en ese género. Como divulgador de temas muy variados, sin embargo, propagó estereotipos (incluso promovió actitudes autoritarias) y tuvo aportaciones discutibles a la cultura de los mexicanos. No debiera causar sorpresa el hecho de que Rius mostrara apreciaciones maniqueas: eso es la caricatura. Pero a diferencia de sus descripciones en blanco o negro, la obra de Eduardo del Río tiene contraluces que forman parte de una biografía personal y de un entorno que de ninguna manera permanecieron estancados.

Con Los Supermachos, que aparece en junio de 1965, Rius se consagra como retratista de una sociedad amodorrada pero atenta a la sátira que se hace de ella. San Garabato, pueblo que lleva 20 años bajo el cacicazgo de Don Perpetuo del Rosal, es parodia del PRI, pero también de inercias e indolencias de los mexicanos. Sus personajes integran un microcosmos donde la metáfora es recurso para la sátira política. Arsenio, el policía corrupto, abusivo o servicial según le haga falta.  Lucas Estornino, el boticario estudioso y desconfiado. Ticiano Truré, pragmático pequeño comerciante. Froylán Osorio, “poeta epopéyico”. Chón Prieto “de profesión desconocida”. Fiacro Franco, cantinero claridoso y convenenciero. Gedeón Prieto, acomodaticio burócrata. La beata Emerenciana. Plutarco Iturbide, latifundista. Juan Caltzonzin, “pión de confianza”.

Los Supermachos alcanza ventas inusitadas de, según se ha dicho, 250 mil ejemplares. Como se ha recordado en estos días con motivo de su fallecimiento, cuando llegó a los 100 números, Riusdecidió suspender la publicación debido a la censura que le imponía el editor, Octavio Colmenares. Sin embargo, ese empresario se había apropiado de los derechos de la historieta y la siguió publicando con otros dibujantes.

Gracias a ello apareció Los Agachados, que, con apoyo del editor Guillermo Mendizábal, comienza a publicarse en 1968 y llegaría hasta el número 291, en 1977. Rius había conocido represión y represalias. A comienzos de 1969 fue secuestrado por agentes judiciales que lo entregaron a un grupo de militares que simularon que lo iban a fusilar. Antes y después, en distintas ocasiones, padeció censura en diversas publicaciones. En 1965 fue despedido de El Universal “debido a mis necedades de hacer caricaturas demasiado críticas para los intereses del periódico”. Antes había trabajado en La Prensa, “hasta que el desaparecido Manuel Buendía me corrió del periódico, pistola en mano, por órdenes ‘superiores’”.

En la revista Siempre!, “el mal genio de José Pagés Llergo y los intereses económicos que defendía con su revista me hacían temer ser despedido en cualquier arranque de don Pepe”. En la revista Política, que dejó de publicarse en 1967, “era peor, dada la tacañería de su propietario (y amigo) el temperamental [Manuel] Marcué Pardiñas, que recibía subvenciones cubanas pero limitaba ferozmente los ingresos a sus colaboradores”. En Diario de México ensayó algunos de los personajes que consagraría en sus historietas “antes de que su dueño, el Lic. Bracamontes, me corriera por participar en una huelga pidiendo mejor trato y salario”. (Comentarios de Rius en el prólogo a Mis Supermachos, 1990). En Proceso, dirigido por Julio Scherer, considera que no había censura, pero “sólo cuando (Scherer) sentía que el cartón estaba ‘muy fuerte’ o equivocado en su planteamiento, me llamaba para discutir si el cartón (con mi autorización) no se publicaba o tenía que cambiarlo por otro menos conflictivo” (Mis confusiones. Memorias desmemoriadas, 2014).

Desde los primeros años de Los AgachadosRius emprende la publicación de números monográficos que resultan exitosos porque, de manera sencilla y amena, explica temas habitualmente confinados a exposiciones arduas. Muchas de esas ediciones, ampliadas, se convierten en sus populares libros.

Rius publicó al menos 116 libros acerca de asuntos políticos, religiosos y de salud. Lo mismo se ocupó de Cuba, Alemania y China que de temas de nutrición, herbolaria y sexualidad. Entre sus obsesiones frecuentes estaban la denuncia del clero católico, la promoción del vegetarianismo e, incluso, el elogio de gobiernos autoritarios.

Casi todos los libros de Rius son historietas aderezadas con una variada iconografía —recortes de periódico, caricaturas de otros, dibujantes, grabados— y fueron precedidos por lecturas y referencias de las cuales, con toda seriedad, da cuenta en cada volumen. Hay quien lo ha comparado con los grandes muralistas mexicanos debido a su afán pedagógico, pero se trata de una equiparación desmesurada. Rius jamás pretendió que sus historietas fueran arte. Su capacidad didáctica, por otra parte, es limitada. En las escasas líneas que acompañan a las ilustraciones es imposible que tengan cabida las explicaciones que requiere la exposición seria de una corriente filosófica, una situación política o un asunto científico. Rius fue un gran divulgador, pero sobre todo un insistente vulgarizador: puso al alcance de mucha gente asuntos que parecían difíciles, pero, al quitarles complejidad, los describió solamente en grandes trazos y con inevitables insuficiencias.

En los días recientes, algunas personas han dicho, con más emoción que reflexión, que le deben a Rius su formación política o en otros rubros. Allí se encuentra una involuntaria confesión de la esquematizadora influencia que tuvo esa obra. Entre otros títulos, en esa extensa bibliografía se puede reconocer que Marx para principiantes (1972) empobrece el pensamiento del creador del llamado socialismo científico. La panza es primero (1972) ofrece recomendaciones naturistas demasiado puntuales para servir en todos los casos y a todos sus lectores. Palestina. Del judío errante al judío errado (1983), luego titulado Los judíos, es un recuento cargado de parcialidad.

En ABChé (1978) biografía de Ernesto Guevara, a quien Rius trató de cerca, se recuerda el dilema de los revolucionarios cubanos que, después de triunfar, debieron decidir qué hacer con los militares y policías que cometieron tropelías al servicio de Batista: “¿Era correcto y justo dejarlos en libertad? ¿Era justo matarlos?  El Che fue uno de los encargados de hacer justicia y eso hizo: muchos fueron fusilados para evitarles la tentación de reincidir en el pecado; otros fueron sentenciados a prisión y muy pocos absueltos”. Esa apología del crimen político estaba ligada a la admiración acrítica que Rius tenía por la revolución cubana. Cambió de opinión y en 1994 publicó Lástima de Cuba. El grandioso fracaso de los Hermanos Castro.

La joven Alemania (1971) lo hizo bajo pedido de la entonces República Democrática Alemana y después de un viaje de dos meses que le organizaron por aquel país. Años más tarde, se dio cuenta de que “los camaradas de esa parte de Alemania, que calificaban de socialista y democrática, me tomaron el pelo y me dieron datos falsos, llevándome (al mejor estilo PRI) a ver sólo las fábricas, hospitales, escuelas o cooperativas mejor presentaditas”. Se trataba de un libro de propaganda, promovido por la vieja RDA, con tantas falsedades que el propio Rius decidió no reeditarlo más.

Para Rius, sobre todo en sus libros de los años 70 y 80, el único remedio a las carencias del sistema capitalista es el drástico cambio de régimen. Por ejemplo, las demandas de las mujeres (“libertad de abortar, guarderías del Estado que trabajen las 24 horas, igualdad de oportunidades en la educación y el trabajo”) no se pueden conseguir en la economía de mercado: “el error está en que olvidan que, si no se cambia antes a la sociedad y el sistema, esas cosas no podrán llevarse a cabo” (Machismo, feminismo, homosexualismo, recopilación publicada en 2014). Si se le toma en serio, esa prescripción es políticamente inmovilizadora: no hay nada que hacer hasta que sobrevenga la revolución.

También prejuiciada es su apreciación sobre la homosexualidad. A pesar de que dedica todo un número de Los Agachados (recopilado en el libro antes mencionado) a describir la homosexualidad y ponderar la importancia del movimiento gay, concluye con esta consideración: “Creemos, con la mayoría de los sicólogos, que la causa principal de que muchachos y muchachas se ‘desvíen’ es por mal ambiente familiar y por una educación sexual errónea. Se necesita, más que nada, que seamos tolerantes y respetemos sus gustos” (subrayado en el original).

   Ésas son algunas muestras del reduccionismo y los prejuicios que abundan en la obra de Rius. Puede resultar excesivo evaluarlos con un rigor que esos libros no pretenden tener. El problema no está sólo en ellos, sino en la lectura reverencial y complaciente que encontraron en muchos de sus seguidores.

Rius fue un extraordinario caricaturista. Él mismo, con invariable sentido del humor, se burlaba de sus propias contradicciones: “un día le pedí a Dios que me volviera ateo y así fue”, “soy marxista masoquista”, “soy un monero con pretensiones”. En sus Memorias parodia a su antes enaltecido Fidel Castro y dice: “Acepto, medio apenado, eso de que ‘la historia me absorberá’, por culpa de mis invenciones en el campo de la historieta y los libros”. Eduardo del Río fue un tenaz humorista que mantuvo, en ocasiones con valentía, una obra singular. “El humorismo —consideraba— es la rama de la filosofía que hace reír mientras pensamos que pensamos”. Ése fue su mérito, ni más ni menos.