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El debate público

Trotsky, Lázaro Cárdenas

Adolfo Sánchez Rebolledo

La Jornada

20/08/2015

El 21 de agosto se cumplen 75 años del asesinato de León Trotsky en Coyoacán a manos de un pistolero enviado por Stalin. El lugar donde ocurrieron los hechos, la casa de la calle Viena, el refugio mexicano donde vivió y trabajo el líder revolucionario, es hoy la sede de un museo singular que ha sobrevivido al tiempo y las dificultades gracias a Esteban Volkow, nieto de Natalia y León, víctima y testigo excepcional del odio estalinista y a la vez guardián discreto del patrimonio y la memoria de su abuelo. En ese recinto, rescatado a principios de los noventa gracias a la intervención afortunada de Manuel Camacho y Alejandra Moreno Toscano, con el apoyo de Javier Wimer, Carlos Payán, Adolfo Gilly, Leonor Sarmiento, (cito de memoria), de los viejos correligionarios del Viejo aún vivos y la solidaridad de figuras tan inolvidables como Ernst Mandel, allí, digo, se preservó intacto o se restauró sin alteraciones el sitio donde el líder revolucionario escribió sus últimas obras, en el que ahora yacen sus restos. Más que por los modestos objetos personales expuestos al visitante, como el humilde mobiliario, los libros, las conejeras, la belleza del pequeño jardín en el que destaca la estela funeral, el lugar atrae por ser el escenario de una tragedia histórica que marcó nuestro tiempo, tan pleno de esperanzas revolucionarias y tan cargado de desilusión y retrocesos morales. Quien visita la casa-Museo se admira de la modestia del hábitat de su habitante principal, pero se asoma, sobre todo, a ese oscuro capítulo que la memoria, acusatoria, no permite olvidar. Además, como lugar de encuentro cultural, allí puede consultarse la biblioteca de Rafael Galván, enriquecida con otras donaciones posteriores; así, asistir a las exposiciones y conferencias sobre todos los temas con absoluta libertad.

Al mismo tiempo que se mantiene vivo el recuerdo de León Davidovich y su familia, en el sitio se enaltece la vigencia del derecho de asilo, una de cuyas cumbres fue, justamente, la acogida que el presidente Lázaro Cárdenas le ofreció en México al hombre más perseguido al que Stalin ya había condenado a muerte. Al proponerse crear un instituto dedicado al asilo y las libertades públicas, los impulsores de la iniciativa, comenzando por Esteban Volkow, reconocían la universalidad de la política cardenista en defensa de las víctimas de la guerra, el fascismo o las dictaduras que, tropicales o no, lanzaron oleadas de asilados a las costas mexicanas.

Es por ello que resulta justo y muy pertinente que al conmemorarse un aniversario más de la tragedia, el director del museo haya girado una invitación a ser testigos de un acto simbólico de la mayor importancia: la develación de un placa en honor al general Lázaro Cárdenas del Río y la reinauguración del Auditorio del Museo León Trotsky, que en adelante será nombrado AuditorioGeneral Lázaro Cárdenas del Río. La decisión me parece un gesto necesario e importante pues reconoce el valor de la actitud de Cárdenas que México asumió como principio inalterable de sus relaciones con el mundo y nos recuerda que la afirmación del Estado nacional, en tiempos de amenazas externas, resulta imposible sin poner por delante los principios que justifican su existencia. Hoy que la globalización diluye fronteras, hay quienes creen que la mejor política posible es aquella que se deja llevar por la corriente dominante, así para conseguirlo el país debiera abandonar sus propias razones, sin ejercitar el músculo de la dignidad que acompaña al buen entendimiento y la soberanía real que la globalización transforma, pero no se disipa a menos que los que mandan capitulen.

En una notas escritas en 1991 al calor de la reinauguración del museo, me refería a los hechos del 21 de agosto con estas palabras: Con aquél asesinato, el estalinismo dejó una huella ominosa en nuestro país. No lo merecía por ningún concepto. Ni la nación mexicana, ni el presidente Cárdenas ni tampoco los partidarios mexicanos de la Unión Soviética que entonces seguía las orientaciones de Stalin. Cierto es que hubo líderes comunistas, como Laborde y Campa, que se opusieron al asesinato, pero mucho más lo secundaron hasta la ignominia. Hoy ratifico aquellas palabras recordando lo dicho por Carlos Monsiváis: En el examen de estos años, la intención no es, ni puede serlo, juzgar y condenar a una época y sus militantes. Pero lo cierto es que a la izquierda mexicana le ha pesado muchísimo, en su trayectoria, los problemas diferidos, enterrados, ocultos. El sectarismo, como se ha dicho, la ha lastrado durante décadas, pero ese sectarismo prolongó y legalizó, desde las márgenes políticas, desde los guetos grupusculares y las cárceles, desde la incomprensión de las derrotas, a la intolerancia como centro activo, como motor esencial de la izquierda.

Es cierto que todo ha cambiado y mucho dentro y fuera del país, pero la memoria no ha perdido filo. La conmemoración, por la pluralidad de los convocantes actuales, por el vínculo inseparable con Cárdenas y Mújica, por el significado ético e intelectual de ese irrecuperable pasado, debería ser una lección contra la intolerancia, como un momento de reflexión para aquella izquierda que aún cree en la repetición de los ciclos, como la reflexión moral que es inseparable de la relación entre los medios y los fines. Recordemos la fecha y renovemos la esperanza.