Adolfo Sánchez Rebolledo
La Jornada
20/08/2015
Al mismo tiempo que se mantiene vivo el recuerdo de León Davidovich y su familia, en el sitio se enaltece la vigencia del derecho de asilo, una de cuyas cumbres fue, justamente, la acogida que el presidente Lázaro Cárdenas le ofreció en México al hombre más perseguido al que Stalin ya había condenado a muerte. Al proponerse crear un instituto dedicado al asilo y las libertades públicas, los impulsores de la iniciativa, comenzando por Esteban Volkow, reconocían la universalidad de la política cardenista en defensa de las víctimas de la guerra, el fascismo o las dictaduras que, tropicales o no, lanzaron oleadas de asilados a las costas mexicanas.
Es por ello que resulta justo y muy pertinente que al conmemorarse un aniversario más de la tragedia, el director del museo haya girado una invitación a ser testigos de un acto simbólico de la mayor importancia: la develación de un placa en honor al general Lázaro Cárdenas del Río y la reinauguración del Auditorio del Museo León Trotsky, que en adelante será nombrado AuditorioGeneral Lázaro Cárdenas del Río
. La decisión me parece un gesto necesario e importante pues reconoce el valor de la actitud de Cárdenas que México asumió como principio inalterable de sus relaciones con el mundo y nos recuerda que la afirmación del Estado nacional, en tiempos de amenazas externas, resulta imposible sin poner por delante los principios que justifican su existencia. Hoy que la globalización diluye fronteras, hay quienes creen que la mejor política posible es aquella que se deja llevar por la corriente dominante, así para conseguirlo el país debiera abandonar sus propias razones, sin ejercitar el músculo de la dignidad que acompaña al buen entendimiento y la soberanía real que la globalización transforma, pero no se disipa a menos que los que mandan capitulen.
En una notas escritas en 1991 al calor de la reinauguración del museo, me refería a los hechos del 21 de agosto con estas palabras: Con aquél asesinato, el estalinismo dejó una huella ominosa en nuestro país. No lo merecía por ningún concepto. Ni la nación mexicana, ni el presidente Cárdenas ni tampoco los partidarios mexicanos de la Unión Soviética que entonces seguía las orientaciones de Stalin. Cierto es que hubo líderes comunistas, como Laborde y Campa, que se opusieron al asesinato, pero mucho más lo secundaron hasta la ignominia. Hoy ratifico aquellas palabras recordando lo dicho por Carlos Monsiváis: En el examen de estos años, la intención no es, ni puede serlo, juzgar y condenar a una época y sus militantes. Pero lo cierto es que a la izquierda mexicana le ha pesado muchísimo, en su trayectoria, los problemas diferidos, enterrados, ocultos. El sectarismo, como se ha dicho, la ha lastrado durante décadas, pero ese sectarismo prolongó y legalizó, desde las márgenes políticas, desde los guetos grupusculares y las cárceles, desde la incomprensión de las derrotas, a la intolerancia como centro activo, como motor esencial de la izquierda
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Es cierto que todo ha cambiado y mucho dentro y fuera del país, pero la memoria no ha perdido filo. La conmemoración, por la pluralidad de los convocantes actuales, por el vínculo inseparable con Cárdenas y Mújica, por el significado ético e intelectual de ese irrecuperable pasado, debería ser una lección contra la intolerancia, como un momento de reflexión para aquella izquierda que aún cree en la repetición de los ciclos, como la reflexión moral que es inseparable de la relación entre los medios y los fines. Recordemos la fecha y renovemos la esperanza.