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El debate público

¿Y si todos los partidos dicen verdades?

Jorge Javier Romero Vadillo

Sin embargo

16/04/2015

Encienda uno la radio en el coche por la mañana o ponga la tele por la noche, es muy alta la probabilidad de que lo primero que escuche o vea sea un anuncio propagandístico de campaña política y seguro el mensaje tendrá un alto contenido escatológico, pues lo que estamos presenciando parece una guerra de simios que se atacan lanzándose unos a otros sus heces. Se oye un anuncio del PAN donde un ciudadano replica de manera soez a una denuncia por despilfarro del presidente y de inmediato uno espejo del PRI, calcado, donde se denuesta a los panistas de manera igualmente vulgar por su doble moral. Le sigue uno de MORENA donde su líder repite una retahíla de refranes y después otro del PRD que aporta su propia dosis de excremento a esta contienda política de gran altura. Esa es la campaña electoral hoy, donde no faltan candidatos que demuestran dotes de bailarines al ritmo grupero con botas que recuerdan a los Leningrad Cowboys o candidatas que prometen que no volverán a portarse mal.

Mientras, en el Instituto Nacional Electoral, los consejeros dedican su tiempo a recibir denuncias por el contenido calumnioso de los anuncios y a hacerla de censores de mensajes pueriles, la mayoría de los cuales no son sino refritos de las denuncias que pululan hoy en los medios de comunicación. El árbitro encargado de garantizar la limpieza de los comicios ahora se ocupa de decidir cual spot calumnia y cual no y a dar manazos a los niños malportados que intercambian mentadas. Los electores, parecen creer los consejeros, son menores de edad a los que no se debe someter a lenguaje altisonante ni dejar que decidan por sí mismos sobre la basura de comunicación que están recibiendo.

¿Qué tan eficaz resulta esta guerra de inmundicia entre los partidos para conseguir votos de los electores? Me temo que muy poco. Un estudio de Delphos, llevado a cabo durante la elección de 2012 mostró que las campañas basadas en breves anuncios de tipo comercial para promover a los candidatos propios o para demeritar a los adversarios tuvo un impacto bastante reducido sobre la decisión del voto. La conclusión de aquel estudio es que la tormenta de spots sólo condujo a una saturación de las audiencias, que acabaron por bloquear la recepción de los mensajes partidistas, por lo que ese modelo de comunicación política, resultado de la reforma electoral de 2007, es fallido.

El modelo de campaña política en los medios electrónicos que hoy existe es resultado del litigio postelectoral de 2006. Una de las quejas principales de López Obrador entonces fue que había sido víctima de una campaña negra, en la que habían participado tanto sus contrincantes como privados que pagaron anuncios para denostarlo, además de que las televisoras habían favorecido a sus adversarios con la comercialización de la propaganda. Con base en aquellas protestas se hizo la reforma para cambiar de manera fundamental la manera en la que los partidos tienen acceso a los medios electrónicos de comunicación masiva. Se prohibió entonces la compra de espacios de televisión durante las campañas, tanto para partidos como para particulares, y se estableció que sólo se tendría acceso a los medios electrónicos a través de los tiempos oficiales distribuidos por el IFE entre los candidatos y partidos en la misma proporción que el financiamiento público.

La eliminación de la comercialización de tiempos de radio y televisión para propaganda política fue un paso muy importante para avanzar en la equidad electoral. Por una parte, redujo la demanda de recursos para destinarlos a comprar anuncios, con lo que, supuestamente, se reduciría la tentación de conseguir financiamiento ilegal; por otro lado, también se pretendía reducir el papel del dinero en las campañas electorales, al dotar a todos los contendientes de un acceso proporcionado para difundir sus mensajes. Sin embargo, el modelo diseñado entonces repartió un tiempo ingente en radio y televisión es spots de 30 segundos, como si se siguiera tratando de tiempo comercial, con lo que se optó por la comunicación basada en mensajes breves sin contenidos de fondo y orientados a mover sólo las emociones —sobre todo las negativas— de los electores. Los candidatos y los partidos se venden, así, como detergentes o, más bien, como destapacañerías atascadas por las deposiciones de los demás contendientes.

Nada de fondo. No se discuten los grandes problemas nacionales ni se exponen soluciones. Sólo se intercambian vituperios, no se debate ni se delibera sobre las soluciones. En ese mar de insultos resulta difícil decidir, porque es muy probable que todos digan algo de verdad y que enfrente no tengamos más que una montaña de detritus producto de la descomposición de un sistema de partidos que se pudrió sin madurar. Después de las elecciones habrá que ventilar el ambiente, porque la fetidez nos está asfixiando.